ÁNGELUS
Domingo, 18 de octubre de 2020

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cfr. Mt 22, 15-21) nos muestra a Jesús afrontando la hipocresía de sus adversarios. Ellos le hacen muchos cumplidos al principio, muchos cumplidos, pero a continuación le plantean una pregunta insidiosa para ponerlo en una situación difícil y desacreditarlo ante el pueblo.

Le preguntan: «¿Es lícito pagar tributo –es decir pagar los impuestos– al César, o no?» (v. 17). En aquel tiempo, en Palestina, el dominio del imperio romano era mal tolerado –y se comprende, ¡eran invasores!–, también por motivos religiosos. Para la población, el culto al emperador, subrayado incluso por su imagen en las monedas, era una injuria al Dios de Israel. Los interlocutores de Jesús están convencidos de que no existen más respuestas a su pregunta: o "sí" o "no". Estaban esperando, precisamente porque con esta pregunta estaban seguros de acorralar a Jesús y hacerlo caer en su trampa. Pero Él conoce su malicia y se libra de la trampa. Les pide que le muestren la moneda del tributo –la moneda de los impuestos–, la toma en sus manos y pregunta de quién es la imagen impresa. Ellos responden que es del César, es decir, del emperador. Entonces Jesús replica: «Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (v. 21).

Y con esta respuesta, Jesús se sitúa por encima de la polémica. Jesús siempre más allá. Por una parte, reconoce que se debe pagar el tributo al César –también nosotros: hay que pagar los impuestos–, porque la imagen sobre la moneda es la suya; pero, sobre todo, recuerda que cada persona lleva en sí otra imagen –la llevamos en el corazón, en el alma–, la de Dios, y por tanto es a Él, y solo a Él, a quien cada uno debe la propia existencia, la propia vida.

En esta sentencia de Jesús no solo se encuentra el criterio para la distinción entre la esfera política y la religiosa, sino que de ella también emergen orientaciones claras para la misión de los creyentes de todos los tiempos, incluidos nosotros hoy. Pagar los impuestos es un deber de los ciudadanos, así como cumplir las leyes justas del Estado. Al mismo tiempo, es necesario afirmar la primacía de Dios en la vida humana y en la historia, respetando el derecho de Dios sobre todo lo que le pertenece.

De aquí deriva la misión de la Iglesia y de los cristianos: hablar de Dios y testimoniarlo a los hombres y a las mujeres del propio tiempo. Cada uno de nosotros, por el Bautismo, está llamado a ser presencia viva en la sociedad, animándola con el Evangelio y con la savia vital del Espíritu Santo. Se trata de esforzarse con humildad y con valor, dando la propia contribución a la edificación de la civilización del amor, en la que reinan la justicia y la fraternidad.

Que María Santísima nos ayude a todos a huir de cualquier hipocresía y a ser ciudadanos honestos y constructivos. Y que nos sostenga a nosotros, discípulos de Cristo, en la misión de testimoniar que Dios es el centro y el sentido de la vida.