ÁNGELUS

Domingo, 2 de febrero de 2020

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor: cuando la Virgen María y San José presentaron a Jesús recién nacido en el templo. En esta fecha también celebramos el Día de la Vida Consagrada, que nos recuerda el gran tesoro dentro de la Iglesia que suponen aquellos que siguen de cerca al Señor al profesar los consejos evangélicos.

El Evangelio (cf. Lc 2, 22-40) cuenta que, cuarenta días después de su nacimiento, los padres de Jesús llevaron al Niño a Jerusalén para consagrarlo a Dios, como prescribe la ley judía. Y, mientras describe un rito previsto por la tradición, este episodio llama nuestra atención sobre el comportamiento de algunos personajes. Están reflejados en el momento en que experimentan el encuentro con el Señor en el lugar donde se hace presente y cercano al hombre. Estos son María y José, Simeón y Ana, que son modelos de acogida y entrega de sus vidas a Dios. Estos cuatro no eran iguales, eran todos diferentes, pero todos buscaban a Dios y se dejaban guiar por el Señor.

El evangelista Lucas describe a los cuatro en una doble actitud: actitud de movimiento y actitud de admiración.

La primera actitud es el movimiento. María y José se ponen en camino hacia Jerusalén; por su parte, Simeón, movido por el Espíritu, va al templo, mientras que Ana sirve a Dios día y noche sin descanso. De esta manera, los cuatro protagonistas del pasaje evangélico nos muestran que la vida cristiana requiere dinamismo y requiere la voluntad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo. El inmovilismo no se corresponde con el testimonio cristiano y la misión de la Iglesia. El mundo necesita cristianos que se dejen conmover, que no se cansen de andar por las calles de la vida, para llevar a todos la palabra consoladora de Jesús. Todo bautizado ha recibido la vocación de proclamar, de anunciar algo, de anunciar a Jesús, la vocación a la misión evangelizadora: ¡anunciar a Jesús! Las parroquias y las diversas comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de los jóvenes, las familias y los ancianos, para que todos tengan una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas.

La segunda actitud con la que San Lucas presenta a los cuatro personajes de la historia es la admiración. María y José «estaban admirados de lo que se decía de él [de Jesús]» (v. 33). La admiración es también una reacción explícita del viejo Simeón, que en el Niño Jesús ve con sus ojos la salvación obrada por Dios en nombre de su pueblo: esa salvación que había estado esperando durante años. Y lo mismo ocurre con Ana, que también «alababa a Dios» (v. 38) y hablaba de Jesús a la gente. Es una santa habladora, hablaba bien, hablaba de cosas buenas, no de cosas malas. Decía, anunciaba: una santa que iba de una mujer a otra mostrándoles a Jesús. Estas figuras de creyentes están envueltas en la admiración, porque se dejaron capturar e involucrar por los eventos que estaban sucediendo ante sus ojos. La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de admirar nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el viaje de la fe y la vida cotidiana. ¡Hermanos y hermanas, siempre en movimiento y dejándonos abiertos a la admiración!

Que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el Don de Dios para nosotros, y a dejarnos implicar por Él en el movimiento del don, con alegre admiración, para que toda nuestra vida se convierta en una alabanza a Dios al servicio de nuestros hermanos.