A san Josemaría le conmovía la sencillez y grandeza de san José: su vida –la de «un artesano de Galilea, un hombre como tantos otros»– estuvo íntimamente unida a la de Jesús y de María. En su figura, descubría los rasgos de quienes se saben llamados por Dios a vivir con Él la vida de cada día, con todo lo que trae consigo, también de imprevistos y de preocupaciones. San José habitaba bajo el mismo techo que Dios. Quizá podríamos pensar que en esto no parece «un hombre como tantos otros». Sin embargo, ¿no rezamos nosotros: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa»? Y, si le dejamos, Él entra. Y le basta una palabra para sanarnos (cfr. Mt 8, 8).
Hoy especialmente, con toda la Iglesia, contemplamos a José, este hombre justo y fiel. Confiémonos a su intercesión, para que nos ayude a corresponder cada día al amor inmenso de Jesucristo, abriéndole de par en par las puertas de nuestra casa, de nuestro corazón. Y que esta correspondencia nos impulse, más y más, a servir a los demás, a difundir la alegría del Evangelio.
Fernando
Roma, 19 de marzo de 2018