Con los niños discapacitados y enfermos
Asís, 4 de octubre de 2013
Discurso pronunciado
Nosotros estamos entre las llagas de Jesús, dijo usted, señora. Dijo también que estas llagas tienen necesidad de ser escuchadas, ser reconocidas. Y me viene a la memoria cuando el Señor Jesús iba de camino con los dos discípulos tristes. El Señor Jesús, al final, les mostró sus llagas y ellos le reconocieron. Luego el pan, donde Él estaba. Mi hermano Domenico me decía que aquí se realiza la Adoración. También este pan necesita ser escuchado, porque Jesús está presente y oculto detrás de la sencillez y mansedumbre de un pan. Aquí está Jesús oculto en estos muchachos, en estos niños, en estas personas. En el altar adoramos la Carne de Jesús; en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús oculto en la Eucaristía y Jesús oculto en estas llagas. ¡Necesitan ser escuchadas! Tal vez no tanto en los periódicos, como noticias; esa es una escucha que dura uno, dos, tres días, luego viene otro, y otro... Deben ser escuchadas por quienes se dicen cristianos. El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a Jesús, el cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Y hoy, todos nosotros, aquí, necesitamos decir: "Estas llagas deben ser escuchadas". Pero hay otra cosa que nos da esperanza. Jesús está presente en la Eucaristía, aquí es la Carne de Jesús; Jesús está presente entre vosotros, es la Carne de Jesús: son las llagas de Jesús en estas personas.
Pero es interesante: Jesús, al resucitar era bellísimo. No tenía en su cuerpo las marcas de los golpes, las heridas... nada. ¡Era más bello! Sólo quiso conservar las llagas y se las llevó al cielo. Las llagas de Jesús están aquí y están en el cielo ante el Padre. Nosotros curamos las llagas de Jesús aquí, y Él, desde el cielo, nos muestra sus llagas y nos dice a todos, a todos nosotros: "Te estoy esperando!". Que así sea.
Que el Señor os bendiga a todos. Que su amor descienda sobre nosotros, camine con nosotros; que Jesús nos diga que estas llagas son suyas y nos ayude a expresarlo, para que nosotros, cristianos, le escuchemos.
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Palabras que el Papa Francisco había preparado para esta ocasión y que entregó dándolas por leídas
Queridos hermanos y hermanas:
Quiero iniciar mi visita a Asís con vosotros. ¡Os saludo a todos! Hoy es la fiesta de san Francisco, y yo elegí, como Obispo de Roma, llevar su nombre. He aquí el motivo por el cual hoy estoy aquí: mi visita es sobre todo una peregrinación de amor, para rezar ante la tumba de un hombre que se despojó de sí mismo y se revistió de Cristo; y, siguiendo el ejemplo de Cristo, amó a todos, especialmente a los más pobres y abandonados, amó con estupor y sencillez la creación de Dios. Al llegar aquí a Asís, en las puertas de la ciudad, se encuentra este Instituto, que se llama precisamente "Seráfico", un sobrenombre de san Francisco. Lo fundó un gran franciscano, el beato Ludovico de Casoria.
Y es justo partir de aquí. San Francisco, en su Testamento, dice: "El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo" (FF, 110).
La sociedad, lamentablemente, está contaminada por la cultura del "descarte", que se opone a la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles. En esta Casa, en cambio, veo en acción la cultura de la acogida. Cierto, incluso aquí no será todo perfecto, pero se colabora juntos por la vida digna de personas con graves dificultades. Gracias por este signo de amor que nos ofrecéis: éste es el signo de la verdadera civilización, humana y cristiana. Poner en el centro de la atención social y política a las personas más desfavorecidas. A veces, en cambio, las familias se encuentran solas al hacerse cargo de ellas. ¿Qué hacer? Desde este lugar donde se ve el amor concreto, digo a todos: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas ante todo por un profundo amor cristiano, amor a Cristo Crucificado, a la carne de Cristo, obras en las que se unan la profesionalidad, el trabajo cualificado y justamente retribuido, con el voluntariado, un tesoro precioso.
Servir con amor y con ternura a las personas que tienen necesidad de tanta ayuda nos hace crecer en humanidad, porque ellas son auténticos recursos de humanidad. San Francisco era un joven rico, tenía ideales de gloria, pero Jesús, en la persona de aquel leproso, le habló en silencio, y le cambió, le hizo comprender lo que verdaderamente vale en la vida: no las riquezas, la fuerza de las armas, la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón.
Aquí, queridos hermanos y hermanas, quiero leeros algo personal, unas de las más bellas cartas que he recibido, un don de amor de Jesús. Me la escribió Nicolás, un muchacho de 16 años, discapacitado de nacimiento, que vive en Buenos Aires. Os la leo: "Querido Francisco: soy Nicolás y tengo 16 años; como yo no puedo escribirte (porque aún no hablo, ni camino), pedí a mis padres que lo hicieran en mi lugar, porque ellos son las personas que más me conocen. Te quiero contar que cuando tenía 6 años, en mi Colegio que se llama Aedin, el padre Pablo me dio la primera Comunión y este año, en noviembre, recibiré la Confirmación, una cosa que me da mucha alegría. Todas las noches, desde que tú me lo has pedido, pido a mi ángel de la guarda, que se llama Eusebio y que tiene mucha paciencia, que te proteja y te ayude. Puedes estar seguro de que lo hace muy bien porque me cuida y me acompaña todos los días. ¡Ah! Y cuando no tengo sueño... viene a jugar conmigo. Me gustaría mucho ir a verte y recibir tu bendición y un beso: sólo esto. Te mando muchos saludos y sigo pidiendo a Eusebio que te cuide y te dé fuerza. Besos. Nico".
En esta carta, en el corazón de este muchacho está la belleza, el amor, la poesía de Dios. Dios que se revela a quien tiene corazón sencillo, a los pequeños, a los humildes, a quien nosotros a menudo consideramos últimos, incluso a vosotros, queridos amigos: este muchacho cuando no logra dormir juega con su ángel de la guarda; es Dios que baja a jugar con él.
En la capilla de este Instituto, el obispo ha querido que se tenga la adoración eucarística permanente: el mismo Jesús que adoramos en el Sacramento, le encontramos en el hermano más frágil, de quien aprendemos, sin barreras y complicaciones, que Dios nos ama con la sencillez del corazón.
Gracias a todos por este encuentro. Os llevo conmigo, en el afecto y en la oración. Pero también vosotros rezad por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen y san Francisco os protejan.
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A las personas que estaban en el exterior
¡Buenos días! Os saludo. Muchas gracias por todo esto. Rezad por todos los niños, los muchachos, las personas que están aquí, por todos los que trabajan aquí. Por ellos. ¡Muy bonito! Que el Señor os bendiga. Rezad también por mí, pero siempre. Rezad a favor, no en contra. Que el Señor os bendiga.