Audiencia general.
Miércoles 3 de agosto de 2016

Viaje a Polonia, XXXI Jornada Mundial de la Juventud

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy querría reflexionar brevemente sobre el viaje apostólico que he realizado hace unos días a Polonia.

El motivo del viaje ha sido la Jornada mundial de la juventud, a 25 años de distancia de aquella histórica celebrada en Chestochova, poco tiempo después de la caída de la «cortina de hierro». A lo largo de estos 25 años ha cambiado Polonia, ha cambiado Europa y ha cambiado el mundo, y esta JMJ se ha convertido en una señal profética para Polonia, para Europa y para el mundo. La nueva generación de jóvenes, herederos y continuadores del peregrinaje iniciado por san Juan Pablo II, han dado respuesta al desafío de hoy, han dado la señal de esperanza, y esta señal se llama fraternidad. Porque precisamente en este mundo en guerra se necesita fraternidad, se necesita cercanía, se necesita diálogo, se necesita amistad. Y esta es la señal de la esperanza: cuando hay fraternidad.

Empecemos precisamente con los jóvenes, que han sido el primer motivo del viaje. Una vez más han respondido a la llamada: han venido de todo el mundo –¡algunos de ellos todavía están aquí! [señala a los peregrinos presentes en el Aula]– una fiesta de colores, de rostros diversos, de lenguas, de historias diversas. Yo no sé como lo hacen: hablan lenguas diversas, ¡pero consiguen entenderse! ¿Y por qué? Porque tienen esta voluntad de ir juntos, de construir puentes, de fraternidad. Han venido también con sus heridas, con sus interrogantes, pero sobre todo con la alegría de encontrarse; y una vez más han formado un mosaico de fraternidad. Se puede hablar de un mosaico de fraternidad. Una imagen emblemática de las Jornadas mundiales de la juventud es la superficie multicolor de banderas agitadas por los jóvenes: efectivamente, en la JMJ, las banderas de las naciones se vuelven más bonitas, se podría decir que «se purifican», y hasta las banderas de naciones enfrentadas entre ellas se agitan cercanas. ¡Y esto es bonito! ¡Aquí también hay banderas!… ¡Haced que se vean!

Así, durante este gran encuentro jubilar, los jóvenes del mundo han acogido el mensaje de la Misericordia, para llevarlo a todas partes a través de sus obras espirituales y corporales. ¡Doy las gracias a todos los jóvenes que han participado en Cracovia! Y doy las gracias a aquellos que se han unido a nosotros desde todas las partes de la Tierra, porque en muchos países se han hecho pequeñas Jornadas de la juventud en conexión con la de Cracovia. Que el don que habéis recibido se convierta en respuesta cotidiana a la llamada del Señor. Un recuerdo lleno de afecto va dirigido a Susanna, la chica romana de esta diócesis, que ha fallecido en Viena, inmediatamente después de haber participado en la JMJ. Que el Señor, que ciertamente la ha acogido en el cielo, dé conforto a su familia y amigos.

En este viaje, he visitado también el Santuario di Chestochowa. Delante del icono de la Virgen, he recibido el don de la mirada de la Madre, que es de manera especial Madre del pueblo polaco, de esa noble nación que tanto ha sufrido y, con la fuerza de la fe y su mano materna, se ha vuelto a levantar siempre. He saludado a algunos polacos presentes [en el Aula]. Sois buenos, ¡vosotros sois buenos! Ahí, bajo esa mirada, se entiende el sentido espiritual del camino de ese pueblo, cuya historia está unida indisolublemente a la cruz de Cristo. Allí se toca con la mano la fe del santo pueblo fiel de Dios, que custodia la esperanza a través de las pruebas; y conserva también aquella sabiduría que es equilibrio entre tradición e innovación, entre memoria y futuro. Y Polonia recuerda hoy a toda Europa que no puede haber futuro para el continente sin sus valores fundacionales, los cuales a su vez tienen en el centro la visión cristiana del hombre. Entre estos valores está la misericordia, de la cual han sido especiales apóstoles dos grandes hijos de la tierra polaca: santa Faustina Kowalska y san Juan Pablo II.

Y, para finalizar, este viaje tenía también el horizonte del mundo, un mundo llamado a responder al desafío de una guerra «a pedazos» que le está amenazando. Y aquí el gran silencio de la visita a Auschwitz-Birkenau ha sido más elocuente que cualquier palabra. En ese silencio he escuchado, he sentido la presencia de todas las almas que han pasado por allí; he sentido la compasión, la misericordia de Dios, que algunas almas santas han sabido llevar incluso a aquel abismo. En ese gran silencio he rezado por todas las víctimas de la violencia y de la guerra. Y allí, en ese lugar, he comprendido más que nunca el valor de la memoria, no sólo como recuerdo de eventos pasados, sino como advertencia y responsabilidad para hoy y para el día de mañana, para que la semilla del odio y de la violencia no arraigue en los surcos de la historia. Y en esta memoria de las guerras y de las muchas heridas, de tantos dolores vividos, hay también muchos hombres y mujeres de hoy que sufren guerras, muchos de nuestros hermanos y hermanas. Viendo esa crueldad, en ese campo de concentración, he pensado inmediatamente en las crueldades de hoy, que son parecidas: no tan concentradas como en ese lugar, sino diseminadas por todo el mundo; este mundo está enfermo de crueldad, de dolor, de guerra, de odio, de tristeza. Y por eso siempre os pido la oración: ¡Que el Señor nos dé la paz!

Por todo ello, doy gracias al Señor y a la Virgen María. Y expreso nuevamente mi gratitud al presidente de Polonia y a las demás autoridades, al cardenal arzobispo de Cracovia y a todo el episcopado polaco, y a todos aquellos que, de mil maneras, han hecho posible este evento, que ha ofrecido una señal de fraternidad y de paz a Polonia, a Europa y al mundo. Querría dar las gracias a los jóvenes voluntarios, que durante más de un año han trabajado para sacar adelante este evento; y también a los medios de comunicación, a quienes trabajan en los medios de comunicación: muchas gracias por haber hecho que esta Jornada se viese en todo el mundo. Y aquí no puedo olvidar a Anna Maria Jacobini, una periodista italiana que ha perdido la vida improvisamente allí. Oremos también por ella: ella se ha ido cumpliendo su servicio.

¡Gracias!