Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos habla de Jesús que, después del milagro de los panes y de los peces invita a las multitudes, que lo buscan, a reflexionar sobre lo que ha sucedido, para comprender el sentido (cf. Jn 6, 24-35).
Habían comido aquella comida compartida y habían podido ver cómo, aunque con pocos recursos, con la generosidad y la valentía de un muchacho, que había puesto a disposición de los demás lo que tenía, todos se habían alimentado hasta saciarse (cf. Jn 6, 1-13). La señal era clara: si alguien da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco, todos puede tener algo. No olvidemos esto: si uno entrega a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco todos pueden tener algo. No olvidemos eso.
Y ellos no lo entendieron: confundieron a Jesús con una especie de prestidigitador, y volvieron a buscarlo, esperando que repitiera el prodigio como si fuera magia (cf. v. 26).
Fueron protagonistas de una experiencia para su camino, pero no captaron su importancia: su atención se concentró solo sobre los panes y sobre los peces, sobre la comida material, que se terminó enseguida. No se dieron cuenta de que aquello era solo un instrumento, a través del cual, el Padre, mientras saciaba su hambre, les revelaba algo mucho más importante, y, ¿qué revela el Padre? El camino de la vida que dura para siempre y el sabor del pan que sacia sin límites. El verdadero pan, en definitiva, era y es Jesús, su Hijo amado hecho hombre (cf. v.35), que vino para compartir nuestra pobreza para guiarnos, a través de ella, a la alegría de la comunión plena con Dios y con los hermanos (cf. Jn 3, 16).
Las cosas materiales no llenan la vida, nos ayudan a avanzar y son importantes, pero no llenan la vida: solo el amor lo puede hacer (cf. Jn 6, 35). Y para que eso suceda el camino a tomar es el de la caridad que no se guarda nada para sí, sino que lo comparte todo. La caridad comparte todo.
¿Y esto no sucede así también en nuestras familias? Lo vemos. Pensemos en esos padres que luchan toda la vida para educar bien a sus hijos y dejarles algo para el futuro. ¡Qué hermoso cuando este mensaje se entiende y los hijos se muestran agradecidos y a su vez se vuelven solidarios entre ellos como hermanos! Es cierto, es triste, en cambio, cuando pelean por la herencia – he visto tantos casos, es triste – y están peleados entre ellos y tal vez no se hablan por el dinero, no se hablan durante años. El mensaje del padre y de la madre, su legado más valioso no es el dinero: es el amor, es el amor con el que entregan a los hijos todo lo que tienen, precisamente como hace Dios con nosotros, y así nos enseñan a amar.
Preguntémonos, entonces: ¿Yo qué relación tengo con las cosas materiales? ¿Soy esclavo, o las uso con libertad, como instrumentos para dar y recibir amor? ¿Yo sé decir "gracias" , "gracias" a Dios y a los hermanos por los dones recibidos y sé compartirlos con los demás?
Que María, que entregó a Jesús toda su vida, nos enseñe a hacer de todo un instrumento de amor.