Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio nos propone una vez más la historia de la Anunciación. «Alégrate –dice el ángel a María– concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 28.31). Parece un anuncio de alegría pura, destinado a hacer feliz a la Virgen: ¿Quién entre las mujeres de esa época no soñaba con convertirse en la madre del Mesías? Pero, junto con la alegría, esas palabras predicen a María una gran prueba. ¿Por qué? Porque en aquel momento estaba «desposada» (v. 27) con José. En una situación como esa, la Ley de Moisés establecía que no debía haber relación ni cohabitación. Por lo tanto, si tenía un hijo, María habría transgredido la Ley, y las penas para las mujeres eran terribles: se preveía la lapidación (cf. Dt 22, 20-21). Ciertamente el mensaje divino habrá colmado el corazón de María de luz y fuerza; sin embargo, se encontró ante una decisión crucial: decir "sí" a Dios, arriesgándolo todo, incluso su vida, o declinar la invitación y seguir con su camino ordinario.
¿Qué hace? Responde así: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Hágase (fiat) de María. Pero en la lengua en que está escrito el Evangelio, no es simplemente un "suceda". La expresión verbal indica un fuerte deseo, indica la voluntad de que algo se cumpla. En otras palabras, María no dice: "Si tiene que hacerse, que se haga.., si no puede ser de otra manera…". No es resignación. No expresa una aceptación débil y sometida, expresa un deseo fuerte, un deseo vivo. No es pasiva, sino activa. No sufre a Dios, se adhiere a Dios. Es una enamorada dispuesta a servir a su Señor en todo e inmediatamente. Podría haber pedido más tiempo para pensarlo, o más explicaciones sobre lo que pasaría; quizás podría haber puesto algunas condiciones… En cambio, no se toma tiempo, no hace esperar a Dios, no aplaza.
¡Cuantas veces –ahora pensemos en nosotros– cuántas veces nuestra vida está hecha de aplazamientos, incluso nuestra vida espiritual! Por ejemplo: sé que me hace bien rezar, pero hoy no tengo tiempo… "mañana, mañana, mañana, mañana…"- Aplazamos las cosas : mañana lo hago; sé que ayudar a alguien es importante –sí, tengo que hacerlo, lo haré mañana–. Es la misma cadena de los mañana… Aplazar las cosas. Hoy, a las puertas de la Navidad, María nos invita a no aplazar, a decir "sí". "¿Tengo que rezar?", "Sí, y rezo". "¿Tengo que ayudar a los demás? Sí". ¿Cómo hacerlo? Lo hago. Sin aplazar. Cada "sí" cuesta . Cada "sí" cuesta pero siempre es menos de lo que le costó a ella ese "sí" valiente, ese "sí", decidido, ese «hágase en mí según tu palabra» que nos trajo la salvación.
Y nosotros ¿qué "sí" podemos decir? En estos tiempos difíciles, en lugar de quejarnos de lo que la pandemia nos impide hacer, hagamos algo por los que tienen menos: no el enésimo regalo para nosotros y nuestros amigos, sino para una persona necesitada en la que nadie piensa. Y otro consejo: para que Jesús nazca en nosotros, preparemos el corazón: vayamos a rezar. No nos dejemos "arrastrar" por el consumismo: "Tengo que comprar los regalos, tengo que hacer esto y lo otro…". Ese frenesí por hacer tantas cosas… lo importante es Jesús. El consumismo, hermanos y hermanas, nos ha secuestrado la Navidad. No hay consumismo en el pesebre de Belén: allí está la realidad, la pobreza, el amor. Preparemos el corazón como hizo María: libre del mal, acogedor, dispuesto a acoger a Dios.
«Hágase en mí según tu palabra». Es la última frase de la Virgen en este último domingo de Adviento, y es la invitación a dar un paso concreto hacia la Navidad. Porque si el nacimiento de Jesús no toca nuestra vida –la mía, la tuya, la de todos–, si no toca la vida pasa en vano. En el Ángelus también nosotros diremos ahora: "Hágase en mí según tu palabra": que la Virgen nos ayude a decirlo con nuestra vida, con la actitud de estos últimos días para prepararnos bien a la Navidad.