En el 50° aniversario de la "Pacem in terris"
Jueves 3 de octubre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Comparto hoy con vosotros la conmemoración de la histórica encíclica Pacem in terris, promulgada por el beato Juan XXIII el 11 de abril de 1963. La Providencia ha querido que este encuentro tenga lugar precisamente poco después del anuncio de su canonización. Saludo a todos, en particular al cardenal Turkson, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre.
Los más ancianos entre nosotros recordamos bien la época de la encíclica Pacem in terris. Era el ápice de la llamada "guerra fría". Al final de 1962 la humanidad estaba al borde de un conflicto atómico mundial, y el Papa elevó un dramático y entristecido llamamiento de paz, dirigiéndose así a todos los que tenían la responsabilidad del poder; decía: "Con la mano en la conciencia, que escuchen el grito angustioso que de todos los puntos de la tierra, desde los niños inocentes a los ancianos, desde las personas a las comunidades, sale hacia el cielo: ¡Paz, paz!" (Radio mensaje, 25 de octubre de 1962). Era un grito a los hombres, pero era también una súplica dirigida al Cielo. El diálogo que entonces fatigosamente empezó entre los grandes bloques contrapuestos llevó, durante el Pontificado de otro beato, Juan Pablo II, a la superación de aquella fase y a la apertura de espacios de libertad y de diálogo. Las semillas de paz sembradas por el beato Juan XXIII dieron frutos. Sin embargo, a pesar de que hayan caído muros y barreras, el mundo sigue teniendo necesidad de paz y el llamamiento de la Pacem in terris permanece fuertemente actual.
¿Pero cuál es el fundamento de la construcción de la paz? La Pacem in terris lo quiere recordar a todos: éste consiste en el origen divino del hombre, de la sociedad y de la autoridad misma, que compromete a los individuos, las familias, los diversos grupos sociales y los Estados a vivir relaciones de justicia y solidaridad. Es tarea entonces de todos los hombres construir la paz, a ejemplo de Jesucristo, a través de estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según sus posibilidades, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad.
Mirando nuestra realidad actual, me pregunto si hemos comprendido esta lección de la Pacem in terris. Me pregunto si las palabras justicia y solidaridad están sólo en nuestro diccionario o todos trabajamos para que se hagan realidad. La encíclica del beato Juan XXIII nos recuerda claramente que no puede haber verdadera paz y armonía si no trabajamos por una sociedad más justa y solidaria, si no superamos egoísmos, individualismos, intereses de grupo y esto en todos los niveles.
Vayamos un poco adelante. ¿Qué consecuencias tiene recordar el origen divino del hombre, de la sociedad y de la autoridad misma? La Pacem in terris focaliza una consecuencia básica: el valor de la persona, la dignidad de cada ser humano, que hay que promover, respetar y tutelar siempre. Y no son sólo los principales derechos civiles y políticos los que deben ser garantizados –afirma el beato Juan XXIII–, sino que se debe también ofrecer a cada uno la posibilidad de acceder efectivamente a los medios esenciales de subsistencia, el alimento, el agua, la casa, la atención sanitaria, la educación y la posibilidad de formar y sostener a una familia. Estos son los objetivos que tienen una prioridad inderogable en la acción nacional e internacional y miden su bondad. De ellos depende una paz duradera para todos. Y es importante también que tenga espacio esa rica gama de asociaciones y de cuerpos intermedios que, en la lógica de la subsidiariedad y en el espíritu de la solidaridad, persigan tales objetivos. Cierto, la encíclica afirma objetivos y elementos que ya ha adquirido nuestro modo de pensar, pero hay que preguntarse: ¿lo están verdaderamente en la realidad? Después de cincuenta años, ¿encuentran verificación en el desarrollo de nuestras sociedades?
La Pacem in terris no intentaba afirmar que sea tarea de la Iglesia dar indicaciones concretas sobre temas que, en su complejidad, deben dejarse a la libre discusión. Sobre las materias políticas, económicas y sociales no es el dogma el que indica las soluciones prácticas, sino más bien lo son el diálogo, la escucha, la paciencia, el respeto del otro, la sinceridad y también la disponibilidad a revisar la propia opinión. En el fondo, el llamamiento a la paz de Juan XXIII en 1962 se dirigía a orientar el debate internacional según estas virtudes.
Los principios fundamentales de la Pacem in terris pueden guiar con fruto el estudio y la discusión sobre las "res novae" que interesan a vuestro congreso: la emergencia educativa, la influencia de los medios de comunicación de masa sobre las conciencias, el acceso a los recursos de la tierra, el buen o mal uso de los resultados de las investigaciones biológicas, la carrera de armamento y las medidas de seguridad nacionales e internacionales. La crisis económica mundial, que es un síntoma grave de la falta de respeto por el hombre y por la verdad con que se han tomado decisiones por parte de los gobiernos y de los ciudadanos, lo dicen con claridad. La Pacem in terris traza una línea que va desde la paz que hay que construir en el corazón de los hombres a un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo y de acción a todos los niveles, para que nuestro mundo sea un mundo de paz. Me pregunto si estamos dispuestos a acoger su invitación.
Hablando de paz, hablando de la inhumana crisis económica mundial, que es un síntoma grave de la falta de respeto por el hombre, no puedo dejar de recordar con gran dolor a las numerosas víctimas del enésimo y trágico naufragio sucedido hoy en el mar de Lampedusa. ¡Me surge la palabra vergüenza! ¡Es una vergüenza! Roguemos juntos a Dios por quien ha perdido la vida: hombres, mujeres, niños, por los familiares y por todos los refugiados. ¡Unamos nuestros esfuerzos para que no se repitan tragedias similares! Sólo una decidida colaboración de todos puede ayudar a prevenirlas.
Queridos amigos, que el Señor, con la intercesión de María, Reina de la paz, nos ayude a acoger siempre en nosotros la paz que es don de Cristo Resucitado, y a trabajar siempre con empeño y con creatividad por el bien común. Gracias.