AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 30 de septiembre de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Viaje a Cuba y EE.UU.

La audiencia de hoy será en dos sitios: aquí en la plaza y también en el aula Pablo VI, donde se encuentran numerosos enfermos que la siguen por una pantalla gigante. Visto que el tiempo está un poco inestable hemos pensado que ellos estén protegidos y más tranquilos allí. Unámonos los unos a los otros y saludémonos.

Los días pasados realicé el viaje apostólico a Cuba y a Estados Unidos de América. El mismo surgió de la iniciativa de participar en el Encuentro mundial de las familias, programado desde hacía tiempo en Filadelfia. Este «núcleo originario» se amplió a una visita a Estados Unidos de América y a la sede central de las Naciones Unidas, y luego también a Cuba, que se convirtió en la primera etapa del itinerario. Expreso nuevamente mi agradecimiento al presidente Castro, al presidente Obama y al secretario general Ban Ki-moon por la acogida que me brindaron. Agradezco de corazón a los hermanos obispos y a todos los colaboradores el gran trabajo realizado y el amor a la Iglesia que lo animó.

«Misionero de la Misericordia»: así me presenté en Cuba, una tierra rica de belleza natural, de cultura y de fe. La misericordia de Dios es más grande que toda herida, que todo conflicto, que toda ideología; y con esa mirada de misericordia pude abrazar a todo el pueblo cubano, los que están en la patria y los que están fuera, más allá de toda división. Símbolo de esta unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que precisamente hace cien años fue proclamada Patrona de Cuba. Fui como peregrino al santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.

Pude compartir con el pueblo cubano la esperanza de la realización de la profecía de san Juan Pablo ii: que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba. No más cerrazones, no más explotación de la pobreza, sino libertad en la dignidad. Este es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no una senda de evasión, de ganancias fáciles, sino de responsabilidad, servicio al prójimo y atención a la fragilidad. Un camino que encuentra su fuerza en las raíces cristianas de ese pueblo, que tanto ha sufrido. Un camino en el que alenté de modo especial a los sacerdotes y a todos los consagrados, a los estudiantes y a las familias. Que el Espíritu Santo, con la intercesión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos esparcido.

De Cuba a Estados Unidos de América: fue un paso emblemático, un puente que gracias a Dios se está reconstruyendo. Dios siempre quiere construir puentes; somos nosotros quienes construimos muros. Y los muros se derrumban, siempre.

Y en Estados Unidos realicé tres etapas: Washington, Nueva York y Filadelfia. En Washington me reuní con las autoridades políticas, la gente sencilla, los obispos, sacerdotes y consagrados, los más pobres y marginados. He recordado que la riqueza más grande de ese país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así quise animar para que se lleve adelante la construcción social en la fidelidad a su principio fundamental, es decir que todos los hombres son creados por Dios iguales y dotados de inalienables derechos, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su realización plena, como lo puso de relieve la canonización del padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los demás el amor de Cristo. Este es el camino del cristiano, pero también de cada hombre que ha conocido el amor: no tenerlo para sí sino compartirlo con los demás. Sobre esta base religiosa y moral surgieron y crecieron los Estados Unidos de América, y sobre esta base pueden seguir siendo tierra de libertad y de acogida y cooperar con un mundo más justo y fraterno.

En Nueva York pude visitar la sede central de la ONU y saludar al personal que allí trabaja. Mantuve coloquios con el secretario general y los presidentes de las últimas Asambleas generales y del Consejo de seguridad. Al hablar a los representantes de las Naciones, siguiendo los pasos de mis predecesores, renové el aliento de la Iglesia católica a esa Institución y a su papel en la promoción del desarrollo y de la paz, recordando en especial la necesidad del compromiso concorde y real para el cuidado de la creación. Recordé también el llamamiento a detener y prevenir las violencias contra las minorías étnicas y religiosas y contra las poblaciones civiles.

Por la paz y la fraternidad hemos rezado en el Memorial de la Zona Cero, juntamente con los representantes de las religiones, los parientes de muchos caídos y el pueblo de Nueva York, tan rico en diversidad cultural. Y por la paz y la justicia celebré la Eucaristía en el «Madison Square Garden».

Tanto en Washington como en Nueva York puede reunirme con algunas realidades caritativas y educativas, emblemáticas en el enorme servicio que las comunidades católicas –sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos– ofrecen en estos ámbitos.

Vértice del viaje fue el Encuentro de las familias en Filadelfia, donde el horizonte se amplió a todo el mundo, a través del «prisma», por así decirlo, de la familia. La familia, es decir la alianza fecunda entre el hombre y la mujer, es la respuesta al gran desafío de nuestro mundo, que es un desafío doble: la fragmentación y la masificación, dos extremos que conviven y se apoyan mutuamente, y juntos sostienen el modelo económico consumista. La familia es la respuesta porque es la célula de una sociedad que equilibra la dimensión personal y la dimensión comunitaria, y que al mismo tiempo puede ser el modelo de una gestión sostenible de los bienes y de los recursos de la creación. La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad. El humanismo bíblico nos presenta este icono: la pareja humana, unida y fecunda, puesta por Dios en el jardín del mundo, para cultivarlo y custodiarlo.

Deseo dirigir un fraterno y caluroso agradecimiento a monseñor Chaput, arzobispo de Filadelfia, por su compromiso, piedad, entusiasmo y gran amor a la familia en la organización de este evento. Viéndolo bien, no es una casualidad sino que es providencial que el mensaje, es más, el testimonio del Encuentro mundial de las familias haya surgido en este momento de Estados Unidos de América, es decir del país que en el siglo pasado alcanzó el máximo desarrollo económico y tecnológico sin negar sus raíces religiosas. Ahora estas mismas raíces piden que se recomience desde la familia para repensar y cambiar el modelo de desarrollo, para el bien de toda la familia humana.