Homilía: el don de la unidad
Acabamos de escuchar la historia de Pentecostés. La historia de un encuentro muy especial que, gracias al descenso del Espíritu Santo, dio a la humanidad la oportunidad de reunirse de nuevo en el nombre del Señor, ya no como extraños, sino como hermanos.
Me alegro de estar hoy aquí con todos ustedes, después de un largo tiempo de ausencia durante el cual la pandemia, aún no vencida, nos impidió reunirnos en persona. Rezo hoy de manera especial por nuestro querido profesor Miguel Ángel Tabet, y por todas las personas de nuestra comunidad académica que han fallecido en los últimos meses.
«Pentecostés es la fiesta de la unión, del entendimiento y de la comunión humana» (2012), dijo Benedicto XVI hace unos años. Esta comunión es un regalo de Dios que tanto necesita nuestro mundo y toda la familia cristiana. El inicio de un nuevo curso académico es una ocasión propicia para unirse al Señor, una vez más, en la oración por la unidad que pronunció en su última Cena: "Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17, 21).
El pasado mes de enero, el Papa Francisco, hablando de la unidad de la Iglesia, dijo: "El Señor no mandó a los discípulos estar unidos. Tampoco les dio un discurso para justificar su necesidad. No, él rogó al Padre por nosotros, para que fuéramos uno. Esto significa que no nos basta con nuestras propias fuerzas para lograr la unidad. La unidad es ante todo un don, una gracia que hay que pedir en la oración".
En el evangelio de hoy hemos oído que Jesús tenía muchas más cosas que decir a los Apóstoles (cf. Jn 16, 12). Entre ellos está seguramente el anhelo de unidad en la Iglesia, y de unidad entre nosotros. Unidad que nos permite descubrir las grandes obras de Dios de las que hablaban los apóstoles (cf. Hch 2, 11). La alternativa, como bien sabemos, es quedarnos anclados en nuestras pequeñas cosas, que en lugar de acercarnos a Dios y a los demás, nos enredan en nuestro egoísmo, y no nos permiten ver la belleza del mundo, y sobre todo el valor de los demás.
El Salmo vuelve a hablar de esas grandes obras: «¡Bendice al Señor, alma mía! Eres tan grande, Señor, Dios mío. ¡Qué grandes son tus obras, Señor! Todo lo has hecho con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas» (Sal 103). Entre estas obras hay personas de manera especial. Cada persona es una obra del Señor que se nos ofrece como un regalo. Depende de cada uno de nosotros descubrir el regalo que es cada persona que encontramos en nuestro camino.
En los años de la Universidad hay muchos encuentros con gente nueva: otros estudiantes, profesores, personal de la Universidad. Pidamos al Señor saber descubrir siempre el don que nos ofrece a través de todos esos encuentros. ¡Cuántas hermosas amistades nacen durante los años en Roma! Amistades duraderas que todos nos llevamos a nuestros países, y que a menudo son un fuerte estímulo en nuestras vidas al servicio de Dios. "Cuando una amistad es auténtica, cuando la preocupación por el otro es sincera y llena nuestra oración, no hay tiempos compartidos que no sean apostólicos: todo es amistad y todo es apostolado, indistintamente" (Carta Pastoral 1-XI-2019, n. 19).
En 1969, san Josemaría decía en una meditación: «Vivir según el Espíritu Santo es vivir de la fe, de la esperanza, de la caridad: dejar que Dios se apodere de nosotros y cambie nuestro corazón de raíz, llevándolo a su medida» (Es Cristo que pasa, 134). Hagamos quizás también un nuevo propósito de vivir según el Espíritu Santo, que no es otra cosa que vivir como Jesús. Estas palabras de san Josemaría hablan de un cambio de corazón en la raíz. Algunos se preguntarán por qué es necesario. ¿Por qué necesitamos todavía un cambio de corazón en la raíz si ya tenemos muchos años de vida cristiana o incluso una vocación al servicio de Dios en su Iglesia? La respuesta a esta pregunta la encontramos en las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Muchas cosas tengo que deciros todavía». Si realmente queremos escuchar la voz de Dios hoy, debemos tener un espíritu abierto. Necesitamos esa actitud humilde de quien sabe que ha recibido mucho y, al mismo tiempo, de quien es consciente de que Dios es muy grande y que su sabiduría supera con creces nuestros conocimientos.
En Pentecostés, la Virgen ocupa un lugar discreto, pero está presente junto a los apóstoles de su Hijo. Pidámosle a Ella, al comienzo de este año académico, que nos ilumine en los próximos meses para que también nosotros podamos ser instrumentos de unidad allí donde estemos y, concretamente, en la vida universitaria.