Queridos sacerdotes:
Os doy las gracias por vuestra acogida. He deseado mucho este encuentro con vosotros que lleváis el peso diario del trabajo parroquial.
Ante todo quisiera compartir con vosotros la alegría de ser sacerdotes. La sorpresa siempre nueva de haber sido llamado, más aún, de se ser llamado por el Señor Jesús. Llamado a seguirle, a estar con Él, para ir hacia los demás llevándoles al Señor, su Palabra, su perdón... No hay nada más hermoso para un hombre que esto, ¿verdad? Cuando nosotros, sacerdotes, estamos ante el sagrario, y nos detenemos un momento allí, en silencio, sentimos nuevamente la mirada de Jesús sobre nosotros, y esta mirada nos renueva, nos infunde ánimo...
Cierto, a veces no es fácil permanecer ante el Señor; no es fácil porque estamos ocupados en muchas cosas, con muchas personas...; pero a veces no es fácil porque sentimos una cierta incomodidad, la mirada de Jesús nos inquieta un poco, nos pone también en crisis... Pero esto nos hace bien. En el silencio de la oración Jesús nos hace ver si estamos trabajando como buenos obreros, o bien tal vez nos hemos convertido un poco en "empleados"; si somos "canales" abiertos, generosos a través de los cuales fluye abundante su amor, su gracia, o si en cambio nos ponemos a nosotros mismos en el centro, y, así, en lugar de ser "canales" nos convertimos en "pantallas" que no ayudan al encuentro con el Señor, con la luz y la fuerza del Evangelio.
Y la segunda cosa que deseo compartir con vosotros es la belleza de la fraternidad: ser sacerdotes juntos, seguir al Señor no solos, cada uno por su lado, sino juntos, incluso en la gran variedad de los dones y de las personalidades; es más, precisamente esto enriquece al presbiterio, esta variedad de procedencias, edades, talentos... Y todo vivido en la comunión, en la fraternidad.
También esto no es fácil, no es inmediato y no se da por descontado. Antes que nada porque también nosotros sacerdotes estamos inmersos en la cultura subjetivista de hoy, esta cultura que exalta el yo hasta idolatrarlo. Y además a causa de un cierto individualismo pastoral que lamentablemente está difundido en nuestras diócesis. Por ello debemos reaccionar a esto con la opción de la fraternidad. Intencionalmente hablo de "opción". No puede ser sólo algo dejado al azar, a las circunstancias favorables... No, es una opción, que corresponde a la realidad que nos constituye, al don que hemos recibido, pero que siempre se debe acoger y cultivar: la comunión en Cristo en el presbiterio, en torno al obispo. Esta comunión pide ser vivida buscando formas concretas y adecuadas a los tiempos y a la realidad del territorio, pero siempre en perspectiva apostólica, con estilo misionero, con fraternidad y sencillez de vida. Cuando Jesús dice: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros" (Jn 13, 35), lo dice ciertamente para todos, pero ante todo para los Doce, para aquellos que ha llamado a seguirlo más de cerca.
La alegría de ser sacerdotes y la belleza de la fraternidad. Estas son las dos cosas que consideraba más importantes pensando en vosotros. Una última cosa solamente la menciono: os aliento en vuestro trabajo con las familias y por la familia. Es un trabajo que el Señor nos pide realizar de modo especial en este tiempo, que es un tiempo difícil tanto para la familia como institución, como para las familias, como causa de la crisis. Pero precisamente cuando el momento es difícil, Dios hace sentir su cercanía, su gracia, la fuerza profética de su Palabra. Y nosotros estamos llamados a ser testigos, mediadores de esta cercanía a las familias y de esta fuerza profética para la familia.
Queridos hermanos, os doy las gracias. Y sigamos adelante, animados por el común amor al Señor y a la santa madre Iglesia. Que la Virgen os proteja y os acompañe. Permanezcamos unidos en la oración. ¡Gracias!