AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de diciembre de 2013

Creo en la resurrección de la carne

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy vuelvo una vez más a la afirmación "Creo en la resurrección de la carne". Se trata de una verdad no sencilla y para nada obvia, porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender las realidades futuras. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente relacionada con la resurrección de Jesús. El hecho de que Él resucitó es la prueba de que existe la resurrección de los muertos. Desearía, entonces, presentar algunos aspectos referidos a la relación entre la resurrección de Cristo y nuestra resurrección. Él resucitó, y porque Él resucitó también nosotros resucitaremos.

Ante todo, la Sagrada Escritura misma contiene un camino hacia la fe plena en la resurrección de los muertos. Ésta se expresa como fe en Dios creador de todo el hombre –alma y cuerpo–, y como fe en Dios liberador, el Dios fiel a la alianza con su pueblo. El profeta Ezequiel, en una visión, contempla los sepulcros de los deportados que se vuelven a abrir y los huesos secos que vuelven a vivir gracias a la infusión de un espíritu vivificante. Esta visión expresa la esperanza en la futura "resurrección de Israel", es decir, en el renacimiento del pueblo derrotado y humillado (cf. Ez 37, 1-14).

Jesús, en el Nuevo Testamento, conduce a su realización esta revelación, y vincula la fe en la resurrección a su persona y dice: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). En efecto, será Jesús Señor quien resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él. Jesús vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado; de este modo nos tomó consigo en su camino de regreso al Padre. Él, el Verbo encarnado, muerto por nosotros y resucitado, dona a sus discípulos el Espíritu Santo como anticipo de la plena comunión en su Reino glorioso, que esperamos vigilantes. Esta espera es la fuente y la razón de nuestra esperanza: una esperanza que, si se cultiva y se custodia, –nuestra esperanza, si nosotros la cultivamos y la custodiamos– se convierte en luz para iluminar nuestra historia personal y también la historia comunitaria. Recordémoslo siempre: somos discípulos de Aquél que vino, que viene cada día y vendrá al final. Si lográsemos tener más presente esta realidad, estaremos menos cansados de lo cotidiano, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos a caminar con corazón misericordioso por el camino de la salvación.

Otro aspecto: ¿qué significa resucitar? La resurrección de todos nosotros tendrá lugar el último día, al final del mundo, por obra de la omnipotencia de Dios, quien restituirá la vida a nuestro cuerpo reuniéndolo con el alma, en virtud de la resurrección de Jesús. Ésta es la explicación fundamental: porque Jesús resucitó, nosotros resucitaremos; nosotros tenemos la esperanza en la resurrección porque Él nos abrió la puerta a esta resurrección. Y esta transformación, esta transfiguración de nuestro cuerpo se prepara en esta vida por la relación con Jesús, en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Nosotros, que en esta vida nos hemos alimentado con su Cuerpo y con su Sangre, resucitaremos como Él, con Él y por medio de Él. Como Jesús resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrena, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. ¡Esto no es una mentira! Esto es verdad. Nosotros creemos que Jesús resucitó, que Jesús está vivo en este momento. ¿Pero vosotros creéis que Jesús está vivo? Y si Jesús está vivo, ¿pensáis que nos dejará morir y no nos resucitará? ¡No! Él nos espera, y porque Él resucitó, la fuerza de su resurrección nos resucitará a todos nosotros.

Un último elemento: ya en esta vida tenemos en nosotros una participación en la Resurrección de Cristo. Si es verdad que Jesús nos resucitará al final de los tiempos, es también verdad que, en cierto sentido, con Él ya hemos resucitado. La vida eterna comienza ya en este momento, comienza durante toda la vida, que está orientada hacia ese momento de la resurrección final. Y ya estamos resucitados, en efecto, mediante el Bautismo, estamos integrados en la muerte y resurrección de Cristo y participamos en la vida nueva, que es su vida. Por lo tanto, en la espera del último día, tenemos en nosotros mismos una semilla de resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en herencia. Por ello también el cuerpo de cada uno de nosotros es resonancia de eternidad, por lo tanto, siempre se debe respetar; y, sobre todo, se ha de respetar y amar la vida de quienes sufren, para que sientan la cercanía del Reino de Dios, de la condición de vida eterna hacia la cual caminamos. Este pensamiento nos da esperanza: estamos en camino hacia la resurrección. Ver a Jesús, encontrar a Jesús: ¡ésta es nuestra alegría! Estaremos todos juntos –no aquí en la plaza, en otro sitio– pero gozosos con Jesús. ¡Éste es nuestro destino!