ÁNGELUS.
Santa María, Madre de Dios.
L JM de la paz.
Domingo 1 de enero de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Durante los días pasados hemos puesto nuestra mirada adorante sobre el Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero recibiendo a ambos con su estrecho vínculo. Este vínculo no se agota en el hecho de haber generado y en haber sido generado; Jesús ha «nacido de mujer» (Ga 4, 4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de tal misión, es más, está asociada íntimamente. María es consciente de esto, por lo tanto no se cierra a considerar sólo su relación maternal con Jesús, sino que permanece abierta y primorosa en todos los acontecimientos que suceden a su alrededor: conserva y medita, observa y profundiza, como nos recuerda el Evangelio de hoy (cf Lc 2, 19). Ha dicho ya su «sí» y ha dado su disponibilidad para ser incluida en la aplicación del plan de salvación de Dios, que «dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1, 51-53). Ahora, silenciosa y atenta, intenta comprender qué quiere Dios de ella día a día. La visita de los pastores le ofrece la ocasión para percibir algún elemento de la voluntad de Dios que se manifiesta en la presencia de estas personas humildes y pobres. El evangelista Lucas nos narra la visita de los pastores a la gruta con un rápido sucederse de verbos que expresan movimiento. Dice así: ellos van sin demora, encuentran al Niño con María y José, lo ven, y cuentan lo que les ha sido dicho por Él, y al final glorifican a Dios (cf Lc 2, 16-20). María sigue atentamente esta escena, qué dicen los pastores, qué les ha ocurrido, por qué en ello ya se discierne el movimiento de salvación que surgirá de la obra de Jesús, y se adapta, preparada ante toda petición del Señor. Dios pide a María no sólo ser la madre de su Hijo unigénito, sino también cooperar con el Hijo y por el Hijo en su plan de salvación, para que en ella, humilde sierva, se cumplan las grandes obras de la misericordia divina.

Por ello, mientras, así como los pastores, contemplan el icono del Niño en brazos de su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón un sentido de inmenso agradecimiento hacia quien ha dado al mundo al Salvador. Por ello, en el primer día de un año nuevo, le decimos:

Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, ¡Santa Madre de Dios!
Gracias por tu humildad que ha atraído la mirada de Dios;
gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra;
gracias por la valentía con la cual has dicho «aquí estoy»,
olvidada de si misma, fascinada por el Amor Santo, convertida en una única cosa junto con su esperanza.
Gracias, ¡oh Santa Madre de Dios!
Reza por nosotros, peregrinos del tiempo; ayúdanos a caminar por la vía de la paz. Amén.