Queridos hermanos y hermanas!
Al final de esta celebración, nos dirigimos a la Virgen María con la oración del Ángelus.
Pero antes quiero saludar a todos los que han participado, incluso a los que han tenido que hacerlo a distancia, en casa o en el hospital o en la cárcel. Agradezco a las autoridades civiles su presencia y el esfuerzo organizativo. Doy las fgracias de corazón al Cardenal Arzobispo y a los demás Obispos, a los sacerdotes, a las consagradas, a los consagrados, a las familias, al coro y a todos los voluntarios, así como a la policía y a la Protección Civil.
En este lugar, que ha sufrido una grave calamidad, quiero asegurar mi cercanía al pueblo de Pakistán afectado por las inundaciones de proporciones desastrosas. Rezo por las numerosas víctimas, los heridos y los desplazados, y para que sea rápida y generosa la solidaridad internacional.
Y ahora invoquemos a la Virgen para que, como dije al final de la homilía, obtenga el perdón y la paz para el mundo entero. Recemos por el pueblo ucraniano y por todos los pueblos que sufren a causa de las guerras. Que el Dios de la paz reavive en los corazones de los dirigentes de las naciones el sentido humano y cristiano de piedad, de misericordia. María, Madre de la Misericordia y Reina de la Paz, ruega por nosotros.