1 Historia de Tobit, hijo de Tobiel, hijo de Ananiel, hijo de Aduel, hijo de Gabael, de la familia de Asiel, de la tribu de Neftalí.
2 En tiempos de Salmanasar, rey de Asiria, fue deportado desde Tisbé, que se halla al sur de Cadés de Neftalí, en la alta Galilea por encima de Jasor, detrás del camino del oeste y al norte de Safed.
3 Yo, Tobit, he practicado la verdad y la justicia toda mi vida; he dado muchas limosnas a mis parientes y compatriotas que vinieron cautivos conmigo a Nínive, la tierra de los asirios.
4 Siendo yo muy joven, cuando vivía aún en mi país, Israel, toda la tribu de mi antepasado Neftalí se separó de la dinastía de David, mi padre, y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como único lugar para ofrecer sus sacrificios. Allí había sido edificado y consagrado el templo, morada de Dios por todas las generaciones.
5 Pero todos mis parientes –toda la casa de mi antepasado Neftalí– ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboán, rey de Israel, había mandado colocar en Dan, en la montaña de Galilea.
6 A menudo era yo el único que iba a Jerusalén para celebrar las fiestas, tal como está prescrito para todo Israel como ley perpetua. Me faltaba tiempo para ir a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas.
7 Se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. A los levitas que oficiaban en Jerusalén les entregaba el diezmo del vino, del trigo, del aceite, de las granadas, de los higos y demás frutos. El segundo diezmo, de los seis años, lo cambiaba en dinero y lo gastaba en Jerusalén cada año.
8 El tercer diezmo lo daba, cada tres años, a viudas, a huérfanos y a prosélitos incorporados a los hijos de Israel. Celebrábamos una comida según lo prescrito en la ley de Moisés y según las recomendaciones de Débora, madre de mi abuelo Ananiel.
Mi padre murió, y quedé huérfano.
9 Cuando me hice un hombre, me casé con Ana, una mujer de nuestra familia. De ella tuve un hijo al que puse por nombre Tobías.
10 Después fui deportado a Asiria y fijé mi residencia en Nínive. Todos los de mi familia y mi raza comían los mismos alimentos que los paganos.
11 Pero yo me guardaba cuidadosamente de hacerlo.
12 Y puesto que me había acordado de Dios con toda mi alma,
13 el Altísimo hizo que Salmanasar me concediera gracia y favor y me nombrara proveedor suyo.
14 Mientras él vivió, me desplazaba a Media para cumplir allí sus encargos. En Ragués de Media, en casa de Gabael, hijo de mi hermano Gabrí, deposité unos sacos con unos trescientos cincuenta kilos de plata.
15 Pero, cuando murió Salmanasar y le sucedió en el trono su hijo Senaquerib, se cerraron los caminos de Media y no pude volver allí.
16 En tiempos de Salmanasar di muchas limosnas a mis hermanos de raza:
17 procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza abandonado fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba.
18 Enterré también a los que mandó matar Senaquerib cuando vino huyendo de Judea –el Rey del cielo lo castigó por todas sus blasfemias, y él, en venganza, dio muerte a muchos hijos de Israel–. Yo sustraje sus cuerpos y les di sepultura. Senaquerib los buscó en vano.
19 Un ninivita informó al rey de que era yo quien los había enterrado. Entonces me escondí. Pero, tras verificar que el rey sabía de mí y que me buscaban para matarme, tuve miedo y escapé.
20 Todos mis bienes, confiscados, pasaron al tesoro real. Quedé sin nada, salvo Ana, mi mujer, y mi hijo Tobías.
21 Sin embargo, menos de cuarenta días más tarde, Senaquerib fue asesinado por dos de sus hijos, los cuales huyeron a los montes de Ararat. Le sucedió en el trono su hijo Asaradón, que puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de las finanzas de su reino con facultades sobre toda la administración.
22 Gracias a la intercesión de Ajicar, pude volver a Nínive. Ajicar, que había sido copero mayor, custodio del sello real, contable y tesorero durante el reinado de Senaquerib, fue confirmado en sus cargos por Asaradón. Ajicar era de mi familia, sobrino mío.
1 Siendo rey Asaradón, volví a mi casa y recuperé a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías. En nuestra santa fiesta de Pentecostés, es decir, la fiesta de las Semanas, me prepararon un banquete, y me senté dispuesto a comer.
2 Me prepararon la mesa y vi suculentos manjares. Entonces dije a mi hijo Tobías: «Hijo, sal y si, entre nuestros hermanos deportados en Nínive, encuentras algún pobre que se acuerde de Dios con todo corazón, tráelo para que coma con nosotros. Hijo mío, esperaré hasta que vuelvas».
3 Tobías salió en busca de algún pobre de nuestro pueblo, pero al regreso me dijo: «¡Padre!». Respondí: «Aquí estoy, hijo mío». Él contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros y su cuerpo yace en la plaza del mercado. Acaba de ser estrangulado».
4 Me levanté sin haber probado la comida, tomé el cadáver de la plaza y lo dejé en un cobertizo para enterrarlo cuando se pusiera el sol.
5 Entré de nuevo, me lavé y comí con amargura,
6 recordando las palabras del profeta Amós contra Betel: «Vuestras fiestas se convertirán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones». No pude reprimir las lágrimas.
7 Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y enterré el cadáver.
8 Los vecinos se burlaban de mí diciendo: «Este no escarmienta. Tuvo que escapar cuando lo buscaban para matarlo por enterrar muertos y vuelve a la tarea».
9 Aquella noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté en la tapia, con la cara descubierta porque hacía calor.
10 No había advertido que sobre la tapia, encima de mí, había gorriones. Sus excrementos aún calientes me cayeron sobre los ojos y me produjeron unas manchas blanquecinas. Acudí a los médicos para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, más vista perdía a causa de las manchas; hasta que terminé totalmente ciego. Cuatro años permanecí sin ver. Todos mis parientes se mostraron afligidos. Ajicar me cuidó durante dos años, hasta que marchó a Elimaida.
11 En tal situación, para obtener algún dinero, mi mujer, Ana, tuvo que trabajar en labores femeninas tejiendo lanas.
12 Los clientes le abonaban el precio a la entrega del trabajo. Un día, el siete de marzo, terminó una pieza de tela y la entregó a los clientes. Estos, además de darle toda la paga, le regalaron un cabrito.
13 Cuando ella entró en casa, el cabrito se puso a balar. Yo entonces llamé a mi mujer y le pregunté: «¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿No será robado? Devuélvelo a su dueño. No podemos comer cosas robadas».
14 Ella me aseguró: «Es un regalo que me han hecho además de pagarme». No la creí y, avergonzado por su comportamiento, insistí en que lo devolviera a su dueño. Entonces ella me replicó: «¿Donde están tus limosnas y buenas obras? Ya ves de qué te han servido».
1 Con el alma llena de tristeza, entre gemidos y sollozos, recité esta plegaria:
2 «Eres justo, Señor, y justas son tus obras;
siempre actúas con misericordia y fidelidad,
tú eres juez del universo.
3 Acuérdate, Señor, de mí y mírame;
no me castigues por los pecados y errores
que yo y mis padres hemos cometido.
Hemos pecado en tu presencia,
4 hemos transgredido tus mandatos
y tú nos has entregado
al saqueo, al cautiverio y a la muerte,
hasta convertirnos en burla y chismorreo,
en irrisión para todas las naciones
entre las que nos has dispersado.
5 Reconozco la justicia de tus juicios
cuando me castigas por mis pecados y los de mis padres,
porque no hemos obedecido tus mandatos,
no hemos sido fieles en tu presencia.
6 Haz conmigo lo que quieras,
manda que me arrebaten la vida,
que desaparezca de la faz de la tierra
y a la tierra vuelva de nuevo.
Más me vale morir que vivir
porque se mofan de mí sin motivo
y me invade profunda tristeza.
Manda que me libre, Señor, de tanta aflicción,
déjame partir a la morada eterna.
Señor, no me retires tu rostro.
Mejor es morir que vivir en tal miseria
y escuchar tantos ultrajes».
7 Sucedió aquel mismo día que Sara, hija de Ragüel, el de Ecbatana, en Media, fue injuriada por una de las criadas de su padre,
8 porque había tenido siete maridos, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de consumar el matrimonio, según costumbre. La criada le dijo: «Eres tú la que matas a tus maridos. Ya te has casado siete veces y no llevas el nombre de ninguno de ellos.
9 ¿Por qué nos castigas por su muerte? ¡Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!».
10 Entonces Sara, llena de tristeza, subió llorando al piso superior de la casa con el propósito de ahorcarse. Pero, pensándolo mejor, se dijo: «Solo serviría para que recriminen a mi padre. Le dirían que su hija única se ahorcó al sentirse desgraciada. No quiero que mi anciano padre baje a la tumba abrumado de dolor. En vez de ahorcarme, pediré la muerte al Señor para no tener que oír más reproches en mi vida».
11 Entonces extendió las manos hacia la ventana y oró así:
«Bendito seas, Dios misericordioso,
y bendito sea tu nombre por siempre;
que tus obras te bendigan por los siglos.
12 Hacia ti levanto mi rostro
y elevo mis ojos a ti.
13 Hazme desaparecer de la tierra
para no soportar más injurias.
14 Tú sabes, Señor que soy virgen,
libre de contacto con varón.
15 No he mancillado mi nombre
ni el de mi padre en este destierro.
Soy hija única y mi padre
no tiene otro hijo que le herede,
ni tiene pariente próximo o familiar
a quien me entregue por esposa.
Siete maridos se me han muerto.
¿Para qué seguir viviendo?
Y si no quieres mi muerte, Señor,
manda que me miren con benevolencia
y tengan misericordia de mí,
para que no escuche más insultos».
16 En aquel instante, la oración de ambos fue escuchada delante de la gloria de Dios,
17 el cual envió al ángel Rafael para curarlos: a Tobit, para que desaparecieran las manchas blanquecinas de sus ojos y pudiera contemplar la luz de Dios; a Sara, hija de Ragüel, para darla en matrimonio a Tobías, hijo de Tobit, liberándola del malvado demonio Asmodeo. Tobías tenía más derecho a casarse con ella que cuantos la habían pretendido. Tobías regresaba entonces del patio a casa y Sara descendía del piso superior.
1 Aquel mismo día, Tobit se acordó del dinero que había depositado en casa de Gabael, en Ragués de Media,
2 y pensó para sí: «He pedido la muerte. ¿Por qué no llamo a mi hijo Tobías para informarle sobre el dinero antes de morir?».
3 Lo llamó y, cuando se presentó, le dijo: «Cuando muera, dame digna sepultura. Respeta a tu madre, no la abandones mientras viva. Complácela, no entristezcas nunca su corazón.
4 Recuerda, hijo, que sufrió por ti muchos peligros mientras te llevaba en su seno. Cuando ella muera, entiérrala junto a mí, en el mismo sepulcro.
5 Hijo, acuérdate del Señor todos los días. No peques ni quebrantes sus mandamientos. Pórtate bien toda tu vida. No vayas por caminos de iniquidad,
6 pues si obras la verdad tendrás éxito en tus empresas, igual que los que obran la justicia.
7 Da limosna de cuanto posees; no seas tacaño. No apartes tu rostro ante el pobre y Dios no lo apartará de ti.
8 Da limosna en la medida que puedas; si tienes poco, no te avergüences de dar poco.
9 Así acumularás un tesoro para el día de la necesidad.
10 La limosna preserva de la muerte y libra de caer en las tinieblas.
11 Dar limosna es una ofrenda agradable para cuantos la hacen delante del Altísimo.
12 Guárdate, hijo, de la fornicación. En primer lugar, cásate con una mujer de la familia de tus padres. No te cases con una que sea ajena a nuestra tribu, porque somos descendientes de profetas. Recuerda, hijo, que Noé, Abrahán, Isaac y Jacob, nuestros antepasados, se casaron con mujeres de su propia parentela y fueron bendecidos con hijos, de suerte que su descendencia heredará la tierra.
13 Hijo, ama a tus parientes. No seas soberbio al tomar mujer de entre las hijas de tu pueblo. La soberbia acarrea inquietudes y ruina. La pereza conduce al hambre y a la pobreza. La pereza es madre de la miseria.
14 Paga a tus obreros su jornal el mismo día; no retengas ni una noche el dinero de nadie. Si sirves a Dios en verdad, él te recompensará. Pon cuidado, hijo, en toda tu conducta, compórtate con educación.
15 No hagas a nadie lo que tú aborreces. No bebas con exceso, no te aficiones a la embriaguez.
16 Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el que está desnudo. Si algo te sobra, dalo con generosidad al pobre, y que tu ojo no mire cuando des limosna.
17 Ofrece tu pan sobre las tumbas de los justos; no lo des a los pecadores.
18 Busca el consejo de los sensatos; no desprecies los buenos consejos.
19 Alaba al Señor Dios en todo tiempo, ruégale que oriente tu conducta. Así tendrás éxito en tus empresas y proyectos. Porque ningún pueblo es dueño de sus proyectos, sino solo el Señor, que da todos los bienes según le place o abate hasta el fondo del abismo. Recuerda, hijo, estos preceptos, no los olvides jamás.
20 Debo decirte, por otra parte, que tengo depositados unos trescientos cincuenta kilos de plata en casa de Gabael, hijo de Gabrí, en Ragués de Media.
21 No te preocupes de que hayamos caído en la pobreza: serás muy rico si temes a Dios, evitas todo pecado y haces lo que agrada al Señor, tu Dios».
1 Tobías respondió a Tobit, su padre: «Padre, haré todo lo que me mandas.
2 Pero ¿cómo podré recuperar ese dinero? Gabael no me conoce, ni yo a él. ¿Qué prueba puedo darle para que me reconozca, se fíe de mí y me entregue el dinero? Además, no sé cómo se va a Media».
3 Tobit le explicó: «Los dos firmamos un recibo que yo dividí en dos partes. Me quedé con una y dejé la otra con el dinero. Hace ya veinte años de aquello. Ahora, hijo, busca una persona de confianza que te acompañe. Le pagaremos un salario hasta que volváis. Ve y recupera ese dinero».
4 Tobías salió a buscar un guía que conociera el camino de Media y lo acompañara. Nada más salir, se encontró con el ángel Rafael. Pero no sabía que era un ángel de Dios.
5 Le preguntó: «¿De dónde vienes, amigo?».
El ángel respondió: «Soy un hijo de Israel, como tú. Ando en busca de trabajo».
Tobías preguntó: «¿Conoces el camino que lleva a Media?».
6 Respondió el ángel: «Sí. He estado allí muchas veces y conozco bien todos los caminos. En mis frecuentes viajes a Media me he hospedado en casa de Gabael, nuestro hermano, que vive en Ragués. Hay dos jornadas de camino desde Ecbatana hasta Ragués, pues Ragués está en la montaña, y Ecbatana en la llanura».
7 Tobías le dijo: «Espérame, amigo, que voy a decírselo a mi padre. Necesito que me acompañes. Te pagaré por ello».
8 El ángel respondió: «Bien. Espero aquí, pero no tardes».
9 Entró Tobías en casa e informó a su padre: «Ya he encontrado al hombre. Es de los hijos de Israel, hermano nuestro».
Tobit le contestó: «Llámale, hijo. Quiero saber a qué tribu y familia pertenece y si es un acompañante de confianza».
10 Tobías salió y le dijo: «Amigo, mi padre te llama».
Entró el ángel y, respondiendo al saludo de Tobit, dijo: «Que la alegría sea contigo».
A lo que Tobit replicó: «¿Qué alegría puedo tener? Estoy ciego. No veo la luz del cielo. Vivo en tinieblas como los muertos, que no pueden ver la luz. Soy un muerto en vida. Oigo la voz de las personas, pero no veo a nadie».
El ángel repuso: «Ten ánimo, que Dios te curará pronto. Ten ánimo».
Tobit prosiguió: «Mi hijo Tobías quiere ir a Media. ¿Puedes acompañarlo como guía? Te pagaré por ello, hermano».
Respondió el ángel: «Puedo acompañarlo. Conozco todos los caminos. He estado repetidas veces en Media. He recorrido sus llanuras y montañas. Estoy familiarizado con todos los caminos».
11 Tobit quiso saber más: «Dime, hermano: ¿a qué tribu y familia perteneces?».
12 Le respondió el ángel: «¿Para qué necesitas conocer mi tribu?».
Tobit insistió: «Hermano, me gustaría conocer cómo te llamas y de quién eres hijo».
13 Entonces el ángel precisó: «Soy Azarías, hijo del célebre Ananías, uno de tus parientes».
14 Tobit le dijo: «Bienvenido seas, hermano. No tomes a mal mi deseo de saber sobre tu familia. Resulta que eres pariente mío y perteneces a una familia buena y noble. Conozco a Ananías y a Natán, los dos hijos del gran Semeí. Iban conmigo a Jerusalén y allí adorábamos a Dios; nunca se han desviado del buen camino. Tus parientes son gente de bien. Buen linaje, el tuyo. Bienvenido seas».
15 Y añadió: «Te daré como paga una dracma al día y tendrás lo que necesites, lo mismo que mi hijo. Acompáñalo en sus viajes
16 y añadiré algo a esa cantidad».
17 Respondió el ángel: «Iré con él. Y no temas: sanos partimos y sanos volveremos. El camino es seguro».
Tobit le dijo: «Dios te bendiga, hermano».
18 Pero la madre, llorando, reconvino a su marido: «¿Por qué has dejado marchar a mi hijo? Él es el báculo de nuestra vejez. Siempre ha estado con nosotros.
19 ¿Para qué más dinero? Es basura en comparación con nuestro hijo.
20 Tenemos bastante con lo que el Señor nos concede».
21 Tobit le dijo: «No te preocupes. Nuestro hijo parte sano y sano volverá. Lo verás con tus propios ojos cuando regrese.
22 No te atribules ni sufras, querida. Un ángel bueno lo acompañará, le concederá un próspero viaje y nos lo devolverá sano y salvo».
23 Ella dejó de llorar.
1 Cuando partieron el joven y el ángel, el perro marchó con ellos. Caminaron hasta el anochecer y acamparon junto al río Tigris.
2 Tobías bajó al río para lavarse los pies. Entonces saltó del agua un pez enorme que estuvo a punto de devorarle un pie. Él gritó
3 y el ángel le dijo: «Atrápalo y no lo sueltes».
4 Tobías se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió: «Ábrelo, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdalos, porque sirven de medicina. Los intestinos, tíralos».
5 Tobías abrió el pez y le extrajo la hiel, el corazón y el hígado. Después asó una parte del mismo pez, se la comió y saló el resto.
6 Luego continuaron el viaje los dos juntos hasta llegar cerca de Media.
7 Entonces el joven preguntó al ángel: «Hermano Azarías, ¿para qué remedios sirven el corazón, el hígado y la hiel del pez?».
8 Él respondió: «Si un hombre o una mujer padecen ataques del demonio o de un mal espíritu, quemas el corazón y el hígado del pez ante ellos y el humo hará desaparecer para siempre los ataques.
9 Si alguien tiene los ojos afectados por manchas blancas, se los untas con la hiel, soplas sobre ellos, y queda curado».
10 Cuando entraron en Media, ya cerca de Ecbatana,
11 Rafael dijo al joven: «Hermano Tobías».
Este respondió: «Dime».
Prosiguió Azarías: «Pasaremos la noche en casa de Ragüel. Este pariente tuyo tiene una hija llamada Sara.
12 Es hija única. Tú, como pariente más próximo, tienes derecho preferente a casarte con ella y heredar los bienes de su padre. La joven es prudente, decidida y muy hermosa. El padre es un hombre honorable».
13 Y añadió: «Conviene que la tomes por esposa. Hazme caso, hermano. Yo hablaré de ella al padre esta noche, para que te la conceda como prometida. Celebraremos la boda a nuestro regreso de Ragués. Estoy seguro de que Ragüel no te la negará ni la casará con otro, pues se haría reo de muerte según lo previsto en el libro de Moisés. Él sabe que tienes derecho preferente a casarte con ella. Óyeme bien, hermano: esta noche hablaremos de la joven y la pediremos en matrimonio y, cuando volvamos de Ragués, la recogemos y la llevamos con nosotros a tu casa».
14 Tobías respondió a Rafael: «Hermano Azarías, me han dicho que la joven se ha casado ya siete veces y que todos los maridos han muerto la misma noche de la boda al pretender acercarse a ella. Me han dicho también que es un demonio quien los mata.
15 Tengo miedo, porque a ella el demonio no le hace ningún daño, pero da muerte al hombre que intenta acercarse. Soy hijo único y temo que, si muero, la pena por mi pérdida lleve a mis padres al sepulcro. No tienen otro hijo que los entierre».
16 El ángel replicó: «¿Has olvidado el encargo de tu padre: que te casaras con una mujer de la familia? Escúchame, hermano. No te preocupes del demonio y cásate con ella. Estoy seguro de que esta noche te la darán por esposa.
17 Cuando entres en la alcoba, toma una parte del hígado y el corazón del pez y arrójalo en el brasero del incienso. Cuando el demonio perciba el olor de lo quemado, huirá y nunca más se le acercará.
18 Y antes de unirte a ella, debéis orar los dos en pie, suplicando al Señor del cielo que os conceda su misericordia y protección. No temas, porque está destinada para ti desde la eternidad. Tú la salvarás y ella se irá contigo. Estoy seguro de que te dará unos hijos que serán como hermanos para ti. No te preocupes».
19 Tobías, teniendo en cuenta lo que decía Rafael y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, se enamoró intensamente de ella.
1 Cuando entraron en Ecbatana, dijo Tobías: «Hermano Azarías, condúceme rápido a casa de nuestro pariente Ragüel».
Así lo hizo el ángel. Lo encontraron sentado a la entrada del patio. Al saludo de ambos él respondió: «Mi más cordial bienvenida. Espero que estéis bien».
Los hizo entrar en casa
2 y dijo a Edna, su mujer: «¿No se parece este joven a mi pariente Tobit?».
3 Edna les preguntó: «¿De dónde sois, hermanos?».
Respondieron: «Somos de la tribu de Neftalí, de los deportados a Nínive».
4 Ella continuó: «¿Conocéis a nuestro pariente Tobit?».
Ellos respondieron: «Claro que lo conocemos».
«¿Está bien?».
5 «Vive y está bien», contestaron ellos.
Tobías precisó: «Es mi padre».
6 Entonces Ragüel se levantó de un salto y, con lágrimas en los ojos, lo besó y le dijo: «Bendito seas, hijo. Tienes un padre bueno y noble. ¡Qué desgracia que un hombre tan honrado y generoso se haya quedado ciego!».
Y echándose al cuello de su pariente Tobías, lloró de nuevo.
7 También lloraban Edna, su mujer, y Sara, su hija.
8 Entonces Ragüel sacrificó un carnero y los hospedó con suma cordialidad.
9 Después de bañarse y lavarse las manos, se sentaron a la mesa. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi pariente Sara».
10 Ragüel lo oyó y dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche. Tú eres quien más derecho tiene a casarse con Sara. No podría yo dársela a otro, puesto que tú eres el pariente más próximo. Pero debo decirte la verdad, hijo.
11 Ya se la he dado en matrimonio a siete parientes y todos murieron la noche de la boda. Ahora, hijo, come y bebe, que el Señor se cuidará de vosotros».
12 Pero Tobías insistió: «No comeré ni beberé hasta que tomes una decisión sobre lo que te he pedido».
Ragüel respondió: «De acuerdo. Te la doy por esposa según lo prescrito en la ley de Moisés. Dios ordena que sea tuya. Recíbela. Desde ahora sois marido y mujer. Tuya es desde hoy para siempre. Hijo, que el Señor del cielo os ayude esta noche y os conceda misericordia y paz».
13 Llamó Ragüel a su hija Sara y, cuando ella estuvo presente, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Tómala por mujer según lo previsto y ordenado en la ley de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Que el Dios del cielo os conserve en paz y prosperidad».
14 Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papel y escribió el contrato de matrimonio: Sara era entregada por mujer a Tobías según lo prescrito en la ley de Moisés. Después de esto comenzaron a cenar.
15 Ragüel se dirigió a Edna, su mujer, y le dijo: «Querida, prepara la otra habitación para Sara».
16 Así lo hizo Edna y llevó allí a su hija. No pudo evitar el llanto. Luego, secándose las lágrimas, le dijo:
17 «¡Ten ánimo, hija! Que el Señor del cielo cambie tu tristeza en alegría. ¡Ten ánimo, hija!».
Y se retiró.
1 Cuando terminaron de cenar y decidieron acostarse, acompañaron al joven hasta la habitación.
2 Tobías, recordando lo que le había dicho Rafael, sacó de la bolsa el hígado y el corazón del pez y los arrojó en el brasero del incienso.
3 El olor del pez expulsó al demonio, que huyó volando hasta la región de Egipto. Rafael salió inmediatamente tras él y lo retuvo allí, atado de pies y manos.
4 Cuando todos hubieron salido y cerrado la puerta de la habitación, Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja».
5 Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así:
«Bendito seas, Dios de nuestros padres,
y bendito tu nombre por siempre.
Que por siempre te alaben
los cielos y todas tus criaturas.
6 Tú creaste a Adán y le diste
a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo.
De ellos nació la estirpe humana.
Tú dijiste: “No es bueno que el hombre esté solo;
hagámosle una ayuda semejante a él".
7 Al casarme ahora con esta mujer,
no lo hago por impuro deseo,
sino con la mejor intención.
Ten misericordia de nosotros
y haz que lleguemos juntos a la vejez».
8 Los dos dijeron: «Amén, amén».
9 Y durmieron toda la noche.
10 pues se dijo: «Es posible que haya perecido, y ello nos convierta en burla y escarnio para la gente».
11 Cuando terminaron de cavar la fosa, Ragüel volvió a casa, llamó a su mujer
12 y le dijo: «Manda que vaya una criada a ver si está vivo. Si ha muerto, lo enterraremos sin que nadie se entere».
13 Encendieron una lámpara, abrieron la puerta e hicieron entrar a la criada. Ella los encontró acostados, durmiendo los dos juntos.
14 Salió y les dijo: «Está vivo. No le ha pasado nada».
Oración de Ragüel
15 Entonces Ragüel dio gracias al Dios del cielo:
«Bendito seas, Dios, con toda verdad.
Que te bendigan todos los siglos.
16 Bendito seas por el gozo que me das:
no ha pasado lo que me temía,
y nos has mostrado tu gran misericordia.
17 Bendito seas por haberte compadecido
de estos dos hijos únicos.
Señor, derrama sobre ellos
tu misericordia y protección.
Concédeles larga vida
de amor y felicidad».
18 Después ordenó a los criados que cerraran la fosa antes del amanecer.
19 Encargó a su mujer que cociera pan en abundancia. Él, por su parte, corrió al establo, tomó dos bueyes y cuatro carneros y mandó que los cocinaran. Así empezaron los preparativos.
20 Entonces llamó a Tobías y le dijo: «Quédate aquí catorce días, comiendo y bebiendo conmigo y haciendo feliz a mi hija, que tanto ha sufrido.
21 Después tomarás la mitad de mis bienes y volverás felizmente a casa de tu padre. Cuando hayamos muerto mi mujer y yo, también la otra mitad será vuestra. ¡Ten confianza, hijo! Yo soy tu padre y Edna tu madre para siempre, como lo somos de tu mujer. ¡Ten confianza, hijo!».
1 Tobías llamó a Rafael y le dijo:
2 «Hermano Azarías, toma contigo cuatro criados y dos camellos y ve a Ragués.
3 Cuando llegues a casa de Gabael, le das el recibo, cargas el dinero y a él te lo traes para la boda.
4 Tú sabes que mi padre estará contando los días y con uno solo que me retrase le daré un disgusto. Ragüel me ha pedido que me quede y no puedo oponerme a su deseo».
5 Rafael marchó a Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos. Una vez hospedados en casa de Gabael, Rafael le presentó el recibo y le informó de que Tobías, el hijo de Tobit, se había casado y lo invitaba a la boda. Gabael le entregó los sacos de dinero, con los precintos intactos, y los cargaron.
6 Partieron juntos, muy de mañana, para la boda. Cuando entraron en casa de Ragüel, Tobías, que estaba sentado a la mesa, se levantó a toda prisa y saludó a Gabael. Con lágrimas en los ojos, Gabael lo bendijo:
«¡Digno hijo de un padre digno, justo y caritativo! Que el Señor derrame las bendiciones del cielo sobre ti, tu mujer y tus suegros. Bendito sea Dios porque me ha permitido ver en ti el vivo retrato de mi primo Tobit».
1 Tobit, mientras tanto, calculaba los días que tardaría su hijo en el viaje de ida y vuelta. Cuando pasaron esos días sin que Tobías volviera,
2 pensó: «Quizá se haya entretenido allí. O quizá haya muerto Gabael y nadie le entregue el dinero».
3 Y empezó a preocuparse.
4 Ana, su mujer, decía: «Mi hijo ha muerto. Mi hijo ya no vive».
Lloraba y se lamentaba, diciendo:
5 «¡Ay de mí, hijo, luz de mis ojos! ¿Por qué te dejaría marchar?».
6 Tobit la consolaba: «¡Calla!, mujer, no te preocupes. Seguro que está bien. Habrán tenido que retrasarse. Pero su compañero es hombre de confianza y pariente nuestro. No te inquietes por él, mujer, que volverá pronto».
7 Pero ella protestaba: «¡Déjame! No me vengas con engaños. Mi hijo ha muerto».
Día tras día se asomaba al camino por donde su hijo había marchado. No hacía caso a nadie. Cuando se ponía el sol, volvía a casa y pasaba las noches sin poder dormir, lamentándose y llorando.
8 Al cumplirse los catorce días de fiesta con que Ragüel había decidido celebrar la boda de su hija, Tobías se dirigió a él y le dijo: «Permíteme regresar. Seguro que mis padres se imaginan que no volverán a verme. Por favor, padre, déjame regresar al lado de mi padre. Ya sabes en qué situación lo dejé».
9 Ragüel le respondió: «Quédate, hijo; quédate conmigo. Yo mandaré noticias de ti a tu padre Tobit».
Pero Tobías replicó: «No. Te ruego que me permitas volver a casa de mi padre».
10 Entonces Ragüel, sin más dilación, le entregó a Sara, su esposa, y le dio la mitad de cuanto poseía: criados y criadas, vacas y ovejas, asnos y camellos, ropa, dinero y utensilios.
11 Se despidió de Tobías con un abrazo, diciéndole: «Adiós, hijo, que tengáis buen viaje. Que el Señor del cielo os guíe, a ti y a Sara, tu mujer, y que yo viva para ver a vuestros hijos».
12 A su hija Sara le dijo: «Ve a casa de tu suegro. Ahora ellos son tan padres tuyos como los que te hemos dado la vida. Ve en paz, hija. Espero oír buenas noticias de ti mientras viva».
Y abrazándolos, los dejó marchar.
13 Por su parte, Edna dijo a Tobías: «Hijo y querido hermano, que el Señor te devuelva a casa y que yo viva para ver a vuestros hijos. Delante del Señor te confío a mi hija. No le hagas daño jamás. Ve en paz, hijo. Desde ahora soy tu madre y Sara tu mujer. Que todos vivamos felices hasta el fin de nuestros días».
14 Tobías abandonó la casa de Ragüel sano y salvo, dando gracias al Señor de cielo y tierra, rey del universo, por el éxito de su viaje. Ragüel le dijo: «Que Dios te conceda honrar a tus padres toda su vida».
1 Cuando se acercaban a Caserín, ya cerca de Nínive,
2 dijo Rafael: «Ya sabes cómo estaba tu padre cuando lo dejamos.
3 Vamos a adelantarnos nosotros a tu mujer para preparar la casa mientras llegan los demás».
4 Cuando caminaban los dos juntos, le dijo Rafael: «Ten a mano la hiel».
El perro iba tras ellos.
5 Ana estaba sentada, con la mirada puesta en el camino por donde debía volver su hijo.
6 Cuando lo divisó de lejos, dijo al padre: «Mira, ahí llega tu hijo con el hombre que lo acompañaba».
7 Rafael dijo a Tobías antes de llegar a su padre: «Estoy seguro de que tu padre recobrará la vista.
8 Úntale los ojos con la hiel del pez. El remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz».
9 Ana acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo mientras decía: «Ya te he visto, hijo. Ya puedo morir».
Y rompió a llorar.
10 Tobit se levantó y, tropezando, atravesó la puerta del patio.
11 Tobías corrió hasta él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, lo tomó de la mano y le dijo: «Ánimo, padre!».
Tomó el remedio y se lo aplicó.
12 Luego, con ambas manos, le quitó como unas pielecillas de los ojos.
13 Tobit se echó al cuello de su hijo y gritó entre lágrimas: «Te veo, hijo, luz de mis ojos».
14 Y añadió:
«Bendito sea Dios
y bendito sea su gran nombre;
benditos todos sus santos ángeles.
Que su gran nombre nos proteja.
Benditos por siempre todos los ángeles.
Tras el castigo se ha apiadado,
y ahora veo a mi hijo Tobías».
15 Tobías entró en casa lleno de gozo y alabando a Dios con voz potente. Después contó a su padre lo bien que le había ido en el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel. Y agregó: «Estará a punto de llegar, casi a la puerta de Nínive».
16 Tobit, alegre y alabando a Dios, salió hacia la puerta de la ciudad, al encuentro de su nuera. La gente de Nínive quedaba estupefacta al verlo caminar con paso firme y sin ayuda de nadie. Él proclamaba ante ellos que Dios, en su misericordia, le había devuelto la vista.
17 Cuando se encontró con Sara, la mujer de su hijo, la bendijo con estas palabras: «¡Bienvenida seas, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído a nuestra casa. Que él bendiga a tu padre, a mi hijo y a ti, hija mía. Entra en esta tu casa con salud, bendición y alegría. Entra, hija».
18 Aquel fue un día de fiesta para todos los judíos de Nínive.
19 También Ajicar y Nadab, sobrinos de Tobit, acudieron a felicitarlo.
1 Una vez concluidos los festejos nupciales, Tobit llamó a Tobías y le advirtió: «Hijo, ocúpate de pagar al hombre que te ha acompañado. Añade algo a la paga convenida».
2 Respondió Tobías: «Padre, ¿cuánto debo darle? No saldría perjudicado aunque le diera la mitad de lo que ha traído conmigo.
3 Me ha guiado sin percances, ha cuidado de mi mujer, me ha ayudado a recuperar el dinero y a ti te ha curado. ¿Cuánto debo añadir a la paga?».
4 Tobit opinó: «Hijo, es justo que reciba la mitad de lo que ha traído contigo».
5 Así pues, Tobías lo llamó y le dijo: «Recibe como paga la mitad de todo lo que has traído y vete en paz».
6 Entonces Rafael tomó aparte a los dos y les dijo: «Alabad a Dios y dadle gracias ante todos los vivientes por los beneficios que os ha concedido; así todos cantarán y alabarán su nombre. Proclamad a todo el mundo las gloriosas acciones de Dios y no descuidéis darle gracias.
7 Es bueno guardar el secreto del rey, pero las gloriosas acciones de Dios hay que manifestarlas en público. Practicad el bien, y no os atrapará el mal.
8 Más vale la oración sincera y la limosna hecha con rectitud que la riqueza lograda con injusticia.
9 Más vale dar limosna que amontonar oro. La limosna libra de la muerte y purifica del pecado. Los que dan limosna vivirán largos años,
10 mientras que los pecadores y malhechores atentan contra su propia vida.
11 Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada. Os he dicho que es bueno guardar el secreto del rey y manifestar en público las gloriosas acciones de Dios.
12 Pues bien, cuando tú y Sara orabais, era yo quien presentaba el memorial de vuestras oraciones ante la gloria del Señor, y lo mismo cuando enterrabas a los muertos.
13 El día en que te levantaste enseguida de la mesa, sin comer, para dar sepultura a un cadáver, Dios me había enviado para someterte a prueba.
14 También ahora me ha enviado Dios para curaros a ti y a tu nuera Sara.
15 Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia».
16 Los dos hombres, llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra.
17 El ángel les dijo: «No temáis. Tened paz. Alabad a Dios por siempre.
18 He estado con vosotros no por mi propia iniciativa, sino por voluntad de Dios. Alabadlo siempre y cantadle.
19 Me habéis visto comer, pero era simple apariencia.
20 Ahora pues, alabad al Señor en la tierra, dadle gracias. Yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo lo que os ha sucedido».
El ángel se elevó.
21 Cuando ellos se pusieron en pie, ya no lo vieron.
22 Entonces alabaron y cantaron a Dios, dándole gracias por la gran maravilla de habérseles aparecido un ángel de Dios.
1 Dijo Tobías:
«Bendito sea Dios, que vive eternamente;
y cuyo reino dura por los siglos.
2 Él azota y se compadece;
hunde hasta el abismo y saca de él
y no hay quien escape de su mano.
3 Dadle gracias, hijos de Israel, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
4 Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes,
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro Padre por todos los siglos.
5 Él nos azota por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo,
y os congregará de entre las naciones
por donde estáis dispersados.
6 Si os volvéis a él de todo corazón
y con toda el alma,
siendo sinceros con él,
él volverá a vosotros
y no os ocultará su rostro.
7 Veréis lo que hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena.
Bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos.
8 Yo le doy gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza y su poder
a un pueblo pecador.
Convertíos, pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizá os mostrará benevolencia
y tendrá compasión.
9 Ensalzaré a mi Dios, al Rey del cielo,
y me alegraré de su grandeza.
10 Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén.
Jerusalén, ciudad santa,
él te castigó por las obras de tus hijos,
pero volverá a apiadarse del pueblo justo.
11 Da gracias al Señor como es debido
y bendice al rey de los siglos:
para que su templo
sea reconstruido con júbilo,
12 para que él alegre en ti
a todos los desterrados
y ame en ti a todos los desgraciados,
por los siglos de los siglos.
13 Una luz esplendente iluminará
a todas las regiones de la tierra.
Vendrán a ti de lejos muchos pueblos.
Y los habitantes del confín de la tierra
vendrán a visitar al Señor, tu Dios,
con ofrendas para el Rey del cielo.
Generaciones sin fin
cantarán vítores en tu recinto,
y el nombre de la elegida
durará para siempre.
14 Malditos quienes te agravien,
quienes te destruyan y abatan tus muros,
arrasen tus torres y quemen tus casas.
Pero benditos sean por siempre
quienes trabajen por construirte.
15 Saldrás entonces con júbilo
al encuentro del pueblo justo,
porque todos se reunirán
para bendecir al Señor del mundo.
Dichosos los que te aman,
dichosos los que te desean tu paz.
16 Dichosos los que lloraron tus castigos:
se alegrarán viendo tu gozo por siempre.
Bendice, alma mía, al Señor,
al Rey soberano,
porque Jerusalén será reconstruida,
y allí su templo para siempre.
17 Seré feliz si el resto de mi raza
puede contemplar tu gloria
y dar gracias al Rey del cielo.
Las puertas de Jerusalén serán renovadas
con zafiros y esmeraldas,
y todos tus muros con piedras preciosas.
Las torres de Jerusalén
serán edificadas con oro,
y sus baluartes con oro fino.
El pavimento de sus plazas
será de azabaches y piedras de Ofir.
18 Las puertas de Jerusalén
resonarán con cantos de júbilo,
y todas sus casas aclamarán:
¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel!
Los bendecidos por él bendecirán
su santo nombre por siempre jamás».
1 Así terminó Tobías su acción de gracias.
2 Tobit murió en paz a la edad de ciento doce años y recibió honrosa sepultura en Nínive. Tenía sesenta y dos cuando quedó ciego y, después de recobrar la vista, vivió feliz, dando limosnas, alabando siempre a Dios y proclamando sus grandezas.
3 Ya próxima su muerte, llamó a su hijo Tobías y le hizo estas recomendaciones:
«Hijo, toma a tus hijos
4 y huye sin tardar a Media. Estoy seguro de que se va a cumplir lo que dijo Dios por medio de Nahún contra Nínive. Sucederá todo lo que contra Asur y Nínive anunciaron los profetas enviados por Dios a Israel. No fallará ni una de sus palabras. Todo se cumplirá a su tiempo. En Media habrá más seguridad que en Asiria y Babilonia. Sé y mantengo que cuanto Dios ha dicho se cumplirá sin que falle una palabra. Nuestros hermanos que habitan en Israel serán dispersados y deportados de aquella buena tierra. Todo Israel quedará desierto. Desiertas quedarán Samaría y Jerusalén. El templo de Dios, devastado por el fuego, permanecerá por un tiempo en ruinas.
5 Pero Dios se apiadará una vez más de ellos y los devolverá a la tierra de Israel. Reconstruirán el templo, pero no como el primero, no hasta que se cumpla el tiempo prefijado. Entonces volverán todos del destierro, edificarán una Jerusalén maravillosa y reconstruirán allí el templo, como lo anunciaron los profetas de Israel.
6 Todos los pueblos de la tierra se convertirán al verdadero temor de Dios; abandonarán a los ídolos que los condujeron al error y alabarán rectamente al Dios de los siglos.
7 Todos los hijos de Israel que vivan entonces y hayan permanecido firmes en su fidelidad a Dios se reunirán para ir a Jerusalén, tomarán posesión de la tierra de Abrahán y en ella vivirán a salvo por siempre. Se alegrarán los que aman de verdad a Dios, mientras que los pecadores e injustos desaparecerán de la faz de la tierra.
8 Ahora, hijos, os recomiendo que sirváis a Dios con lealtad y hagáis lo que le agrada. Mandad a vuestros hijos que practiquen la justicia y la limosna, que tengan presente a Dios y siempre lo alaben con sinceridad y con todas sus fuerzas.
9 Y tú, hijo, sal de Nínive. No te quedes aquí. Cuando entierres a tu madre junto a mí, no pases ni una noche en esta tierra, porque veo que está llena de maldades y de cínica falsedad.
10 Hijo, recuerda lo que Nadab hizo con Ajicar, que lo había criado: lo metió vivo en un sepulcro. Pero Dios cubrió de ignominia a Nadab ante su víctima, pues Ajicar fue liberado, mientras que el otro fue arrojado a las tinieblas eternas por haber intentado la muerte de Ajicar. Gracias a sus limosnas, Ajicar se libró de la trampa mortal que Nadab le había preparado, y fue Nadab quien cayó en ella y pereció.
11 Ved, pues, hijos adónde lleva la limosna y cómo la maldad lleva a la muerte. Pero ya las fuerzas me abandonan».
Nada más tenderlo en el lecho, expiró. Le dieron honrosa sepultura.
12 Cuando murió su madre, Tobías la enterró al lado de su padre.
13 Tobías cuidó afectuosamente a sus suegros, ya ancianos, y los enterró en Ecbatana de Media. Entonces unió la herencia de Ragüel a la de su padre Tobit.
14 Murió Tobías, rodeado de respeto, a la edad de ciento diecisiete años.
15 Vivió lo suficiente para conocer la destrucción de Nínive y la deportación de sus habitantes por Ciaxares a Media. Bendijo a Dios por el castigo de los ninivitas y asirios. Antes de morir pudo celebrar el destino de Nínive y alabó al Señor, Dios por los siglos de los siglos.