ÁNGELUS
Domingo, 25 de noviembre de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La solemnidad de Jesucristo Rey del universo, que celebramos hoy, se coloca al final del año litúrgico y recuerda que la vida de la creación no avanza de forma aleatoria, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno. El pasaje evangélico de hoy (cf. Jn 18, 33b-37) nos habla de este reino, el reino de Cristo, el reino de Jesús, relatando la situación humillante en la que se encontró Jesús después de ser arrestado en el Getsemaní: atado, insultado, acusado y conducido frente a las autoridades de Jerusalén. Y después, es presentado al procurador romano, como uno que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilato entonces hace su petición y en un interrogatorio le pregunta al menos dos veces si Él era un rey (cf. vv. 33b.37).

Y Jesús en primer lugar responde que su reino «no es de este mundo» (v. 36). después afirma: «sí, como dices, soy Rey» (v. 37). Es evidente, por toda su vida, que Jesús no tiene ambiciones políticas. Recordemos que tras la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería proclamarlo rey para que derrotara al poder romano y restableciese el reino de Israel. Pero, para Jesús, el reino es otra cosa y no se alcanza con revueltas, con violencia ni con la fuerza de las armas. Por eso, se retiró solo al monte a rezar (cf. Jn 6, 5-15). Ahora, respondiendo a Pilato, le hace notar que sus discípulos no han combatido para defenderlo. Dice: «Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos» (v. 36). Jesús quiere hacer entender que por encima del poder político hay otro mucho más grande que no se obtiene con medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, para dar testimonio de la verdad (cf. v. 37). Se trata de la verdad divina que, en definitiva, es el mensaje esencial del Evangelio: «Dios es amor» y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Este es el Reino del que Jesús es Rey, y que se extiende hasta el final de los tiempos.

La historia enseña que los reinos fundados sobre el poder de las armas y sobre la prevaricación son frágiles y antes o después terminan quebrando. Pero el Reino de Dios se fundamenta sobre el amor y se radica en los corazones, ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros queremos paz, queremos libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz, libertad y tendrás plenitud

Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica –este rey– el camino al hombre perdido, da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus «reyes».

Que la Virgen María nos ayude a acoger a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio a la verdad que es el amor.