Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En estos días, ponemos ya una mirada más intensa en Belén. La Sagrada Familia, ante la falta de sitio en la posada, busca refugio en un establo. El frío, la pobreza y la escasa acogida marcan esos momentos. Sin embargo, Jesús recién nacido está rodeado del cariño de María y de José.
Esta misma estrechez de Belén puede repetirse de algún modo en muchos hogares de nuestras ciudades, especialmente este año, marcado por dificultades sociales, laborales y sanitarias. También muchos experimentan más la soledad. Procuremos, con la oración y con la ayuda material, llevar calor a todas las personas que podamos, sabiendo contemplar en cada una el rostro de Cristo hecho Niño: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). ¡Qué alegría da ver las iniciativas de tantas personas para llevar la ilusión del nacimiento de Jesús a los más necesitados!
En estas fiestas, además, serán muchos los momentos que pasaremos con familiares y amigos. Podremos compartir la Buena Nueva con ellos, haciéndonos cargo de la situación de cada uno; como dice san Josemaría, «más que en dar, la caridad está en comprender» (Camino, 463). Así, a pesar de nuestra personal poquedad, podemos transmitir una luz de esperanza en esta Navidad. El nacimiento de Jesús nos recuerda que, incluso en mitad de la noche más fría, siempre hay una llama encendida. Traer hasta nuestros hogares el ambiente de intimidad del portal de Belén nos ayudará también a descubrir o redescubrir el amor de Dios por nosotros.
Con mi bendición más cariñosa, os deseo una muy feliz y santa Navidad.
Vuestro Padre
Fernando
Roma, 15 de diciembre de 2021