1 Palabras de Nehemías, hijo de Jacalías. En el mes de quisleu del año veinte, estando yo en la fortaleza de Susa,
2 vino Jananí, uno de mis hermanos, con algunos hombres de Judá. Yo les pregunté por los judíos escapados, salvados del destierro, y por Jerusalén.
3 Y me dijeron: «Los supervivientes del destierro que quedan allí, en la provincia, están pasándolo muy mal y sufriendo humillaciones. La muralla de Jerusalén está destrozada y sus puertas fueron destruidas por el fuego».
4 Al oír estas palabras me senté y me puse a llorar. Hice duelo algunos días, ayunando y orando ante el Dios del cielo.
5 Y dije: «¡Oh Señor, Dios del cielo, Dios grande y terrible, que guardas la alianza y la fidelidad con los que te aman y observan tus mandamientos!
6 Estén tus oídos atentos y abiertos tus ojos para escuchar la plegaria de tu siervo, que yo proclamo ahora ante ti, día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos, confesando los pecados que los hijos de Israel han cometido contra ti. Porque la casa de mi padre y yo hemos pecado.
7 Hemos obrado muy perversamente contra ti y no hemos guardado los mandamientos, las leyes y los preceptos que tú habías dado a Moisés, tu siervo.
8 Por favor, recuerda la palabra que diste a Moisés, tu siervo: “Si sois infieles, os dispersaré entre las naciones;
9 pero si os convertís a mí y guardáis mis mandamientos y los cumplís, aunque vuestros desterrados estuvieran en el extremo de los cielos, los recogeré de allí y los conduciré de nuevo al lugar que he escogido para morada de mi nombre".
10 Estos son tus siervos y este tu pueblo, a quienes has redimido con tu gran poder y tu fuerte brazo.
11 ¡Oh Señor!, te pido que estén atentos tus oídos a la oración de tu siervo y a la súplica de tus servidores, que quieren ser fieles a ti. Concede éxito a tu siervo y haz que tenga buena acogida ante ese hombre». En aquel momento yo era copero del rey.
1 En el mes de nisán del año veinte del rey Artajerjes, siendo yo el responsable del vino, lo tomé y se lo serví al rey. Yo estaba muy triste en su presencia.
2 El rey me dijo: «¿Por qué ese semblante tan triste? No estás enfermo, pero tu corazón parece estar afligido». Entonces, con mucho miedo,
3 dije al rey: «¡Larga vida al rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante, cuando la ciudad donde se encuentran las tumbas de mis padres está destruida y sus puertas han sido devoradas por el fuego?».
4 El rey me dijo: «¿Qué quieres?». Yo, encomendándome al Dios del cielo,
5 le dije: «Si le parece bien al rey y quiere contentar a su siervo, permítame ir a Judá, a la ciudad de las tumbas de mis padres, para reconstruirla».
6 El rey, que tenía a la reina sentada a su lado, me preguntó: «¿Cuánto durará tu viaje y cuándo volverás?». Yo le fijé un plazo que le pareció bien y me permitió marchar.
7 Después dije al rey: «Si le parece bien al rey, redácteme unas cartas para los gobernadores de Transeufratina, para que me dejen el paso libre hasta Judá,
8 y una carta dirigida a Asaf, el guarda del parque real, para que me proporcione madera para construir las puertas de la ciudadela del templo, para la muralla de la ciudad y la casa donde voy a vivir». El rey las mandó redactar, porque la mano de Dios me protegía.
9 Cuando llegué ante los gobernadores de Transeufratina, les entregué las cartas del rey. Él me había proporcionado una escolta de jefes de tropa y soldados de caballería.
10 Cuando se enteraron Sambalat, el joronita, y Tobías, el funcionario amonita, no les gustó nada que hubiera venido un hombre a procurar el bien de los hijos de Israel.
11 Una vez en Jerusalén, permanecí allí tres días.
12 Una noche me levanté, yo y unos cuantos varones, sin decir nada a nadie de lo que mi Dios me había inspirado hacer por Jerusalén. Tenía un solo caballo que yo montaba.
13 Salí de noche por la Puerta del Valle; me dirigí hacia la Fuente del Dragón y a la Puerta del Muladar. Inspeccioné detenidamente las murallas de Jerusalén y vi que estaban destruidas, y las puertas devoradas por el fuego.
14 Continué hasta la Puerta de la Fuente y hasta la alberca del rey; pero, como no había sitio para pasar con mi cabalgadura,
15 subí de noche por el torrente, sin dejar de inspeccionar la muralla, y entré por la Puerta del Valle. Una vez allí, volví sobre mis pasos.
16 Los prefectos no se enteraron dónde había ido ni qué había hecho. Hasta entonces no había comunicado nada a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los nobles, ni a los prefectos, ni a los otros responsables.
17 Entonces les dije: «Ya veis la triste situación en que nos encontramos: Jerusalén destruida, y sus puertas devoradas por el fuego. ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén y dejemos ya de ser objeto de escarnio!».
18 Luego les conté cómo la mano de Dios me había protegido y les comuniqué también las palabras que el rey me había dirigido. Ellos exclamaron: «¡Manos a la obra; comencemos la construcción!». Y se animaron unos a otros para esta hermosa tarea.
19 Cuando se enteraron Sambalat, el joronita, Tobías, el funcionario amonita, y Guesen, el árabe, se burlaron de nosotros y nos dijeron con desprecio: «¿Qué estáis haciendo? ¿Pretendéis rebelaros contra el rey?».
20 Yo les respondí: «El Dios del cielo es quien nos dará éxito. Nosotros, sus siervos, vamos a ponernos a la obra. Pero vosotros no tendréis ni parte, ni derecho, ni nada en Jerusalén».
1 El sumo sacerdote Eliasib y sus hermanos, los sacerdotes, reconstruyeron la Puerta de las Ovejas; la consagraron y colocaron sus hojas. También reconstruyeron el tramo que va hasta la Torre de Mea, que consagraron, y el tramo que va hasta la Torre de Jananel.
2 A su lado trabajaron los hombres de Jericó, acompañados de Zacur, hijo de Imrí.
3 Los hijos de Hasnaá se encargaron de la Puerta de los Peces. La armaron y colocaron sus hojas, cerraduras y barras.
4 Se les unió en la restauración Meremot, hijo de Urías, hijo de Hacós. A su lado estuvo Mesulán, hijo de Berequías, hijo de Mesezabel, y también Sadoc, hijo de Baaná.
5 Al lado de estos trabajaron los habitantes de Técoa; pero sus notables no quisieron colaborar con sus señores.
6 La Puerta Antigua fue restaurada por Josadá, hijo de Paséaj, y por Mesulán, hijo de Besodías; la armaron y colocaron sus hojas, cerraduras y barras.
7 Junto con ellos trabajaron Melatías de Gabaón y Yadón de Meronot, con los hombres de Gabaón y de Mispá, a expensas del gobernador de Transeufratina.
8 Colaboraron con ellos Uziel, hijo de Jarjaías, del gremio de los orfebres, y Jananías, del gremio de los perfumistas. Entre todos reconstruyeron Jerusalén hasta la muralla ancha.
9 También trabajó Refaías, hijo de Jur, jefe de la mitad del distrito de Jerusalén.
10 Lo ayudaron Yedayas, hijo de Jarumaf, delante de su casa, y Jatús, hijo de Jasabnías.
11 Malaquías, hijo de Jarín, y Jasub, hijo de Pajat Moab, repararon el siguiente tramo hasta la Torre de los Hornos.
12 Los ayudó en la restauración Salún, hijo de Halojés, gobernador de la otra mitad del distrito de Jerusalén, además de sus hijas.
13 Janún y los habitantes de Zanóaj trabajaron en la restauración de la Puerta del Valle. La reconstruyeron y colocaron sus hojas, cerraduras y barras. También trabajaron en la restauración de quinientos metros de la muralla hasta la Puerta del Muladar.
14 Esta puerta fue restaurada por Malaquías, hijo de Recab, jefe del distrito de Betaqueren; la reconstruyó y colocó sus hojas, cerraduras y barras.
15 La Puerta de la Fuente fue restaurada por Salún, hijo de Col José, jefe del distrito de Mispá; la reconstruyó, la techó y colocó sus hojas, cerraduras y barras. También restauró el muro de la alberca de Siloé, al lado de la huerta del rey, hasta las escaleras que bajan desde la ciudad de David.
16 Después de él, Nehemías, hijo de Azbuc, jefe de la mitad del distrito de Bet Sur, restauró el sector que va hasta delante de los sepulcros de David, hasta la alberca artificial y la Casa de los Héroes.
17 Tras él, trabajaron en la restauración los levitas: Rejún, hijo de Baní. Le ayudó Jasabías, jefe de la mitad del distrito de Queilá, en su distrito.
18 Luego, trabajaron en la restauración sus parientes: Binuy, hijo de Jenadad, jefe de la otra mitad del distrito de Queilá.
19 Le acompañó en la tarea Ézer, hijo de Josué, jefe de Mispá, que restauró otro tramo frente a la subida de la armería de la esquina.
20 Después de él, Baruc, hijo de Zabay, restauró otro tramo, desde el ángulo hasta la puerta de la casa del sumo sacerdote Eliasib.
21 A continuación Meremot, hijo de Urías, hijo de Hacós, restauró el tramo siguiente, desde la puerta de la casa de Eliasib hasta el extremo de la casa de Eliasib.
22 Después de él trabajaron en la restauración los sacerdotes que habitaban en la llanura.
23 Luego, Benjamín y Jasub trabajaron en la restauración frente a su casa. A continuación Azarías, hijo de Maasías, hijo de Ananías, restauró el tramo junto a su casa.
24 Después restauró otro trecho Binuy, hijo de Jenadad, desde la casa de Azarías hasta la esquina y hasta el ángulo.
25 Palal, hijo de Uzay, reparó una parte delante del ángulo de la torre alta que sobresale del palacio real y da al patio de la cárcel. Tras él, Pedaías, hijo de Parós.
26 Los sirvientes del templo, que habitaban en el Ófel, trabajaron en la restauración hasta el frente de la Puerta del Agua, hacia levante y hasta la torre saliente.
27 Tras él, los habitantes de Técoa trabajaron en la restauración de otro tramo, frente a la gran torre saliente, hasta la muralla de Ófel.
28 Los sacerdotes trabajaron en la restauración a partir de la Puerta de los Caballos, cada uno frente a su propia casa.
29 Después de ellos, trabajó Sadoc, hijo de Imer, que restauró frente a su casa. Después Semaías, hijo de Secanías, guardián de la puerta Oriental.
30 Tras él Jananías, hijo de Selemías, y Janún, sexto hijo de Salaf, trabajaron en la restauración de otro tramo. Después Mesulán, hijo de Baraquías, restauró frente a su casa.
31 Tras él Malaquías, del gremio de los orfebres, restauró hasta la casa de los sirvientes del templo y de los comerciantes, frente a la Puerta de la Vigilancia y hasta la cámara alta de la esquina.
32 Y entre la cámara alta de la esquina y la Puerta de las Ovejas trabajaron en la restauración los orfebres y los comerciantes.
33 Cuando Sambalat se enteró de que estábamos reconstruyendo la muralla, montó en cólera y, enfurecido, se burlaba de los judíos.
34 Dijo ante sus paisanos y ante el ejército de Samaría: «¿Veis lo que hacen esos miserables judíos? ¿Vamos a dejar que continúen? ¿Llegarán a ofrecer sacrificios? ¿Acabarán algún día? ¿Lograrán que estas piedras calcinadas revivan de entre los montones de escombros?».
35 Tobías el amonita, que estaba junto a él, dijo: «Aunque ellos reconstruyan, bastará una zorra para destruir su muralla de piedras».
36 ¡Oh Dios nuestro, escucha cómo nos desprecian! ¡Haz que su insulto se vuelva contra ellos! ¡Entrégalos al desprecio en tierra de cautiverio!
37 ¡No pases por alto su iniquidad ni apartes tu vista de su pecado, pues han insultado a los constructores!
38 Así pues, construimos la muralla y la reparamos del todo hasta media altura, pues el pueblo tenía ganas de trabajar con gran empeño.
1 Pero cuando Sambalat, Tobías, los árabes, los amonitas y los de Asdod se enteraron de que la restauración de la muralla de Jerusalén estaba en marcha y que las brechas estaban siendo tapadas, se pusieron muy furiosos
2 y se conjuraron todos ellos para atacar a Jerusalén y causarle el mayor daño posible.
3 Nosotros rezamos a nuestro Dios y organizamos una guardia contra ellos de día y de noche.
4 Los hombres de Judá decían: «¡Empiezan a flaquear las fuerzas de los cargadores; hay demasiados escombros! ¡No vamos a poder reconstruir la muralla!».
5 Por su parte, nuestros enemigos comentaban: «Caeremos sobre ellos sin que se enteren ni se den cuenta. Los mataremos y así pondremos fin a la obra».
6 Pero los judaítas que vivían entre ellos vinieron repetidas veces a advertirnos por qué lugares nos atacarían.
7 Entonces los reuní en las zonas más bajas, por detrás de la muralla, en los puntos descubiertos, y organicé a la gente por familias, cada uno con sus espadas, sus lanzas y sus arcos.
8 Después de una inspección, me puse en pie y dije a los nobles, a los prefectos y al resto del pueblo: «¡No les temáis! Acordaos del Señor, grande y terrible, y luchad por vuestros hermanos, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestras mujeres y vuestras casas!».
9 Cuando nuestros enemigos se enteraron de que estábamos advertidos y de que Dios había arruinado sus planes, se volvieron; nosotros regresamos a la muralla, cada cual a su tarea.
10 Desde aquel día, solo la mitad de mis hombres trabajaban en la obra; la otra mitad empuñaba las lanzas, los escudos, las flechas y las lorigas. Los jefes, por su parte, se preocupaban por todos los hombres de Judá.
11 Los que trabajaban en la muralla y los cargadores estaban armados; con una mano trabajaban y con la otra empuñaban el arma.
12 Cada uno de los constructores tenía su espada ceñida a los lomos mientras trabajaba. Y el que tocaba el cuerno estaba siempre conmigo.
13 Entonces dije a los nobles, a los prefectos y al resto del pueblo: «La obra es grande y extensa, y estamos diseminados a lo largo de la muralla, lejos unos de otros.
14 Reuníos allí donde oigáis el sonido del cuerno y nuestro Dios luchará con nosotros».
15 Así trabajábamos, desde el amanecer hasta que salían las estrellas, mientras la mitad empuñaba las lanzas.
16 Pero también dije al pueblo: «Cada uno, con su criado, dormirá en Jerusalén. Así de noche trabajaremos de centinelas y de día en la obra».
17 Ni yo, ni mis hermanos, ni mis gentes, ni los hombres de guardia que me seguían nos quitábamos los vestidos. Cada uno dormía con el arma al alcance de la mano.
1 Después se originó una protesta de las gentes del pueblo y sus mujeres, contra sus hermanos judíos.
2 Unos decían: «Nuestros hijos, nuestras hijas y nosotros somos muchos, y hemos de buscar el grano con que poder comer y vivir».
3 Otros comentaban: «Tenemos que empeñar nuestros campos, nuestras viñas y nuestras casas para poder conseguir grano en esta penuria».
4 Otros, en fin, decían: «Tenemos que pedir dinero prestado para pagar el tributo al rey.
5 Nosotros somos como nuestros hermanos, y nuestros hijos son como sus hijos. Pero nosotros tenemos que someter a nuestros hijos y a nuestras hijas a la esclavitud. Algunas de nuestras hijas ya son esclavas, sin que podamos impedirlo, pues nuestros campos y nuestras viñas pertenecen a los nobles».
6 Yo me indigné al oír sus gritos y la situación descrita,
7 y, después de reflexionar en mi interior, reprendí a los nobles y a los prefectos. Les dije: «¿Por qué exigís esa carga a vuestros hermanos?». Después convoqué contra ellos una gran asamblea
8 y les dije: «Dentro de nuestras posibilidades rescatamos a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a los gentiles. ¡Y ahora vosotros vendéis a vuestros hermanos para que se los compremos!». Ellos se quedaron en silencio, sin saber qué responder.
9 También les dije: «No está bien lo que hacéis. ¿No deberíais caminar en el temor de nuestro Dios, para evitar así la burla de nuestros enemigos los gentiles?
10 También yo, mis hermanos y mi gente les hemos dado en préstamo dinero y grano. Pues bien, ¡os ruego que perdonemos estas deudas!
11 Por favor, devolvedles ahora mismo sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas, y perdonadles la deuda del dinero, del trigo, del vino y del aceite que les ibais a exigir».
12 Ellos respondieron: «Se lo devolveremos y no les reclamaremos nada. Haremos lo que dices». Entonces llamé a los sacerdotes y les hice jurar que actuarían según lo dicho.
13 Después sacudí mi manto y dije: «Así sacuda Dios de su templo y de su tierra a quien no mantenga esta promesa. Así sea sacudido y se quede sin nada». Y toda la asamblea respondió: «¡Amén!». Después alabaron al Señor. Y la gente cumplió lo que había prometido.
14 Además, desde el día en que fui nombrado gobernador de la tierra de Judá, desde el año veinte hasta el treinta y dos del rey Artajerjes, esto es, durante doce años, ni yo ni mis hermanos comimos de la provisión debida al gobernador.
15 En cambio, los gobernadores que me habían precedido habían gravado al pueblo, percibiendo de él a diario, en concepto de pan y vino, cuarenta monedas de plata. También sus criados oprimían al pueblo. Pero yo no actué así, porque temía a Dios.
16 Incluso trabajé en la reconstrucción de esta muralla, y no adquirí campo alguno; y todos mis criados también estaban allí trabajando en las obras.
17 Los judíos y los prefectos que se sentaban a mi mesa eran ciento cincuenta hombres, aparte de los que venían de los pueblos limítrofes.
18 Lo que se preparaba diariamente –un toro, seis carneros escogidos y aves– era a costa mía. Cada diez días se traía abundancia de vino de todo tipo. Aun así, no reclamé la provisión que me correspondía como gobernador, porque la prestación a los trabajadores ya gravaba bastante al pueblo.
19 ¡Oh Dios mío, acuérdate para mi bien de todo lo que he hecho por este pueblo!
1 Cuando Sambalat, Tobías, Guesen el árabe y el resto de nuestros enemigos se enteraron de que yo había reconstruido la muralla y no quedaba brecha alguna en ella (aunque todavía no había colocado las hojas de las puertas),
2 Sambalat y Guesen mandaron a decirme: «Ven, organicemos una entrevista con los príncipes de la vega de Ono». Como lo que querían era hacerme daño,
3 yo mandé a decirles: «Estoy ocupado en una obra importante y no puedo ir; la obra se pararía si la dejo para ir a veros».
4 Volvieron a hacerme la misma invitación cuatro veces, pero yo les di siempre la misma respuesta.
5 Entonces Sambalat mandó a decirme por quinta vez lo mismo por medio de un criado, que traía una carta abierta
6 en la que estaba escrito: «Entre las gentes corre el rumor –así lo afirma Gasmú– de que tú y los judíos proyectáis sublevaros, y que por eso reconstruyes la muralla; y de que tú serás su rey;
7 que has designado profetas para que hablen de ti en Jerusalén y te proclamen rey de Judá. Estos rumores llegarán a oídos del rey. Ven, pues, para que tomemos juntos una decisión».
8 Pero yo mandé a decirle: «No hay nada de lo que tú dices. Son mentiras inventadas por ti».
9 Y es que todos intentaban meternos miedo, pensando que dejaríamos el trabajo y que la obra no llegaría a término. Sin embargo, yo continué con más ánimo.
10 Uno de aquellos días fui a casa de Semaías, hijo de Delaías, hijo de Mehetabel, que estaba impedido, y me dijo: «Refugiémonos en el templo de Dios, en el interior del santuario. Cerremos bien las puertas del santuario, porque quieren venir a matarte. Sí, esta noche vendrán a matarte».
11 Pero respondí: «¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Quién como yo se refugiaría en el santuario para salvar su vida? No pienso ir».
12 Comprendí claramente que no lo había enviado Dios, sino que había pronunciado aquella profecía sobre mí porque Tobías y Sambalat lo habían comprado.
13 ¿Y para qué lo habían comprado? Para que yo, movido por el miedo, obrara así y pecara. Así ellos me acusarían de haber cometido una mala acción y la utilizarían como pretexto para desprestigiarme.
14 ¡Acuérdate, Dios mío, de lo que han hecho Tobías y Sambalat, de la profetisa Noadías y de los demás profetas que trataron de asustarme!
15 Así pues, la muralla se terminó el día veinticinco del mes de elul, después de cincuenta y dos días.
16 Cuando se enteraron nuestros enemigos, el miedo se apoderó de todas las naciones vecinas y se sintieron humillados, porque comprendieron que esta obra había sido realizada con la ayuda de nuestro Dios.
17 Por aquellos días los nobles de Judá intercambiaron muchas cartas con Tobías.
18 En Judá había muchos hombres vinculados a él por ser yerno de Secanías, hijo de Araj, y porque su hijo Yohojanán estaba casado con la hija de Mesulán, hijo de Berequías.
19 Ellos lo alababan ante mí y le transmitían mis palabras. Mientras tanto Tobías seguía mandando cartas para intimidarme.
1 Terminada la muralla, y tras haber colocado las hojas de las puertas, los porteros, los cantores y los levitas quedaron encargados de la vigilancia.
2 Puse al frente de Jerusalén a mi hermano Jananí y a Jananías, gobernador de la ciudadela, porque era un hombre más fiel y temeroso de Dios que otros,
3 y les dije: «Las puertas de Jerusalén no se abrirán hasta que el sol comience a calentar. Se cerrarán y se echarán los candados antes que se ponga. Los habitantes de Jerusalén harán guardia, unos en su puesto y otros delante de su propia casa».
4 La ciudad era espaciosa y grande, pero estaba poco poblada y no se construían casas.
5 Mi Dios me inspiró la idea de reunir a los nobles, a los prefectos y al pueblo para hacer el censo. Tomé el libro del registro genealógico de los que habían vuelto la primera vez, y encontré escrito en él:
6 Estos son los habitantes de la provincia que regresaron del cautiverio, a quienes había deportado Nabucodonosor, rey de Babilonia, y que volvieron a Jerusalén y Judá, cada uno a su ciudad.
7 Vinieron con Zorobabel, Josué, Nehemías, Azarías, Raamías, Najamaní, Mardoqueo, Bilsán, Mispéret, Bigvay, Najún y Baaná. El número de los hombres del pueblo de Israel fue el siguiente:
8 Descendientes de Parós: dos mil ciento setenta y dos;
9 descendientes de Sefatías, trescientos setenta y dos;
10 descendientes de Araj, seiscientos cincuenta y dos;
11 descendientes de Pajat-Moab, descendientes de Josué y Joab, dos mil ochocientos dieciocho;
12 descendientes de Elán, mil doscientos cincuenta y cuatro;
13 descendientes de Zatú, ochocientos cuarenta y cinco;
14 descendientes de Zacay, setecientos setenta;
15 descendientes de Binuy, seiscientos cuarenta y ocho;
16 descendientes de Bebay, seiscientos veintiocho;
17 descendientes de Azgad, dos mil trescientos veintidós;
18 descendientes de Adonicán, seiscientos sesenta y siete;
19 descendientes de Bigvay, dos mil sesenta y siete;
20 descendientes de Adín, seiscientos cincuenta y cinco;
21 descendientes de Ater, esto es, descendientes de Ezequías, noventa y ocho;
22 descendientes de Jasún, trescientos veintiocho;
23 descendientes de Besay, trescientos veinticuatro;
24 descendientes de Jarif, ciento doce.
25 Hombres oriundos de Gabaón, noventa y cinco;
26 oriundos de Belén y Netofá, ciento ochenta y ocho;
27 oriundos de Anatot, ciento veintiocho;
28 oriundos de Betazmávet, cuarenta y dos;
29 oriundos de Quiriat Yearín, Quefirá y Beerot, setecientos cuarenta y tres;
30 oriundos de Ramá y Gueba, seiscientos veintiuno;
31 oriundos de Micmás, ciento veintidós;
32 oriundos de Betel y Ay, ciento veintitrés.
33 Descendientes de Nebo, cincuenta y dos;
34 descendientes del otro Elán, mil doscientos cincuenta y cuatro;
35 descendientes de Jarín, trescientos veinte;
36 descendientes de Jericó, trescientos cuarenta y cinco;
37 descendientes de Lod, Jadid y Onó, setecientos veinticinco;
38 descendientes de Senaá, tres mil novecientos treinta.
39 Los sacerdotes eran estos: descendientes de Yedaías, de la parentela de Josué, novecientos setenta y tres;
40 descendientes de Imer, mil cincuenta y dos;
41 descendientes de Pasjur, mil doscientos cuarenta y siete;
42 descendientes de Jarín, mil diecisiete.
43 Los levitas eran los siguientes: descendientes de Josué y de Cadmiel, de la familia de Hodías, setenta y cuatro.
44 Los cantores eran ciento cuarenta y ocho descendientes de Asaf.
45 Los porteros eran ciento treinta y ocho descendientes de Salún, de Ater, de Talmón, de Acub, de Jatitay y de Sobay.
46 Los donados eran descendientes de Sijá, de Jasufá, de Tabaot,
47 de Querós, de Siahá, de Padón,
48 de Lebaná, de Jagabá, de Salmay,
49 de Janán, de Guidel, de Gajar,
50 de Reayá, de Resín, de Necodá,
51 de Gazán, de Uzá, de Paséaj,
52 de Besay, de Meunín, de Nefusín,
53 de Bacbuc, de Jacufá, de Jarjur,
54 de Baslut, de Mejidá, de Jarsá,
55 de Barcós, de Siserá, de Témaj,
56 de Nesíaj y de Jatifá.
57 Los siervos de Salomón eran descendientes de Sotay, de Soféret, de Perudá,
58 de Yaalá, de Darcón, de Guidel,
59 de Sefatías, de Jatil, de Poqueret Hasebáin y de Amón.
60 El total de donados y de siervos de Salomón se elevaba a trescientos noventa y dos.
61 Estos son los que regresaron de Tel-Mélaj, Tel-Jarsá, Querub, Addón e Imer, pero no pudieron demostrar que su familia paterna y su estirpe procedían de Israel:
62 seiscientos cuarenta y dos descendientes de Delaías, de Tobías y de Necodá;
63 y de los sacerdotes, los descendientes de Jobaías, de Hacós y de Barzilay, el que se había casado con una de las hijas de Barzilay, el galaadita, y que adoptó el nombre de ellas.
64 Estos buscaron sus títulos genealógicos, pero no los encontraron, por lo que fueron excluidos del sacerdocio.
65 El gobernador les prohibió comer alimentos sagrados hasta que se presentase un sacerdote para consultar los urim y los tumim.
66 La comunidad, al completo, estaba integrada por cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas,
67 sin contar sus esclavos y esclavas, que eran siete mil trescientos treinta y siete. También había doscientos cuarenta y cinco cantores y cantoras.
68 Disponían de setecientos treinta y seis caballos y doscientos cuarenta y cinco mulos. Tenían también cuatrocientos treinta y cinco camellos y seis mil setecientos veinte asnos.
69 Algunos de los cabezas de familia hicieron donativos para la obra. El gobernador ofrendó al tesoro mil dracmas de oro, cincuenta jarras y quinientas treinta túnicas sacerdotales.
70 Otros cabezas de familia depositaron en el tesoro de la obra veinte mil dracmas de oro y dos mil doscientas minas de plata.
71 El resto del pueblo entregó veinte mil dracmas de oro, dos mil minas de plata y sesenta y siete túnicas sacerdotales.
72 Los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores y parte del pueblo, los donados y todos los israelitas se establecieron en sus ciudades. Así, llegado el mes séptimo, los hijos de Israel ya vivían en sus ciudades.
1 El pueblo entero se reunió como un solo hombre en la plaza que está delante de la Puerta del Agua y dijeron a Esdras, el escriba, que trajese el libro de la ley de Moisés que el Señor había dado a Israel.
2 El día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón.
3 Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la ley.
4 El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. Estaban a su derecha Matitías, Semá, Ananías, Urías, Jelcías y Maasías; y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malquías, Jasún, Jasbadana, Zacarías y Mesulán.
5 Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie.
6 Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: «Amén, amén». Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
7 Los levitas Josué, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Sabtay, Hodiyías, Maasías, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán y Pelaías explicaron la ley al pueblo, que permanecía en pie.
8 Leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
9 Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley).
10 Nehemías les dijo: «Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!».
11 También los levitas tranquilizaban a todo el pueblo, diciendo: «¡Callad, no estéis tristes, porque este día es santo!».
12 Así que el pueblo entero se fue a comer y beber, a invitar a los demás y a celebrar una gran fiesta, porque habían comprendido lo que les habían enseñado.
13 El segundo día, los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y los levitas se reunieron con el escriba Esdras para escuchar atentamente las palabras de la ley.
14 Encontraron escrito en la ley que el Señor había prescrito por medio de Moisés que los hijos de Israel deberían vivir en cabañas durante la fiesta del mes séptimo.
15 Así pues, publicaron y pregonaron por todas sus ciudades y en Jerusalén un bando que decía: «Id al monte y traed ramos de olivo, de olivo silvestre, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos para hacer cabañas, como está prescrito».
16 El pueblo salió, trajo los ramos y cada cual se hizo su cabaña; unos en su propio terrado, otros en sus patios, en los atrios del templo de Dios, en la plaza de la Puerta del Agua y en la plaza de la Puerta de Efraín.
17 Toda la comunidad de los repatriados hizo cabañas y se instaló en ellas. Desde los tiempos de Josué, hijo de Nun, no habían hecho una cosa así los hijos de Israel hasta aquel día. Y la alegría fue inmensa.
18 Esdras leyó el libro de la ley de Dios a diario, desde el primer día hasta el último. La fiesta duró siete días y el octavo se celebró la fiesta solemne de clausura, según la costumbre.
1 El día veinticuatro de aquel mismo mes se reunieron los hijos de Israel para hacer ayuno, vestidos de saco y cubiertos de polvo.
2 Los de la raza de los hijos de Israel se separaron de todos los extranjeros, se presentaron y confesaron sus pecados y las iniquidades de sus padres.
3 De pie, cada uno desde su sitio, leyeron el libro de la ley del Señor, su Dios, durante tres horas. Después, en otras tres horas confesaron sus pecados y adoraron al Señor, su Dios.
4 A continuación subieron a la tribuna de los levitas Josué, Baní, Cadmiel, Sebanías, Buní, Serebías y Quenaní, y clamaron en alta voz al Señor, su Dios.
5 Y los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabnías, Serebías, Hodiyías, Sebanías y Petajías dijeron: «¡Poneos en pie y bendecid al Señor, vuestro Dios, desde siempre y por siempre! ¡Bendito sea tu nombre glorioso, que supera toda bendición y alabanza!».
6 Y Esdras oró así: «¡Tú eres el único Señor! Tú hiciste el cielo, el cielo de los cielos y todas sus estrellas, la tierra y todo cuanto hay en ella, los mares y todo lo que contienen. Tú das la vida a todo y todos los astros del cielo te adoran.
7 Tú eres, Señor, el Dios que elegiste a Abrán, le sacaste de Ur de los caldeos y le diste el nombre de Abrahán.
8 Comprobaste que su corazón era fiel a ti e hiciste con él una alianza, para darle a él y a su descendencia la tierra del cananeo, del hitita, del amorreo, del pereceo, del jebuseo, del guirgaseo. Y has cumplido tu palabra, porque eres justo.
9 Viste la aflicción de nuestros padres en Egipto y escuchaste su clamor junto al mar Rojo.
10 Hiciste milagros y prodigios contra el faraón, contra todos sus siervos y contra el pueblo entero de su país, porque sabías que los habían tratado con arrogancia. Te formaste un renombre que dura todavía hoy.
11 Dividiste el mar ante ellos y lo pasaron a pie enjuto. Mientras, a sus perseguidores los precipitaste en el abismo, como una piedra en aguas impetuosas.
12 Los guiaste de día mediante una columna de nube, de noche con una columna de fuego, para alumbrarles el camino que debían seguir.
13 Después bajaste sobre el monte Sinaí, hablaste con ellos desde el cielo, les diste órdenes justas, leyes verdaderas, preceptos y mandamientos buenos.
14 Les enseñaste tu santo sábado, les prescribiste mandamientos, preceptos y leyes por medio de tu siervo Moisés.
15 Les diste pan del cielo para saciar su hambre, hiciste manar agua de una roca para calmar su sed y les mandaste que tomaran posesión del país que, con la mano alzada, habías jurado darles.
16 Pero ellos, nuestros antepasados, se obstinaron, persistieron en su terquedad y no obedecieron tus mandatos.
17 No quisieron escuchar y no se acordaron de las maravillas que habías realizado para ellos. Se volvieron tercos y se empeñaron en volver a su esclavitud de Egipto. Pero tú eres un Dios dispuesto a perdonar, clemente y misericordioso, lento a la ira y lleno de bondad. Por eso no los abandonaste;
18 ni siquiera cuando se fabricaron un becerro de metal fundido y dijeron: “¡Este es tu dios, que te ha sacado de Egipto!", y cometieron grandes abominaciones.
19 Pues tú, por tu inmensa misericordia, no los abandonaste en el desierto. No se apartó de ellos la nube que durante el día los guiaba en su camino, ni la columna de fuego que por la noche alumbraba la ruta por la que habían de caminar.
20 Les diste tu espíritu bueno para instruirlos. No negaste el maná a su boca. Les diste agua para calmar la sed.
21 Los mantuviste cuarenta años en el desierto. No les faltó nada. Sus vestidos no se gastaron ni se les hincharon los pies.
22 Les diste reinos y pueblos y se los repartiste. Sometieron a Sijón, rey de Jesbón; y a Og, rey de Basán.
23 Multiplicaste a sus hijos como las estrellas del cielo. Los llevaste a la tierra que habías prometido dar a sus padres.
24 Así entraron los hijos y se apoderaron de la tierra. Humillaste ante ellos a los cananeos, pobladores del país, y los entregaste en sus manos, a ellos, a sus reyes y a los pueblos del país, para que los tratasen a su gusto.
25 Se apoderaron de ciudades amuralladas, de una tierra fértil. Ocuparon casas y todo tipo de bienes: pozos, viñedos, olivares y árboles frutales en abundancia. Comieron, se saciaron, engordaron y se recrearon en tu gran bondad.
26 Pero fueron insolentes. Se rebelaron contra ti y echaron tu ley a sus espaldas. Mataron a tus profetas, que les exhortaban a convertirse a ti, y te ofendieron gravemente.
27 Entonces los entregaste en mano de sus enemigos, que los oprimieron. Clamaron a ti en el momento de angustia y tú los escuchaste desde el cielo. Por tu gran bondad, les diste liberadores que los salvasen de las manos de sus enemigos.
28 Pero en cuanto recobraron la tranquilidad, volvieron a obrar mal ante ti y tú los abandonaste en manos de sus enemigos, que los sometieron a su yugo. Entonces te suplicaron otra vez y tú los escuchaste desde el cielo y por tu gran bondad los salvaste.
29 Les instabas a convertirse a tu ley, pero ellos actuaron con orgullo y no escucharon tus mandamientos, pecando contra tus leyes, que dan la vida a quienes las cumplen. Endurecieron su cerviz, persistieron en su terquedad y no obedecieron.
30 Aun así, fuiste benévolo con ellos muchos años. Los amonestaste con tu espíritu por medio de los profetas, pero no escucharon. Entonces los entregaste en manos de los pueblos gentiles.
31 Pero por tu gran bondad no los aniquilaste ni los abandonaste, porque eres un Dios clemente y misericordioso.
32 Ahora, ¡oh Dios nuestro!, Dios grande, poderoso, terrible, que guardas la Alianza y la misericordia, no desdeñes la desgracia que ha caído sobre nosotros, nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas, nuestros padres y todo tu pueblo, desde la época de los reyes de Asiria hasta el día de hoy.
33 Has sido justo en todo lo que nos ha sobrevenido, porque has actuado con tu lealtad, y nosotros, en cambio, con maldad.
34 Nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes y nuestros antepasados no cumplieron tu ley ni obedecieron tus mandamientos y las normas que tú les habías dado.
35 Ellos, cuando ocupaban su reino, no te sirvieron ni se arrepintieron de sus malas acciones, a pesar de los abundantes bienes que tú les concedías, en esta tierra ancha y feraz que tú habías puesto a su disposición.
36 Ahora nosotros mismos somos esclavos. Estamos esclavizados en el país que diste a nuestros padres para que comieran de sus frutos y sus bienes.
37 Sus muchos frutos son para los reyes que nos has impuesto por nuestros pecados. Ellos hacen lo que quieren con nosotros y con nuestro ganado. Por eso estamos tan angustiados.
1 Por todo esto, aceptamos el compromiso firme, escrito, sellado y firmado por nuestros príncipes, por nuestros levitas y por nuestros sacerdotes».
2 El documento lo firmaron: Nehemías, el gobernador, hijo de Jacalías, y Sedecías,
3 Seraías, Azarías, Jeremías,
4 Pasjur, Amarías, Malquías,
5 Jatús, Sebanías, Maluc,
6 Jarín Meremot, Abdías,
7 Daniel, Guinetón, Baruc,
8 Mesulán, Abías, Miyamín,
9 Mazías, Bilgá y Semaías.
10 También lo firmaron los levitas: Josué, hijo de Azanías; Binuy, descendiente de Jenadad; Cadmiel
11 y sus hermanos Secanías, Odías, Quelitá, Pelaías, Janán,
12 Micá, Rejob, Jasabías,
13 Zacur, Serebías, Sebanías,
14 Hodiyías, Baní y Beninú.
15 Lo firmaron también los jefes del pueblo: Parós, Pajat, Moab, Elán, Zatú, Baní,
16 Buní, Azgad, Bebay,
17 Adonías, Bigvay, Adín,
18 Ater, Ezequías, Azur,
19 Hodiyías, Jasún, Besay,
20 Jarif, Anatot, Nebay,
21 Magpías, Mesulán, Jezir,
22 Mesezabel, Sadoc, Yadúa,
23 Pelatías, Janán, Anaías,
24 Oseas, Jananías, Jasub,
25 Halojés, Piljá, Sobec,
26 Rejún, Jasabná, Mazías,
27 Ajías, Janán, Anán,
28 Maluc, Jarín y Baaná.
29 El resto del pueblo, los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, los donados del templo y todos los que se habían separado de las gentes de otros países para unirse a la ley de Dios, sus mujeres, sus hijos y sus hijas, todos los que tenían uso de razón,
30 se unieron a sus hermanos y a sus jefes y se comprometieron, bajo juramento, a caminar en la ley de Dios, dada por medio de Moisés, siervo de Dios, y a observar y poner en práctica todos los mandamientos del Señor, nuestro Dios, sus normas y sus leyes;
31 se comprometieron igualmente a no casar a nuestras hijas con las gentes del país, ni permitir que sus hijas se casen con nuestros hijos;
32 a no comprar nada en sábado o en día festivo a las gentes del país cuando traigan a vender mercancías o cualquier clase de cereales; a renunciar el año séptimo a la deuda de cualquier prestamista.
33 También nos impusimos la obligación de dar un tercio de siclo al año para el culto del templo de nuestro Dios,
34 para los panes de la proposición, para la ofrenda cotidiana, para el holocausto perpetuo, para los sacrificios de los sábados, de los novilunios, de las solemnidades, para los sacrificios de reconciliación, para los sacrificios por el pecado en expiación de Israel, y para cualquier obra del templo de nuestro Dios.
35 Los sacerdotes, los levitas y el pueblo también organizamos por suertes la aportación de la leña que cada familia debía suministrar al templo de nuestro Dios en su momento, año por año, para quemarla sobre el altar del Señor, nuestro Dios, como está escrito en la ley.
36 Acordamos traer cada año al templo del Señor las primicias de nuestras cosechas y de los frutos de todos los árboles,
37 y a los primogénitos de nuestros hijos y de nuestros ganados, como está prescrito en la ley. En cuanto a los primogénitos de nuestras reses vacunas y de nuestro ganado menor, decidimos presentarlos en el templo de nuestro Dios a los sacerdotes encargados del culto del templo de nuestro Dios.
38 También acordamos traer a los sacerdotes las primicias de nuestra harina, de los frutos de toda clase de árboles, del vino y del aceite, para almacenarlas en las cámaras del templo de nuestro Dios; y dar la décima parte de nuestras cosechas a los levitas, pues son los mismos levitas los que recogerán las ofrendas en todas nuestras ciudades de labranza.
39 Un sacerdote, hijo de Aarón, acompañará a los levitas en la colecta de los diezmos. Los levitas, por su parte, llevarán la décima parte del diezmo recogido al templo de nuestro Dios, a las cámaras del tesoro,
40 porque en estas cámaras es donde los hijos de Israel y los levitas depositan las contribuciones de vino, trigo y aceite, y donde están los materiales del santuario, de los sacerdotes en servicio, de los porteros y de los cantores. Y no abandonaremos más el templo de nuestro Dios.
1 Los príncipes del pueblo se establecieron en Jerusalén. En relación con el resto del pueblo, se echó a suertes para que, de cada diez hombres, uno viniese a vivir a Jerusalén, la ciudad santa, quedando los otros nueve en las ciudades.
2 El pueblo bendijo a todos los que se ofrecían voluntarios para vivir en Jerusalén.
3 Estos son los jefes de las provincias que se establecieron en Jerusalén y en las ciudades de Judá. Cada uno se estableció en su propiedad, en sus poblaciones respectivas de Israel: sacerdotes, levitas, donados del templo y descendientes de los siervos de Salomón.
4 En Jerusalén se establecieron algunos de Judá y de Benjamín.
De Judá: Ataías, hijo de Uzías, hijo de Zacarías, hijo de Amarías, hijo de Sefatías, hijo de Mahaleel, descendientes de Fares;
5 y Maasías, hijo de Baruc, hijo de Col José, hijo de Jazaías, hijo de Adaías, hijo de Yoyarib, hijo de Zacarías, hijo de Seloní.
6 En total, los descendientes de Fares que se establecieron en Jerusalén fueron cuatrocientos sesenta y ocho hombres de valía.
7 De Benjamín: Salú, hijo de Mesulán, hijo de Yoed, hijo de Pedaías, hijo de Colaías, hijo de Maasías, hijo de Itiel, hijo de Isaías,
8 y sus hermanos Gabbay y Sallay. En total, novecientos veintiocho hombres de valía.
9 Su jefe era Joel, hijo de Zicrí, y el segundo puesto en la ciudad lo ocupaba Judá, hijo de Hasenúa.
10 De los sacerdotes: Yedaías, hijo de Yoyarib; Yaquín,
11 Seraías, hijo de Helcías, hijo de Mesulán, hijo de Sadoc, hijo de Marayot, hijo de Ajitub, príncipe del templo de Dios,
12 y sus hermanos, empleados en el servicio del templo: ochocientos veintidós; y Adaías, hijo de Yeroján, hijo de Pelalías, hijo de Amsí, hijo de Zacarías, hijo de Pasjur, hijo de Malquías,
13 y sus hermanos cabezas de familia: doscientos cuarenta y dos; y Amasay, hijo de Azarel, hijo de Ajzay, hijo de Mesilemot, hijo de Imer,
14 y sus hermanos, gente preparada: ciento veintiocho. Su jefe era Zabdiel, hijo de Hagadol.
15 De los levitas: Semaías, hijo de Jasub, hijo de Azricán, hijo de Jasabías, hijo de Buní;
16 Sabtay y Yozabab, jefes de los levitas, que estaban al frente de los asuntos exteriores del templo de Dios;
17 Matanías, hijo de Micá, hijo de Zabdí, hijo de Asaf, cantor jefe que entonaba la acción de gracias en la oración; Bacbuquías, el segundo entre sus hermanos, y Abdías, hijo de Samúa, hijo de Galal, hijo de Yedutún.
18 El total de los levitas en la ciudad santa era de doscientos ochenta y cuatro.
19 De los porteros: Acub, Talmón y sus hermanos, guardianes de las puertas: ciento setenta y dos.
20 El resto de Israel, los sacerdotes y los levitas vivían en todas las ciudades de Judá, cada uno en su propiedad.
21 Los donados del templo residían en el Ófel. Sijá y Guispá eran los jefes de los donados del templo.
22 En Jerusalén, el jefe de los levitas era Uzí, hijo de Baní, hijo de Jasabías, hijo de Matanías, hijo de Micá, de los descendientes de Asaf, que eran cantores al servicio del templo de Dios.
23 Había una disposición del rey sobre ellos, y para los cantores había una ley que establecía su turno día a día.
24 Petajías, hijo de Mesezabel, descendiente de Zéraj, hijo de Judá, era representante del rey para todos los asuntos del pueblo.
25 En las aldeas y en sus campos residían parte de los de Judá: en Quiriat Arbá y sus aldeas vecinas; en Dibón y sus aldeas vecinas; en Yacabsel y sus villas;
26 en Yesúa, Moladay Betpélet;
27 en Jasar Sual, Berseba y sus aldeas vecinas;
28 en Sicelag, Meconá y sus aldeas vecinas;
29 en Ein Rimón, Orea y Yarmut;
30 en Zanóaj, Adulán y sus villas; en Laquis y sus campos; en Azecá y sus aldeas vecinas. Así habitaron desde Berseba hasta el valle de Hinnón.
31 Por su parte, los descendientes de Benjamín se establecieron en Guibeá, Micmás, Ayá, Betel y sus aldeas vecinas;
32 en Anatot, Nob, Ananías,
33 Jasor, Ramá, Guitayin,
34 Jadid, Seboín y Nebalat;
35 en Lod, Onó y el valle de los Artesanos.
36 De los levitas había grupos en Judá y Benjamín.
1 Estos son los sacerdotes y levitas que regresaron con Zorobabel, hijo de Sealtiel, y con Josué: Seraías, Jeremías, Esdras,
2 Amarías, Maluc, Jatús,
3 Secanías, Rejún, Merenot,
4 Idó, Guinetón, Abías,
5 Miyamín, Mazías, Bilgá,
6 Semaías, Yoyarib, Yedaías,
7 Salú, Amoc, Jelcías, Yedaías. Estos eran los jefes de los sacerdotes y de sus hermanos en tiempos de Josué.
8 De los levitas: Josué, Binuy, Cadmiel, Serebías, Judá y Matanías, el que dirigía los himnos con sus hermanos,
9 mientras que Bacbuquías y Uní, hermanos suyos, se alternaban con ellos, según sus clases respectivas.
10 Josué engendró a Joaquín, Joaquín engendró a Eliasib, Eliasib engendró a Yoyadá,
11 Yoyadá engendró a Yojanán y Yojanán engendró a Yadúa.
12 En tiempos de Joaquín, los cabezas de las familias sacerdotales eran: de la de Seraías, Meraías; de la de Jeremías, Jananías;
13 de la de Esdras, Mesulán; de la de Amarías, Yehojanán;
14 de la de Maluk, Jonatán; de la de Secanías, José;
15 de la de Jarín, Adná; de la de Meremot, Jelcay;
16 de la de Idó, Zacarías; de la de Guinetón, Mesulán;
17 de la de Abías, Zicrí; de la de Miyamín; de la de Mazías, Piltay;
18 de la de Bilgá, Samúa; de la de Semaías, Jonatán;
19 de la de Yoyarib, Matenay; de la de Yedayá, Uzí;
20 de la de Salú, Calay; de la de Amoc, Eber;
21 de la de Jelcías, Jasabías; de la de Yedayá, Natanael.
22 Yoyadá, Yojanán y Yadúa, los cabezas de familias sacerdotales, fueron registrados en tiempos de Eliasib, hasta el reinado de Darío el Persa.
23 Los levitas, cabezas de familia, fueron registrados en el libro de las Crónicas hasta la época de Yojanán, nieto de Eliasib.
24 Los jefes de los levitas eran Jasabías, Serebías, Josué, Binuy y Cadmiel; sus hermanos se situaban delante en el coro (un coro frente a otro) para alternar con ellos los himnos de alabanza y de acción de gracias, conforme a las normas de David, hombre de Dios. Eran
25 Matanías, Bacbuquías y Abdías. Mesulán, Talmón y Acub eran porteros y montaban guardia en las puertas de los almacenes.
26 Estos vivían en tiempos de Joaquín, hijo de Josué, hijo de Josadac, y en tiempos de Nehemías, el gobernador, y de Esdras, el sacerdote y escriba.
27 Para la inauguración de la muralla de Jerusalén fueron a buscar a los levitas de todos los lugares donde habitaban, para que viniesen a Jerusalén y se pudiese celebrar la dedicación con júbilo, con himnos de alabanza y con cánticos, al son de címbalos, arpas y cítaras.
28 Acudieron los cantores levitas de los alrededores de Jerusalén, de las aldeas de Netofat,
29 de Betguilgal, de los campos de Guibeá y de Azmávet, pues los cantores habían construido sus propios pueblos en los alrededores de Jerusalén.
30 Los sacerdotes y los levitas se purificaron y después purificaron al pueblo, las puertas y la muralla.
31 Después hice subir a la muralla a los jefes de Judá y organicé dos grandes coros de cantores para ser dirigidos. El primero marchaba por la muralla hacia la derecha, hacia la Puerta del Muladar.
32 Detrás de él iban Osaías y la mitad de los jefes de Judá,
33 Azarías, Esdras, Mesulán,
34 Judá, Minyamín, Semaías y Jeremías;
35 y, de los hijos de los sacerdotes, iban provistos de trompetas los siguientes: Zacarías, hijo de Jonatán, hijo de Semaías, hijo de Matanías, hijo de Miqueas, hijo de Zacur, hijo de Asaf,
36 y sus hermanos Semaías, Azarel, Milalay, Guilalay, Maay, Natanael, Judá y Jananí, con los instrumentos musicales de David, hombre de Dios. Esdras, el escriba, iba al frente de ellos.
37 Al llegar a la Puerta de la Fuente, subieron derechos por la escalinata de la Ciudad de David, por encima de la muralla, y por la subida del palacio de David, hasta llegar a la Puerta del Agua, a oriente.
38 El segundo coro marchaba por la izquierda. Yo iba detrás de él con la otra mitad de los jefes del pueblo, por encima de la muralla ancha.
39 Pasamos después por la parte de arriba de la Puerta de Efraín, de la Puerta Antigua y de la Puerta de los Peces; después por la Torre de Jananel y la Torre de los Cien, hasta la Puerta de las Ovejas, parándonos en la Puerta de la Cárcel.
40 Los dos coros se pararon en el templo de Dios, y yo también con la mitad de los jefes
41 y los sacerdotes Eliaquín, Maasías, Minyamín, Miqueas, Elyoenay, Zacarías y Jananías, con las trompetas.
42 Y también con Maasías, Semaías, Eleazar, Uzí, Yehojanán, Malaquías, Elán y Ezer. Los cantores entonaron sus cantos. Yisrajías era el director.
43 Aquel día se ofrecieron sacrificios solemnes; la gente estaba llena de júbilo, pues Dios les había dado un motivo de gran alegría. También las mujeres y los niños se regocijaron, de modo que la alegría de Jerusalén se oía desde lejos.
44 Aquel día se nombraron los responsables de los almacenes destinados a guardar las contribuciones, las primicias y los diezmos. Debían reunir en ellos, según los campos de las diversas ciudades, las porciones legales correspondientes a los sacerdotes y levitas, pues Judá se complacía viendo a los sacerdotes y levitas en funciones.
45 Ellos guardaban las normas relativas a Dios y el rito de la purificación. También los cantores y los porteros actuaban según las prescripciones de David y de su hijo Salomón.
46 Pues ya en los tiempos antiguos de David y de Asaf existían jefes de cantores y cánticos de alabanza y de acción de gracias a Dios.
47 En tiempos de Zorobabel y en tiempos de Nehemías todo Israel daba a los cantores y a los porteros las porciones correspondientes a sus necesidades de cada día. También daban a los levitas las cosas consagradas. Y los levitas entregaban las cosas sagradas a los hijos de Aarón.
1 En aquel tiempo, se leyó el libro de Moisés en presencia del pueblo y se encontró escrito en él que los amonitas y los moabitas no debían entrar jamás en la comunidad de Dios,
2 porque no habían salido a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, y habían comprado a Balaán para que los maldijese, aunque nuestro Dios cambiara la maldición en bendición.
3 De manera que cuando escucharon la ley, excluyeron de Israel a todos los extranjeros.
4 Antes de esto, Eliasib, pariente de Tobías, sacerdote responsable de los almacenes del templo de nuestro Dios,
5 había preparado un local grande en el que antes se depositaban las ofrendas, el incienso, los utensilios, los diezmos del grano, del vino y del aceite, esto es, lo que tenían que dar a los levitas, a los cantores y a los porteros, y el salario que correspondía a los sacerdotes.
6 Mientras sucedía todo esto, yo no estaba en Jerusalén, porque el año treinta y dos de Artajerjes, rey de Babilonia, regresé a la corte. Pasado algún tiempo pedí un permiso al rey
7 y vine a Jerusalén. Aquí me enteré del mal que Eliasib había hecho proporcionando a Tobías un local en el atrio del templo de Dios.
8 Me enfadé mucho por aquello y saqué del lugar todos los muebles de la casa de Tobías.
9 Después mandé purificar el lugar e hice reponer allí los utensilios del templo de Dios, las ofrendas y el incienso.
10 También supe que no se habían vuelto a entregar las partes de los levitas y que los levitas y los cantores encargados del servicio habían tenido que marcharse a sus campos.
11 Reprendí a los jefes y les dije: «¿Por qué ha sido abandonado el templo de Dios?». Después los reuní y restablecí sus funciones.
12 Todo Judá trajo a los almacenes la décima parte del trigo, del vino y del aceite.
13 Puse como responsables de los almacenes al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc y al levita Pedaías y, como adjunto, a Janán, hijo de Zacur y nieto de Matanías, porque eran considerados personas de confianza. Les encargamos que hicieran el reparto entre sus hermanos.
14 ¡Acuérdate de mí por esto, oh Dios mío, y no olvides las obras buenas que hice por el templo de mi Dios y por su servicio!
15 Por aquellos días me di cuenta de que en Judá había algunos que en sábado pisaban en los lagares, acarreaban los haces cargándolos sobre asnos, e incluso transportaban vino, uva, higos y toda clase de mercancías, para traerlos a Jerusalén en día de sábado, y los amonesté por ponerse a vender ese día sus productos.
16 También algunos tirios que vivían en la ciudad traían pescado y toda clase de mercancías, y las vendían a los judíos en Jerusalén en sábado.
17 Yo reprendí a los jefes de Judá, diciéndoles: «¿Por qué hacéis esto tan detestable profanando el día del sábado?
18 ¿Acaso no fue esto lo que hicieron vuestros padres y por lo que Dios hizo caer sobre nosotros y sobre esta ciudad toda esta calamidad? ¡Y vosotros aumentáis el ardor de la ira divina contra Israel profanando el sábado!».
19 Así pues, en cuanto la noche cubrió las puertas de Jerusalén, la víspera del sábado, ordené que se cerrasen las puertas, y que no se abrieran hasta después del sábado. Situé junto a las puertas a algunos de mis hombres para que no entrase carga alguna en día de sábado.
20 Así pues, los mercaderes y los vendedores de todo tipo de productos pasaron la noche fuera de Jerusalén una o dos veces.
21 Y los reprendí diciéndoles: «¿Por qué pasáis la noche delante de la muralla? Si lo volvéis a hacer, ordenaré que os detengan». Desde aquel momento no volvieron más en día de sábado.
22 También ordené a los levitas que se purificasen y vinieran a guardar las puertas, para que se santificara el día de sábado. ¡También por esto, acuérdate de mí, oh Dios mío, y ten piedad de mí por tu gran misericordia!
23 Por aquellos días también observé que algunos judíos se habían casado con mujeres asdoditas, amonitas y moabitas.
24 De sus hijos, la mitad hablaban asdodeo o el idioma de otros pueblos, pero no sabían hablar judío.
25 Los reprendí y los maldije, hice azotar a algunos de ellos, les arranqué los cabellos y les hice jurar en el nombre de Dios: «¡No caséis a vuestras hijas con extranjeros! ¡Y vosotros y vuestros hijos no os caséis con extranjeras!
26 ¿No fue este el pecado de Salomón, rey de Israel? Y eso que entre tantos países no había un rey como él. Era amado por su Dios, y Dios le había constituido rey de todo Israel. Pero también a él lo indujeron al pecado las mujeres extranjeras.
27 ¿También tendremos que oír que cometéis este grave delito de traicionar a nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras?».
28 Incluso a uno de los hijos de Yoyadá, hijo del sumo sacerdote Eliasib, yerno de Sambalat, el joronita, lo eché de mi lado.
29 ¡Acuérdate, oh Dios mío, de esta gente, que ha profanado el sacerdocio y la alianza de los sacerdotes y los levitas!
30 De esta forma los purifiqué de todo lo extranjero y restablecí los servicios de los sacerdotes y los levitas, regulando la función de cada uno,
31 la ofrenda de la leña en sus tiempos fijados y la de las primicias. ¡Acuérdate de mí, oh Dios mío, en mi bien!