Queridos padres sinodales, queridos hermanos y hermanas:
Retomando esta mañana los trabajos de la congregación general, quiero invitaros a dedicar la oración de la hora Tercia a la intención de la reconciliación y de la paz en Oriente Medio.
Nos ha golpeado dolorosamente y seguimos con profunda preocupación cuanto está sucediendo en Siria, en Irak, en Jerusalén y en Cisjordania, donde asistimos a un aumento de la violencia que afecta a civiles inocentes y continúa alimentando una crisis humanitaria de enormes proporciones. La guerra conlleva destrucción y multiplica los sufrimientos de las poblaciones. Esperanza y progreso llegan sólo con elecciones de paz. Unámonos, por lo tanto, en una intensa y confiada oración al Señor, una oración que quiere ser al mismo tiempo expresión de cercanía a los hermanos patriarcas y obispos aquí presentes, que provienen de esas regiones, a sus sacerdotes y fieles, como también a todos los que viven ahí.
Al mismo tiempo dirijo, junto al Sínodo, un sentido llamamiento a la comunidad internacional, para que encuentre el modo de ayudar eficazmente a las partes que se ven afectadas, el modo de alargar sus propios horizontes más allá de los intereses inmediatos y a usar los instrumentos del derecho internacional, de la diplomacia, para resolver los conflictos en curso.
Deseo, por último, que extendamos nuestra oración también a aquellas zonas del continente africano que están viviendo situaciones análogas de conflicto.
Que interceda por todos María, Reina de la paz y amorosa Madre de sus hijos.