Queridos hermanos y hermanas, buenos días, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos traslada a la noche de Pascua (Lc 24, 35-48). Los apóstoles están reunidos en el cenáculo, cuando desde Emaús vuelven los dos discípulos y relatan su encuentro con Jesús. Y, mientras expresan la alegría de su experiencia, el Resucitado se aparece a toda la comunidad. Jesús llega precisamente mientras están compartiendo el relato del encuentro con Él. Esto me hace pensar que es hermoso compartir, es importante compartir la fe. Este relato nos hace pensar en la importancia de compartir la fe en Jesús resucitado.
Cada día nos bombardean con mil mensajes. Muchos son superficiales e inútiles, otros revelan una curiosidad indiscreta o, peor aún, nacen de cotilleos y malicia. Son noticias que no sirven para nada, es más, hacen daño. Pero también hay noticias hermosas, positivas y constructivas, y todos sabemos lo bien que sienta escuchar cosas buenas y cómo nos sentimos mejor cuando eso ocurre. Y es hermoso también compartir las realidades que, en lo bueno y en lo malo, han tocado nuestra vida, de modo que podamos ayudar a los demás.
Sin embargo, hay algo de lo que a menudo nos cuesta hablar. ¿De qué nos cuesta hablar? De lo más hermoso que tenemos que contar: nuestro encuentro con Jesús. Cada uno de nosotros ha encontrado al Señor y nos cuesta hablar de ello. Cada uno de nosotros podría decir tanto al respecto: ver cómo el Señor nos ha tocado y compartir esto, no haciendo de maestro de los demás, sino compartiendo los momentos únicos en los que ha sentido al Señor vivo, cercano, que encendía en el corazón la alegría o enjugaba las lágrimas, que transmitía confianza y consuelo, fuerza y entusiasmo, o perdón, ternura. Estos encuentros, que cada uno de nosotros ha tenido con Jesús, compartidlos y transmitidlos. Es importante hacer esto en familia, en la comunidad, con los amigos. De igual modo que sienta bien hablar de las inspiraciones buenas que nos han orientado en la vida, de los pensamientos y de los sentimientos buenos que nos ayudan tanto a avanzar, también de los esfuerzos y de las fatigas que hacemos para entender y para progresar en la vida de fe, tal vez también para arrepentirnos y volver sobre nuestros pasos. Si lo hacemos, Jesús, precisamente como sucedió a los discípulos de Emaús la noche de Pascua, nos sorprenderá y hará aún más hermosos nuestros encuentros y nuestros ambientes.
Probemos entonces a recordar, ahora, un momento fuerte de nuestra vida, un encuentro decisivo con Jesús. Todos lo hemos tenido, cada uno de nosotros ha tenido un encuentro con el Señor. Hagamos un pequeño silencio y pensemos: ¿Cuándo encontré yo al Señor? ¿Cuándo el Señor se hizo cercano a mí? Pensemos en silencio. ¿Y este encuentro con el Señor, lo he compartido para dar gloria al propio Señor? Y también, ¿he escuchado a los demás cuando me hablan de este encuentro con Jesús?
Que la Virgen nos ayude a compartir la fe para que nuestras comunidades sean cada vez más lugares de encuentro con el Señor.