Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
La celebración del Sínodo de los Obispos está siendo, como es lógico, motivo de diversas noticias y comentarios en algunos medios de comunicación. Además de la oración por este evento eclesial, a la que ya os invité en mi anterior mensaje, ahora deseo proponeros brevemente que meditemos sobre unos pocos aspectos de la realidad divino-humana de la Iglesia.
Antes de otras consideraciones, deseo comenzar recordando, con palabras de nuestro Padre, que «la Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria» (Es Cristo que pasa, 131). Ante esta identidad de Cristo con la Iglesia, se entiende la conocida y fuerte afirmación de san Cipriano: «Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre» (Sobre la unidad de la Iglesia católica, 6).
La Iglesia es Cristo y también lo somos los hombres y mujeres incorporados a Cristo por el Bautismo; y en este elemento humano, junto a tanta santidad, se hacen presentes también muchas manifestaciones de la debilidad humana. Debilidad –propia y de los demás– que no ha de restar fuerza a nuestra fe al profesar «unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam».
Nuestro amor a la Obra va unido necesariamente a nuestro amor a la Iglesia. Nuestro Padre, con sentido católico, universal, nos dice: «Hijos míos, no podemos mirar sólo a la Obra: miramos primero y siempre a la Iglesia santa» (Carta 14-IX-1951, n. 27).
San Agustín decía que «la Iglesia es el mundo reconciliado» (Sermón 96, n. 8); es decir, se desarrolla reconciliando el mundo con Dios. Esa es la gran misión apostólica de todos en la Iglesia, en maravillosa unidad en la diversidad de las innumerables instituciones e iniciativas. Reconciliar el mundo con Dios conlleva dar la paz a este mundo, tan atravesado por divisiones y guerras, como las actuales entre Ucrania y Rusia, y la más reciente en Tierra Santa. Sigamos muy unidos a toda la Iglesia en la petición por la paz que, como es lógico, estuvo muy presente en mi oración en Fátima el pasado 5 de octubre. En concreto, unámonos con generosidad a la jornada de oración, ayuno y penitencia convocada por el Papa Francisco el próximo 27 de octubre.
Y no dejéis de rezar también por el estudio actual sobre los Estatutos de la Obra, como os pedí en el mensaje del pasado mes de septiembre.
Con todo cariño os bendice vuestro Padre
Fernando
Roma, 21 de octubre de 2023