ÁNGELUS.
Viernes 26 de diciembre de 2014
San Esteban protomártir

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad, es decir para asistir a los pobres, los huérfanos y las viudas en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de los reyes, da testimonio de Él y ofrece como don su vida, como lo hacía en el servicio a los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir en plenitud el misterio de la Navidad.

El Evangelio de esta fiesta cita una parte del discurso de Jesús a sus discípulos en el momento en que los envía en misión. Dice entre otras cosas: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará" (Mt 10, 22). Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que le quitan ese falso revestimiento dulzón que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida. Y para acoger de verdad a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Noche santa, el camino es precisamente el indicado por este Evangelio, es decir, dar testimonio de Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo de ir a contracorriente y de pagar en primera persona. Y si bien no todos están llamados, como san Esteban, a derramar la propia sangre, a cada cristiano, sin embargo, se le pide ser coherente en toda ocasión con la fe que profesa. Y la coherencia cristiana es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos y no decir: "soy cristiano", y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que debemos pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente, pero hermoso, muy hermoso, y quien lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: "¡Paz! ¡Paz!". Esta paz donada por Dios es capaz de tranquilizar la conciencia de aquellos que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final (cf. Mt 10, 22).

Hoy, hermanos y hermanas, recemos de modo particular por quienes son discriminados, perseguidos y asesinados por el testimonio que dan de Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si lleváis esta cruz con amor, habéis entrado en el misterio de la Navidad, habéis entrado en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos, además, para que, gracias también al sacrificio de estos mártires de hoy –son muchos, muchísimos–, se refuerce en todas las partes del mundo el compromiso por reconocer y asegurar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Queridos hermanos y hermanas, os deseo que viváis con serenidad las fiestas navideñas. Que san Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino de cada día, que esperamos coronar, al final, en la jubilosa asamblea de los santos en el Paraíso.