Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida a vosotros, miembros de la Academia pontificia de ciencias sociales y participantes en esta sesión plenaria dedicada a la trata de personas. Agradezco las amables palabras de la presidenta, la señora Margaret Archer. Saludo a todos cordialmente y os garantizo que estoy muy agradecido por lo que esta Academia realiza para profundizar el conocimiento de las nuevas formas de esclavitud y erradicar la trata de seres humanos, con el único propósito de servir al hombre, especialmente a las personas marginadas y excluidas.
Como cristianos, vosotros os sentís interpelados por el sermón de la montaña del Señor Jesús y también por el «protocolo» con el que seremos juzgados al final de nuestra vida, según el Evangelio de san Mateo, capítulo 25. «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los afligidos, bienaventurados los mansos, bienaventurados los puros de corazón, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia: estos poseerán la tierra, estos serán hijos de Dios, estos verán a Dios» (cf. Mt 25, 3-10). Los «benditos del Padre», sus hijos que lo verán son los que se preocupan por los últimos y aman a los más pequeños entre sus hermanos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis», dice el Señor (cf. Mt 25, 40).
Y hoy, entre estos hermanos más necesitados están los que sufren la tragedia de las formas modernas de esclavitud, del trabajo forzado, del trabajo esclavo, de la prostitución, del tráfico de órganos, de la droga.
San Pedro Claver, en un momento histórico en el que la esclavitud estaba muy difundida y socialmente aceptada, lamentablemente –y escandalosamente– también en el mundo cristiano, porque era un gran negocio, sintiéndose interpelado por estas palabras del Señor, se consagró para ser «esclavo de los esclavos». Muchos otros santos y santas, como por ejemplo, san Juan de Mata, combatieron la esclavitud, siguiendo el mandato de Pablo: «Ya no como esclavo ni esclava, sino como hermano y hermana en Cristo» (cf. Flm 1, 16).
Sabemos que la abolición histórica de la esclavitud como estructura social es la consecuencia directa del mensaje de libertad que Cristo trajo al mundo con su plenitud de gracia, verdad y amor, con su programa de las Bienaventuranzas. La conciencia progresiva de este mensaje en el curso de la historia es obra del Espíritu de Cristo y de sus dones comunicados a sus santos y a numerosos hombres y mujeres de buena voluntad, que no se identifican con una fe religiosa, pero que se comprometen por mejorar las condiciones humanas.
Lamentablemente, en un sistema económico global dominado por el beneficio, se han desarrollado nuevas formas de esclavitud en cierto modo peores y más inhumanas que las del pasado. Más aún hoy, por lo tanto, siguiendo el mensaje de redención del Señor, estamos llamados a denunciarlas y combatirlas. En primer lugar, debemos tomar más conciencia de este nuevo mal que, en el mundo global, se quiere ocultar por ser escandaloso y «políticamente incorrecto». A nadie le gusta reconocer que en su ciudad, en su barrio también, en su región o nación existen nuevas formas de esclavitud, mientras sabemos que esta plaga concierne a casi todos los países. Tenemos que denunciar este terrible flagelo con su gravedad. Ya el Papa Benedicto XVI condenó sin medios términos toda violación de la igualdad de la dignidad de los seres humanos (cf. Discurso al nuevo embajador la República de Alemania ante la Santa Sede, 7 de noviembre de 2011). Por mi parte, he declarado más veces que estas nuevas formas de esclavitud –tráfico de seres humanos, trabajo forzado, prostitución, comercio de órganos– son crímenes gravísimos, «una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea» (Discurso a la II Conferencia internacional sobre la trata de personas, 10 de abril de 2014). Toda la sociedad está llamada a crecer en esta toma de conciencia, especialmente en lo que respecta a la legislación nacional e internacional, de modo que se pueda aplicar la justicia a los traficantes y emplear sus ganancias injustas para la rehabilitación de las víctimas. Se deberían buscar las modalidades más idóneas para penalizar a quienes se hacen cómplices de este mercado inhumano. Estamos llamados a mejorar las modalidades de rescate e inclusión social de las víctimas, actualizando incluso las normativas sobre el derecho de asilo. Debe aumentar la conciencia de las autoridades civiles acerca de la gravedad de esta tragedia, que constituye un retroceso de la humanidad. Y muchas veces –¡muchas veces!– estas nuevas formas de esclavitud son protegidas por instituciones que deben defender a la población de estos crímenes.
Queridos amigos, os aliento a proseguir con este trabajo, con el que contribuís a hacer el mundo más consciente de tal desafío. La luz del Evangelio es guía para quien se pone al servicio de la civilización del amor, donde las Bienaventuranzas tienen una resonancia social, donde existe una real inclusión de los últimos. Es necesario construir la ciudad terrena a la luz de las Bienaventuranzas, y así, caminar hacia el cielo en compañía de los pequeños y de los últimos.
Os bendigo a todos vosotros, bendigo vuestro trabajo y vuestras iniciativas. Os agradezco mucho por lo que hacéis. Os acompaño con mi oración y también vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.