Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días a todos! Y gracias, muchas gracias por haber venido a este encuentro.
La tarea del Papa, la tarea de Pedro, es la de confirmar a los hermanos en la fe. Así, vosotros también habéis querido con este gesto pedir al Sucesor de Pedro que confirme vuestra llamada, que sostenga vuestra misión y bendiga vuestro carisma. Y hoy confirmo vuestra llamada, sostengo vuestra misión y bendigo vuestro carisma. Lo hago no porque él [señala a Kiko] me pagó, ¡no! Lo hago porque quiero hacerlo. Iréis en nombre de Cristo a todo el mundo a llevar su Evangelio: Que Cristo os preceda, que Cristo os acompañe, que Cristo lleve a su realización la salvación de la que sois portadores.
Junto a vosotros saludo a todos los cardenales y obispos que os acompañan hoy y que en sus diócesis apoyan vuestra misión. En especial saludo a los iniciadores del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello y Carmen Hernández, junto con el padre Mario Pezzi: también a ellos expreso mi aprecio y mi aliento por todo lo que, a través del Camino, están haciendo en beneficio de la Iglesia. Yo digo siempre que el Camino Neocatecumenal hace un gran bien en la Iglesia.
Como dijo Kiko, nuestro encuentro de hoy es un envío misionero, en obediencia a lo que Cristo nos pidió y escuchamos en el Evangelio. Y estoy particularmente contento de que esta misión vuestra se lleve a cabo gracias a familias cristianas que, reunidas en una comunidad, tienen la misión de entregar los signos de la fe que atraen a los hombres hacia la belleza del Evangelio, según las palabras de Cristo: "Amaos como yo os he amado; de este amor conocerán que sois mis discípulos" (cf. Jn 13, 34-35), y "sean todos uno y el mundo creerá" (cf. Jn 17, 21). Estas comunidades, llamadas por los obispos, están formadas por un presbítero y cuatro o cinco familias, con hijos incluso mayores, y constituyen una "missio ad gentes", con un mandato de evangelizar a los no cristianos. Los no cristianos que jamás escucharon hablar de Jesucristo, y muchos no cristianos que olvidaron quién era Jesucristo, quién es Jesucristo: no cristianos bautizados, a quienes la secularización, la mundanidad y muchas otras cosas les hicieron olvidar la fe. ¡Despertad esa fe!
Por lo tanto, incluso antes que con la palabra, es con vuestro testimonio de vida como manifestáis el corazón de la revelación de Cristo: que Dios ama al hombre hasta entregarse a la muerte por él y que fue resucitado por el Padre para darnos la gracia de dar nuestra vida a los demás. El mundo de hoy tiene extrema necesidad de es este gran mensaje. Cuánta soledad, cuánto sufrimiento, cuánta lejanía de Dios en tantas periferias de Europa y América y en muchas ciudades de Asia. Cuánta necesidad tiene el hombre de hoy, en todo lugar, de sentir que Dios lo ama y que el amor es posible. Estas comunidades cristianas, gracias a vosotros, familias misioneras, tienen la tarea esencial de hacer visible este mensaje. Y ¿cuál es el mensaje? "¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive! ¡Cristo está vivo entre nosotros!".
Vosotros habéis recibido la fuerza de dejar todo y partir hacia tierras lejanas gracias a un camino de iniciación cristiana, vivido en pequeñas comunidades, donde habéis descubierto de nuevo las inmensas riquezas de vuestro bautismo. Este es el Camino Neocatecumenal, un auténtico don de la Providencia a la Iglesia de nuestros tiempos, como ya afirmaron mis predecesores; sobre todo san Juan Pablo II cuando os dijo: "Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos de hoy" (Carta Ogniqualvolta, 30 de agosto de 1990). El Camino se basa en esas tres dimensiones de la Iglesia que son la Palabra, la Liturgia y la Comunidad. Por ello, la escucha obediente y constante de la Palabra de Dios, la celebración eucarística en pequeñas comunidades después de las primeras Vísperas del domingo, la celebración de Laudes en familia en el día domingo con todos los hijos, y el compartir la propia fe con los demás hermanos están en el origen de tantos dones que el Señor os prodigó, así como las numerosas vocaciones al presbiterado y a la vida consagrada. Ver todo esto es un consuelo, porque confirma que el Espíritu de Dios está vivo y operante en su Iglesia, también hoy, y que responde a las necesidades del hombre moderno.
En diversas ocasiones insistí sobre la necesidad que la Iglesia tiene de pasar de una pastoral de simple conservación a una pastoral decididamente misionera (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 15). Cuántas veces, en la Iglesia, tenemos a Jesús dentro y no lo dejamos salir... ¡Cuántas veces! Esto es lo más importante que hay que hacer si no queremos que las aguas se estanquen en la Iglesia. El Camino desde hace años está realizando estas missio ad gentes entre los no cristianos, para una implantatio Ecclesiae, una nueva presencia de Iglesia, allí donde la Iglesia no existe y ya no es capaz de llegar a las personas. "¡Cuánta alegría nos dais con vuestra presencia y con vuestra actividad!", os dijo el beato Papa Pablo VI en su primera audiencia con vosotros (8 de mayo de 1974). Yo también hago mías estas palabras y os aliento a seguir adelante, confiándoos a la santísima Virgen María que inspiró el Camino Neocatecumenal. Ella intercede por vosotros ante su Hijo divino.
Queridísimos, que el Señor os acompañe. ¡Id con mi bendición!