ÁNGELUS
Domingo 24 de septiembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la página del Evangelio de hoy (cf Mt 20, 1-6) encontramos la parábola de los trabajadores llamados jornaleros, que Jesús cuenta para comunicar dos aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a todos a trabajar para su Reino; el segundo, que al final quiere dar a todos la misma recompensa, es decir, la salvación, la vida eterna.

El dueño de un viñedo, que representa a Dios, sale al alba y contrata a un grupo de trabajadores, concordando con ellos el salario para una jornada. Después sale también en las horas sucesivas, hasta la tarde, para contratar a otros obreros que ve desocupados. Al finalizar la jornada, el dueño manda que se dé dinero a todos, también a los que habían trabajado pocas horas. Naturalmente, los obreros que fueron contratados al principio se quejan, porque ven que son pagados de igual modo que aquellos que han trabajado menos. Pero el jefe les recuerda que han recibido lo que había estado pactado; si después él quiere ser generoso con otros, ellos no deben ser envidiosos.

En realidad, esta «injusticia» del jefe sirve para provocar, en quien escucha la parábola, un salto de nivel, porque aquí Jesús no quiere hablar del problema del trabajo y del salario justo, ¡sino del Reino de Dios! Y el mensaje es éste: en el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte; y todos tendrán al final la compensación que viene de la justicia divina –no humana, ¡por fortuna!–, es decir, la salvación que Jesucristo nos consiguió con su muerte y resurrección. Una salvación que no ha sido merecida, sino donada, para la que «los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos» (Mt 20, 16).

Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los «pensamientos» y por los «caminos» de Dios que, como recuerda el profeta Isaías no son nuestros pensamientos y no son nuestros caminos (cf Is 55, 8). Los pensamientos humanos están, a menudo, marcados por egoísmos e intereses personales y nuestros caminos estrechos y tortuosos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa la misericordia, perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que vierte sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios de su amor y de su gracia inconmensurables, que solo pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría.

Jesús quiere hacernos contemplar la mirada de aquel jefe: la mirada con la que ve a cada uno de los obreros en espera de trabajo y les llama a ir a su viña. Es una mirada llena de atención, de benevolencia; es una mirada que llama, que invita a levantarse, a ponerse en marcha, porque quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, ocupada, salvada del vacío y de la inercia. Dios que no excluye a ninguno y quiere que cada uno alcance su plenitud.

Que María Santísima nos ayude a acoger en nuestra vida la lógica del amor, que nos libera de la presunción de merecer la recompensa de Dios y del juicio negativo sobre los demás.