ÁNGELUS
Plaza de San Pedro

Miércoles 29 de junio 2016

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Celebramos hoy la fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, alabando a Dios por su predicación y su testimonio. Sobre la fe de estos dos Apóstoles se funda la Iglesia de Roma, que desde siempre los venera como patronos. Pero toda la Iglesia universal los mira con admiración, considerándolos dos columnas y dos grandes luces que brillan no sólo en el cielo de Roma, sino en el corazón de los creyentes de Oriente y de Occidente.

En el relato de la misión de los Apóstoles, el Evangelio nos dice que Jesús los envió de dos en dos (cf. Mt 10, 1; Lc 10, 1). En cierto sentido también Pedro y Pablo, desde Tierra Santa, fueron enviados hasta Roma para predicar el Evangelio. Eran dos hombres muy distintos uno del otro: Pedro un «humilde pescador», Pablo «maestro y doctor», como dice la liturgia de hoy. Pero si aquí en Roma conocemos a Jesús, y si la fe cristiana es parte viva y fundamental del patrimonio espiritual y de la cultura de este territorio, todo ello se debe a la valentía apostólica de estos dos hijos del Cercano Oriente. Ellos, por amor a Cristo, dejaron su patria y, sin preocuparse demasiado por las dificultades del largo viaje, los riesgos y las desconfianzas que encontrarían, llegaron a Roma. Aquí se hicieron anunciadores y testigos del Evangelio entre la gente, y sellaron con el martirio su misión de fe y de caridad.

Pedro y Pablo hoy vuelven idealmente entre nosotros, recorren las calles de esta ciudad, llaman a la puerta de nuestras casas, pero sobre todo de nuestro corazón. Quieren traer una vez más a Jesús, su amor misericordioso, su consuelo, su paz. ¡Tenemos tanta necesidad de esto! ¡Acojamos su mensaje! ¡Aprendamos de su testimonio! La fe pura y firme de Pedro, el corazón grande y universal de Pablo nos ayudarán a ser cristianos alegres, fieles al Evangelio y abiertos al encuentro con todos.

Durante la santa misa en la basílica de San Pedro, hoy por la mañana bendije los palios de los arzobispos metropolitanos nombrados en este último año, provenientes de diversos países.

Renuevo mi saludo y mi felicitación a ellos, a los familiares y a quienes los han acompañado en esta peregrinación; y los aliento a proseguir con alegría su misión al servicio del Evangelio, en comunión con toda la Iglesia y especialmente con la Sede de Pedro, como lo expresa el signo del palio.

En la misma celebración acogí con alegría y afecto a los miembros de la delegación llegada a Roma en nombre del Patriarca Ecuménico, el querido hermano Bartolomé. También esta presencia es signo de los fraternos vínculos existentes entre nuestras Iglesias.

Recemos para que se refuercen cada vez más los lazos de comunión y el testimonio común.

A la Virgen María, Salus Populi Romani, confiamos hoy el mundo entero, y en particular esta ciudad de Roma, para que pueda encontrar siempre en los valores espirituales y morales que posee, en abundancia, el fundamento de su vida social y de su misión en Italia, en Europa y en el mundo.