ÁNGELUS

Domingo, 23 de agosto de 2020

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cfr. Mt 16, 13-20) presenta el momento en el que Pedro profesa su fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Esta confesión del Apóstol es provocada por el mismo Jesús, que quiere conducir a sus discípulos a dar el paso decisivo en su relación con Él. De hecho, todo el camino de Jesús con los que le siguen, especialmente con los Doce, es un camino de educación de su fe. Antes que nada Él pregunta: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (v. 13). A los apóstoles les gustaba hablar de la gente, como a todos nosotros. El chisme gusta. Hablar de los demás no es tan exigente, por esto, porque nos gusta; también "despellejar" a los otros. En este caso ya se requiere la perspectiva de la fe y no el chisme, es decir, pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Y los discípulos parece que hacen una competición en el referir las diferentes opciones, que quizá en gran parte ellos mismos compartían. Ellos mismos compartían. Básicamente, Jesús de Nazaret era considerado un profeta (v. 14).

Con la segunda pregunta, Jesús les toca directamente: «¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, nos parece percibir algún instante de silencio, porque cada uno de los presentes es llamado a involucrarse, manifestando el motivo por el que sigue a Jesús; por esto es más que legítima una cierta vacilación. También si yo ahora os preguntara a vosotros: "¿Para ti, quién es Jesús?", habrá un poco de vacilación. Les quita la vergüenza Simón, que con ímpetu declara: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta respuesta, tan plena y luminosa, no le viene de su ímpetu, por generoso que sea –Pedro era generoso–, sino que es fruto de una gracia particular del Padre celeste. De hecho, Jesús mismo lo dice: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre –es decir la cultura, lo que has estudiado– no, esto no te lo ha revelado. Te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos» (v. 17). Confesar a Jesús es una gracia del Padre. Decir que Jesús es el Hijo del Dios vivo, que es el Redentor, es una gracia que nosotros debemos pedir: "Padre, dame la gracia de confesar a Jesús". Al mismo tiempo, el Señor reconoce la pronta correspondencia de Simón con la inspiración de la gracia y por tanto añade, en tono solemne: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (v. 18). Con esta afirmación, Jesús hace entender a Simón el sentido del nuevo nombre que le ha dado, "Pedro": la fe que acaba de manifestar es la "piedra" inquebrantable sobre la cual el Hijo de Dios quiere construir su Iglesia, es decir la Comunidad. Y la Iglesia va adelante siempre sobre la fe de Pedro, sobre la fe que Jesús reconoce [en Pedro] y lo hace jefe de la Iglesia.

Hoy, escuchamos dirigida a cada uno de nosotros la pregunta de Jesús: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". A cada uno de nosotros. Y cada uno de nosotros debe dar una respuesta no teórica, sino que involucra la fe, es decir la vida, ¡porque la fe es vida! "Para mí tú eres…", y decir la confesión de Jesús. Una respuesta que nos pide también a nosotros, como a los primeros discípulos, la escucha interior de la voz del Padre y la consonancia con lo que la Iglesia, reunida en torno a Pedro, continúa proclamando. Se trata de entender quién es para nosotros Cristo: si Él es el centro de nuestra vida, si Él es el fin de todo nuestro compromiso en la Iglesia, de nuestro compromiso en la sociedad. ¿Quién es Jesús para mí? Quién es Jesucristo para ti, para ti, para ti… Una respuesta que nosotros debemos dar cada día.

Pero estad atentos: es indispensable y loable que la pastoral de nuestras comunidades esté abierta a las muchas pobrezas y emergencias que están por todos lados. La caridad es siempre la vía maestra del camino de fe, de la perfección de la fe. Pero es necesario que las obras de solidaridad, las obras de caridad que nosotros hacemos, no desvíen del contacto con el Señor Jesús. La caridad cristiana no es simple filantropía sino, por un lado, es mirar al otro con los mismos ojos que Jesús y; por el otro, es ver a Jesús en el rostro del pobre. Este es el camino verdadero de la caridad cristiana, con Jesús en el centro, siempre. María Santísima, beata porque ha creído, sea para nosotros guía y modelo en el camino de la fe en Cristo, y nos haga conscientes de que la confianza en Él da sentido pleno a nuestra caridad y a toda nuestra existencia.