ÁNGELUS.
Jueves 29 de junio de 2017

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos sellaron con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Este testimonio se evidencia en las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy, lecturas que indican el motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, fue coronada luego con la prueba suprema del martirio.

El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. Hch 12, 1-11) narra el evento de la prisión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó la adversión al Evangelio ya en Jerusalén, donde fue encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo» (Hch 12, 4). Pero fue salvado de manera milagrosa y así pudo cumplir su misión evangelizadora, primero en Tierra Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.

También Pablo experimentó la hostilidad de la que fue liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado a muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias tanto por parte de sus correligionarios como de las autoridades civiles. Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su vida y sobre su recorrido misionero, como también sobre las persecuciones sufridas a causa del Evangelio.

Estas dos "liberaciones", de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos apóstoles, que fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en algunos casos hostiles. Ambos, con sus situaciones personales y eclesiales, nos demuestran y nos dicen hoy a nosotros que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos tiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos. Pero recordemos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a él. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aligerados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de alegres anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.

A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración, que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y por esta ciudad, de la que Pedro y Pablo son patrones. Que le den el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, atestiguada con intrépido ardor por los santos apóstoles Pedro y Pablo.