Viaje apostólico a Kenia, Uganda y R. Centroafricana
Queridos catequistas y maestros, queridos amigos:
Les saludo con afecto en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Maestro.
«Maestro». Qué hermoso título este. Jesús es nuestro primer y más grande maestro. San Pablo nos dice que Jesús dio a su Iglesia no sólo apóstoles y pastores, sino también maestros, para edificar todo el cuerpo en la fe y en el amor. Junto a los Obispos, a los presbíteros y a los diáconos, que han sido ordenados para predicar el Evangelio y cuidar del rebaño del Señor, ustedes, como catequistas, tienen un papel importante en la tarea de llevar la Buena Noticia a cada pueblo y aldea de su país. Habéis sido elegidos para desempeñar el ministerio de la catequesis.
Quisiera ante todo darles las gracias por los sacrificios que hacen ustedes y sus familias, y por el celo y la devoción con la que llevan a cabo su importante misión. Ustedes enseñan lo que Jesús enseñó, instruyen a los adultos y ayudan a los padres para que eduquen a sus hijos en la fe, y llevan a todos la alegría y la esperanza de la vida eterna. Gracias, gracias por su dedicación, por el ejemplo que ofrecen, por la cercanía al pueblo de Dios en la vida cotidiana y por los tantos modos en que plantan y cultivan la semilla de la fe en toda esta vasta tierra. Gracias, especialmente, por el hecho de enseñar a rezar a los niños y a los jóvenes. Porque es muy importante; enseñar a los niños a rezar es algo grande.
Sé que su trabajo, aunque gratificante, no es fácil. Por eso les animo a perseverar, y pido a sus Obispos y a sus sacerdotes que les den una formación doctrinal, espiritual y pastoral que les ayude cada vez más en su acción. Aun cuando la tarea parece difícil, los recursos resultan insuficientes y los obstáculos demasiado grandes, les hará bien recordar que el suyo es un trabajo santo. Y quiero subrayarlo: el suyo es un trabajo santo. El Espíritu Santo está presente allí donde se proclama el nombre de Cristo. Él está en medio de nosotros cada vez que en la oración elevamos el corazón y la mente a Dios. Él les dará la luz y la fuerza que necesitan. El mensaje que llevan hundirá más sus raíces en el corazón de las personas en la medida en que ustedes sean no solo maestros, sino también testigos. Y esta es otra cosa importante: ustedes han de ser maestros, pero eso no serviría sino son testigos. Que su ejemplo haga ver a todos la belleza de la oración, el poder de la misericordia y del perdón, la alegría de compartir la Eucaristía con todos los hermanos y hermanas.
La comunidad cristiana en Uganda ha crecido mucho gracias al testimonio de los mártires. Ellos han dado testimonio de la verdad que hace libres; estuvieron dispuestos a derramar su sangre para permanecer fieles a lo que sabían que era bueno, bello y verdadero. Estamos hoy aquí en Munyonyo, donde el Rey Mwanga decidió eliminar a los seguidores de Cristo. No tuvo éxito en su intento, como tampoco el Rey Herodes consiguió matar a Jesús. La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no prevalecieron (cf. Jn 1, 5). Después de haber visto el valiente testimonio de san Andrés Kaggwa y de sus compañeros, los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo.
Que san Andrés, su Patrón, y todos los catequistas ugandeses mártires, obtengan para ustedes la gracia de ser maestros con sabiduría, hombres y mujeres cuyas palabras estén colmadas de gracia, de un testimonio convincente del esplendor de la verdad de Dios y de la alegría del Evangelio. Testigos de santidad. Vayan sin miedo a cada ciudad y pueblo de este país, sin miedo, para difundir la buena semilla de la Palabra de Dios, y tengan confianza en su promesa de que volverán contentos, con gavillas de abundante cosecha. Pido a todos ustedes, catequistas, que recen por mí, y que hagan rezar a los niños por mí.
Omukama Abawe Omukisa! (Que Dios los bendiga).