Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. El Evangelio nos los muestra en el templo de Jerusalén, para la presentación del Niño al Señor (cf. Lc 2, 22-40). Llega al templo y allí lleva la más humilde y sencilla de las ofrendas como testimonio de su pobreza. Finalmente, María recibe una profecía: "Una espada te atravesará el alma" (Lc 2, 35). Llegan en la pobreza y parten cargados de sufrimiento. Es sorprendente: ¡Cómo es posible que la Familia de Jesús, la única familia de la historia que puede presumir de la presencia de Dios en la carne, en lugar de ser rica sea pobre! En lugar de ser aliviada, ¡parece ser obstaculizada! En vez de estar libre de fatigas, ¡está inmersa en grandes dolores!
¿Qué dice esto a nuestras familias, este modo de vivir, la historia de la Sagrada Familia, pobre, entorpecida, con grandes dolores? Nos dice una cosa muy hermosa: Dios, a quien a menudo imaginamos más allá de los problemas, ha venido a habitar nuestras vidas con sus problemas. Nos ha salvado así: no ha venido como adulto, sino pequeñísimo; ha vivido en una familia, hijo de una madre y de un padre; allí ha pasado la mayor parte de su tiempo, creciendo, aprendiendo, en una vida hecha de cotidianidad, ocultamiento y silencio. Y no ha evitado las dificultades, es más, eligiendo una familia, una familia "experimentada en el sufrimiento", y dice a nuestras familias: "Si tienen dificultades, yo sé lo que sienten, lo he experimentado: mi madre, mi padre y yo lo hemos experimentado, para decírselo también a su familia: ¡no están solos!
José y María: "se asombraban de las cosas que decían de Jesús" (cf. Lc 2, 33) porque no hubiesen pensado que el anciano Simeón y la profetisa Ana dirían estas cosas. Se asombraban. Y quiero detenerme sobre esto hoy: sobre la capacidad de asombro. La capacidad de asombre es un secreto para llevarse bien en familia. No hay que acostumbrarse a las cosas habituales. Sobre todo hay que saber asombrarse de Dios, que nos acompaña. Y después, asombrarse en familia. Pienso que es buen en la pareja saber asombrarse también del propio cónyuge, por ejemplo, tomándolo de la mano y mirándolo a los ojos por la noche durante unos instantes, con ternura: el asombro te lleva a la ternura, siempre. Es hermosa la ternura en el matrimonio. Y luego maravillarse del milagro de la vida, de los niños, encontrando tiempo para jugar con ellos y para escucharlos. Les pregunto a ustedes, padres y madres: ¿Encuentran tiempo para jugar con sus hijos? ¿Para llevarlos a pasear? Ayer al hablar por teléfono con una persona le pregunté: ¿Dónde estás? "Estoy en la plaza, saqué a mis hijos a pasear". Esta es una bella paternidad y maternidad. Y, luego, maravillarse ante la sabiduría de los abuelos. Tantas veces nosotros apartamos a los abuelos fuera de la vida. ¡No! Los abuelos son fuente de sabiduría. Aprendamos a sorprendernos de la sabiduría de los abuelos, de su historia, de los abuelos que hacen que la vida vuelva a lo esencial. Y, por último, maravillarse de la propia historia de amor, cada uno de nosotros tiene la propia: el Señor nos ha hecho caminar con amor, asombrarnos de esto. Seguramente nuestra vida tiene aspectos negativos, pero hemos de asombrarnos de la bondad de Dios que camina con nosotros, incluso si nosotros somos tan torpes. .
Que María, Reina de la familia, nos ayude a sorprendernos: pidamos hoy la gracia del asombro. Que la Virgen nos ayude a sorprendernos cada día de lo bueno y a saber enseñar a los demás la belleza del asombro.