Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz fiesta!
Hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Evangelio nos ofrece el diálogo entre ella y su prima Isabel. Cuando María entra en la casa y saluda a Isabel, le dice: "Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42). Estas palabras, llenas de fe y alegría y asombro, se han convertido en parte del "Ave María". Cada vez que rezamos esta oración, tan hermosa y conocida, hacemos como Isabel: saludamos a María y la bendecimos, porque ella nos trae a Jesús.
María acoge la bendición de Isabel y responde con el cántico, un regalo para nosotros, para toda la historia: el Magnificat. Es un canto de alabanza. Podemos definirlo como "el cántico de la esperanza". Es un himno de alabanza y exultación por las grandes cosas que el Señor ha realizado en ella, pero María va más allá: contempla la obra de Dios a lo largo de la historia de su pueblo. Dice, por ejemplo, que el Señor "derribó del trono a los poderosos, enalteció a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (vv. 52-53). Al escuchar estas palabras, podríamos preguntarnos: ¿no estará exagerando la Virgen un poco, describiendo un mundo que no existe? De hecho, aquello que dice no parece corresponder a la realidad; mientras ella habla, los poderosos de la época no han sido derrocados: el temible Herodes, por ejemplo, se mantiene firme en su trono. Y los pobres y hambrientos también lo siguen siendo, mientras los ricos siguen prosperando.
¿Qué significa ese cántico de María? ¿Cuál es su sentido? Ella no busca hacer una crónica del tiempo, no es una periodista, sino decirnos algo mucho más importante: que Dios, a través de ella, ha inaugurado un punto de inflexión en la historia, ha establecido definitivamente un nuevo orden de las cosas. Ella, pequeña y humilde, ha sido elevada y –lo celebramos hoy– llevada a la gloria del Cielo, mientras que los poderosos del mundo están destinados a quedarse con las manos vacías. Piensen en la parábola de aquel hombre rico que tenía frente a su puerta a un mendigo, Lázaro. ¿Cómo terminó? Con las manos vacías. La Virgen, en otras palabras, anuncia un cambio radical, una inversión de valores. Al hablar con Isabel, mientras lleva a Jesús en su vientre, anticipa lo que dirá su Hijo, cuando proclame bienaventurados a los pobres y a los humildes y haga una advertencia a los ricos y a los que confían en su propia autosuficiencia. La Virgen, por tanto, profetiza con este cántico, con esta plegaria: profetiza que no son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino que prevalecen el servicio, la humildad y el amor. Y mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio –no olvidemos esto: el verdadero poder es el servicio– y reinar significa amar. Y que este es el camino al Cielo.
Entonces mirémonos a nosotros mismos y preguntémonos: ¿esa inversión anunciada por María toca mi vida? ¿Creo que amar es reinar y que servir es poder? ¿Creo que la meta de mi vida es el cielo, es el paraíso? ¿O me preocupo solo de pasarlo bien aquí, me preocupo solo de las cosas terrenales y materiales? Es más, al observar los acontecimientos del mundo, ¿me dejo atrapar por el pesimismo o, como la Virgen, soy capaz de distinguir la obra de Dios que, a través de la mansedumbre y la pequeñez, realiza grandes cosas? Hermanos y hermanas, hoy María canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza. María hoy canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza: en ella vemos la meta del camino. Ella es la primera creatura que, con todo su ser, en cuerpo y alma, atraviesa victoriosa la meta del Cielo. Ella nos muestra que el Cielo está al alcance de la mano. ¿Cómo es esto? Sí, el cielo está al alcance de la mano si tampoco nosotros cedemos al pecado, alabamos a Dios con humildad y servimos a los demás con generosidad. No hay que ceder al pecado. Pero alguno podría decir: "Pero, padre, yo soy débil", –"Pero el Señor siempre está cerca de ti, porque es misericordioso". No te olvides de cuál es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Siempre cercano a nosotros con su estilo. Nuestra Madre, nos lleva de la mano, nos acompaña a la gloria, nos invita a alegrarnos pensando en el paraíso. Bendigamos a María con nuestra oración y pidámosle una mirada, capaz de vislumbrar el Cielo en la tierra.