Viaje apostólico del Papa Francisco a México (12-18.II.16)
Señora Primera Dama. Señora Secretaria de Salud. Señor Director. Miembros del Patronato. Familias aquí presentes. Amigas y amigos. Queridos niños.
Buenas tardes.
Agradezco a Dios la oportunidad que me regala de poder venir a visitarlos, de reunirme con ustedes y sus familias en este Hospital. Poder compartir un ratito de sus vidas, la de todas las personas que trabajan como médicos, enfermeras, miembros del personal y voluntarios que los atienden, tanta gente que está trabajando para ustedes.
Hay un pedacito en el Evangelio que nos cuenta la vida de Jesús cuando era niño. Era bien chiquito, como algunos de ustedes. Un día los papás, José y María, lo llevaron al Templo para presentárselo a Dios. Y ahí se encuentran con un anciano que se llamaba Simeón, el cual cuando lo ve –muy decidido, el viejito, y con mucha alegría y gratitud–, lo toma en brazos y comienza a bendecir a Dios. Ver al niño Jesús provocó en él dos cosas: un sentimiento de agradecimiento y las ganas de bendecir. O sea, da gracias a Dios y le vinieron ganas de bendecir, al viejo.
Simeón es el «abuelo» que nos enseña esas dos actitudes fundamentales de la vida: agradecer y, a su vez, bendecir.
Acá, yo los bendigo a ustedes, los médicos los bendicen a ustedes, cada vez que los curan las enfermeras, todo el personal, todos los que trabajan, los bendicen a ustedes, los chicos; pero ustedes también tienen que aprender a bendecirlos a ellos y a pedirle a Jesús que los cuide porque ellos los cuidan a ustedes. Yo aquí –y no sólo por la edad– me siento muy cercano a estas dos enseñanzas de Simeón. Por un lado, al cruzar esa puerta y ver sus ojos, sus sonrisas –algunos pillos–, sus rostros, me generó ganas de dar gracias. Gracias por el cariño que tienen en recibirme; gracias por ver el cariño con que se los cuida aquí, con el cariño con que se los acompaña. Gracias por el esfuerzo de tantos que están haciendo lo mejor para que puedan recuperarse rápido.
Es tan importante sentirse cuidados y acompañados, sentirse queridos y saber que están buscando la mejor manera de cuidarnos, por todas esas personas digo: «¡Gracias!». «¡Gracias!».
Y, a su vez, quiero bendecirlos. Quiero pedirle a Dios que los bendiga, los acompañe a ustedes y a sus familias, a todas las personas que trabajan en esta casa y buscan que esas sonrisas sigan creciendo cada día. A todas las personas que no sólo con medicamentos sino con «la cariñoterapia» ayudan a que este tiempo sea vivido con mayor alegría. Tan importante «la cariñoterapia». ¡Tan importante! A veces una caricia ayuda tanto a recuperarse.
¿Conocen al indio Juan Diego, ustedes, o no? [Responden: «Sí»] A ver, levante la mano quien lo conoce… Cuando el tío de Juanito estaba enfermo, él estaba muy preocupado y angustiado. En ese momento, se aparece la Virgencita de Guadalupe y le dice: «No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tenemos a nuestra Madre, pidámosle para que ella nos regale a su Hijo Jesús.
Y ahora, a los chicos les voy a pedir una cosa: cerremos los ojos, cerremos los ojos y pidamos lo que nuestro corazón hoy quiera. Un ratito de silencio con los ojos cerrados y adentro pidiendo lo que queremos. Y ahora juntos digamos a nuestra Madre: «Dios te salve María…».
Que el Señor y la Virgen de Guadalupe los acompañen siempre. Muchas gracias. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡No se olviden! Que Dios los bendiga.