Queridos amigos, ¡buenas tardes!
Estoy contento de reunirme con vosotros con ocasión del partido interreligioso por la paz, que jugaréis esta noche en el Estadio olímpico de Roma. Os doy las gracias porque os habéis sumado con prontitud a mi deseo de ver campeones y entrenadores de diversos países y de diversas religiones jugando en un encuentro deportivo, para testimoniar sentimientos de fraternidad y amistad. Mi reconocimiento se dirige en especial a las personas y a las realidades que han dado su aportación para la realización de este evento. Pienso especialmente en la "Scholas occurrentes", que tiene su sede en la Academia pontificia de ciencias, y en la "Fundación Pupi Onlus".
El partido de esta noche será ciertamente una ocasión para recaudar fondos de ayuda para los proyectos de solidaridad, pero sobre todo para reflexionar sobre los valores universales que el fútbol y el deporte en general pueden favorecer: la lealtad, el compartir, la acogida, el diálogo, la confianza en el otro. Se trata de valores que invitan a cada persona a prescindir de la raza, la cultura y el credo religioso. Es más, el evento deportivo de esta noche es un gesto altamente simbólico para hacer comprender que es posible construir la cultura del encuentro y un mundo de paz, donde creyentes de religiones distintas, conservando su identidad –porque cuando he dicho "a prescindir" esto no quiere decir "dejar a un lado", no– creyentes de distintas religiones, conservando su propia identidad, pueden convivir en armonía y en el respeto mutuo.
Todos sabemos que el deporte, en especial el fútbol, es un fenómeno humano y social que tiene mucha importancia e incidencia en las costumbres y en la mentalidad contemporánea. La gente, especialmente los jóvenes, os mira con admiración por vuestras capacidades atléticas: es importante dar un buen ejemplo tanto en el campo como fuera del campo. En las competiciones deportivas estáis llamados a mostrar que el deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe ser valorizado mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad de estrechar vínculos de amistad y la apertura de unos hacia otros. También con vuestras actitudes cotidianas, llenas de fe y de espiritualidad, de humanidad y de altruismo, podéis dar un testimonio en favor de los ideales de pacífica convivencia civil y social, para la edificación de una civilización fundada en el amor, en la solidaridad y en la paz. Esta es la cultura del encuentro: trabajar así.
Que el encuentro futbolístico de esta noche reavive en quienes participarán la consciencia de la necesidad de comprometerse para que el deporte contribuya en dar una aportación válida y fecunda a la pacífica coexistencia de todos los pueblos, excluyendo toda discriminación de raza, lengua y religión. Vosotros sabéis que discriminar puede ser sinónimo de despreciar. La discriminación es un desprecio, y vosotros con este partido de hoy, diréis "no" a toda discriminación. Las religiones, en especial, están llamadas a convertirse en canales de paz y nunca de odio, porque en nombre de Dios hay que llevar siempre y solamente el amor. Religión y deporte, entendidos de este modo auténtico, pueden colaborar y ofrecer a toda la sociedad las señales elocuentes de esos tiempos nuevos en el que los pueblos "ya no alzarán la espada los unos contra los otros" (cf. Is 2, 4).
En esta ocasión tan especial y significativa, como es el partido de fútbol de esta noche, deseo entregar a todos vosotros este mensaje: ¡ensanchad vuestro corazón de hermanos a hermanos! Este es uno de los secretos de la vida: ensanchar el corazón de hermanos a hermanos, y es también la dimensión más profunda y auténtica del deporte. Gracias.