ÁNGELUS.
Domingo 5 de noviembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Mt 23, 1-12) está ambientado en los últimos días de la vida de Jesús, en Jerusalén; días cargados de expectativas y también de tensiones. Por un lado Jesús dirige críticas severas a los escribas y a los fariseos, por otra deja importantes mandatos a los cristianos de todos los tiempos, por tanto también a nosotros.

Él dice a la multitud: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan». Esto significa que ellos tienen la autoridad de enseñar lo que es conforme a la Ley de Dios. Sin embargo, justo después, Jesús añade: «pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23, 2-3). Hermanos y hermanas, un defecto frecuente en los que tienen una autoridad, tanto autoridad civil como eclesiástica, es el de exigir de los otros cosas, también justas, pero que ellos no ponen en práctica en primera persona. Tienen una doble vida. Dice Jesús: «Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas» (Mt 23, 4). Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que sin embargo debería tener su primera fuerza precisamente en el buen ejemplo.

La autoridad nace del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y necesario, sosteniéndoles en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si está mal ejercida, se convierte en opresiva, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad, y lleva también a la corrupción.

Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y de algunos fariseos: «quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas» (Mt 23, 6-7).

Esta es la tentación que corresponde a la soberbia humana y que no siempre es fácil de vencer. Es la actitud de vivir solo por la apariencia.

Después Jesús les da mandatos a sus discípulos: «no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos. […] Ni tampoco os dejéis llamar "Directores", porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23, 8-11).

Nosotros discípulos de Jesús no debemos buscar título de honor, de autoridad o de supremacía. Yo os digo que a mí personalmente me duele ver a personas que psicológicamente viven corriendo detrás de la vanidad de las condecoraciones. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto, ya que entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraterna.

Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir.

Que la Virgen María, «humilde y alta más que otra criatura» (Dante, Paraíso, XXXIII, 2), nos ayude, con su materna intercesión, a rehuir del orgullo y de la vanidad, y a ser mansos y dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su alegría, que será también la nuestra.