Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, el Evangelio nos habla de la corrección fraterna (cf. Mt 18, 15-20), que es una de las expresiones más grandes del amor, y también una de las que requieren un mayor esfuerzo, porque no es fácil corregir a los demás. Cuando un hermano en la fe comete una falta contra ti, tú, sin rencor, ayúdalo, corrígelo. Ayudar corrigiendo.
Pero, por desgracia, lo primero que se suele crear en torno a quien se equivoca son las habladurías, mediante las que todo el mundo se entera del error, con todos los detalles, ¡menos el interesado! Esto no es justo, hermanos y hermanas, esto no agrada a Dios. No me canso de repetir que los chismes son una plaga en la vida de las personas y de las comunidades, porque traen división, traen sufrimiento, traen escándalo, y nunca ayudan a mejorar, a crecer. Un gran maestro espiritual, san Bernardo, decía que la curiosidad estéril y las palabras superficiales son los primeros peldaños de la escalera de la soberbia, que no conduce hacia lo alto, sino hacia abajo, precipitando al hombre a la perdición y la ruina (cfr. Los grados de la humildad y la soberbia).
Jesús, en cambio, nos enseña a comportarnos de otra manera. Esto es lo que dice hoy: "Si tu hermano comete una falta contra ti, ve y repréndelo entre tú y él a solas" (v. 15). Háblale "cara a cara", háblale lealmente, para ayudarlo a entender en qué se equivoca. Y esto hazlo por su bien, superando la vergüenza y encontrando el verdadero valor, que no es hablar mal de él a sus espaldas, sino decirle las cosas a la cara con mansedumbre y amabilidad.
Pero, podemos preguntarnos, ¿y si no es suficiente? ¿Y si no lo entiende? Entonces hay que buscar ayuda. Pero, ¡cuidado! ¡No la del grupito que chismea! Jesús dice: "Toma contigo una o dos personas" (v. 16), refiriéndose a personas que realmente quieran ayudar a ese hermano o a esa hermana que ha errado.
¿Y si sigue sin entender? Entonces, dice Jesús, involucra a la comunidad. Pero también en este caso, seamos claros: no se trata de poner a la persona en la picota, de avergonzarla públicamente, sino de unir los esfuerzos de todos para ayudarla a cambiar. Señalar con el dedo a las personas no es bueno; de hecho, a menudo hace más difícil que quien se ha equivocado reconozca su propio error. Más bien, la comunidad debe hacerle sentir a él o a ella que, a la vez que condena el error, está cerca de la persona con la oración y el afecto, siempre dispuesta a ofrecer el perdón, la comprensión, y a empezar de nuevo.
Entonces, preguntémonos: ¿cómo trato a los que se equivocan contra mí? ¿Me lo guardo y acumulo resentimiento? "Me la pagarás": esta expresión que nos viene tantas veces, "me la pagarás". ¿Hablo acerca de ello a espaldas del otro?: "¿Sabes lo que ha hecho ese?"… ¿O soy valiente e intento hablar con él o ella? ¿Rezo por él o ella, pido ayuda para hacer el bien? Y nuestras comunidades, ¿se hacen cargo de los que caen, para que puedan volver a levantarse y empezar una nueva vida? ¿Señalan con el dedo o abren sus brazos? ¿Qué haces tú? ¿Apuntas con el dedo o abres los brazos?
Que María, que siguió amando incluso cuando escuchaba a la gente condenar a su Hijo, nos ayude a buscar siempre el camino del bien.