Oración del Papa Francisco durante el Vía Crucis en el Coliseo.
Palatino
Viernes Santo, 14 de abril de 2017

Oh Cristo dejado solo y traicionado incluso por los suyos y vendido a bajo precio.

Oh Cristo juzgado por los pecadores, entregado por los Jefes.

Oh Cristo desgarrado en la carne, coronado de espinas y vestido de púrpura.

Oh Cristo abofeteado y atrozmente clavado.

Oh Cristo traspasado por la lanza que ha atravesado tu corazón.

Oh Cristo muerto y sepultado, tú que eres el Dios de la vida y de la existencia.

Oh Cristo, nuestro único Salvador, volvemos a Ti también este año con los ojos abajados de vergüenza y con el corazón lleno de esperanza:

De vergüenza por todas las imágenes de devastaciones, de destrucción y de naufragio que se han convertido en ordinarias en nuestra vida;

Vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente es derramada de mujeres, de niños, de inmigrantes y de personas perseguidas por el color de su piel o por su pertenencia étnica y social y por su fe en Ti;

Vergüenza por las demasiadas veces que, como Judas y Pedro, te hemos vendido y traicionado y dejado solo para morir por nuestros pecados, escapando como cobardes de nuestras responsabilidades;

Vergüenza por nuestro silencio ante las injusticias; por nuestras manos perezosas en el dar y ávidas en el arrancar y en el conquistar; por nuestra voz aguda en el defender nuestros intereses y tímida en el hablar de los de los demás; por nuestros pies rápidos en el camino del mal y paralizados en el del bien;

Vergüenza por todas las veces que nosotros obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas hemos escandalizado y herido a tu cuerpo, la Iglesia; y hemos olvidado nuestro primer amor, nuestro primer entusiasmo y nuestra total disponibilidad, dejando oxidar nuestro corazón y nuestra consagración.

Mucha vergüenza Señor pero nuestro corazón está nostálgico también de la esperanza confiada de que tú no nos tratas según nuestros méritos sino únicamente según la abundancia de tu Misericordia; que nuestras traiciones no hacen mermar la inmensidad de tu amor; que tu corazón, materno y paterno, no nos olvida por la dureza de nuestras entrañas;

La esperanza segura de que nuestros nombres están inscritos en tu corazón y que estamos colocados en la pupila de tus ojos;

La esperanza de que tu Cruz transforma nuestros corazones endurecidos en corazón de carne capaces de soñar, de perdonar y de amar; transforma esta noche tenebrosa de tu cruz en alba deslumbrante de tu Resurrección;

La esperanza de que tu fidelidad no se basa en la nuestra;

La esperanza de que la de multitud de hombres y mujeres fieles a tu Cruz continúa y continuará viviendo fiel como la levadura que da sabor y como la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad herida;

La esperanza de que tu Iglesia buscará ser voz que grita en el desierto de la humanidad para preparar el camino de tu regreso triunfal, cuando vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos;

¡La esperanza de que el bien vencerá a pesar de su aparente derrota!

Oh Señor Jesús, Hijo de Dios, víctima inocente de nuestra redención, ante tu estandarte real, ante tu misterio de muerte y de gloria, ante tu patíbulo, nos arrodillamos, avergonzados y esperanzados, y te pedimos que nos laves en el baño de sangre y agua que salieron de tu Corazón traspasado; perdona nuestros pecados y nuestras culpas;

Te pedimos que te acuerdes de nuestros hermanos golpeados por la violencia, la indiferencia y la guerra;

Te pedimos que rompas las cadenas que nos tienen prisioneros en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos.

Oh Cristo, te pedimos que nos enseñes a no avergonzarnos nunca de tu Cruz, a no instrumentalizarla sino a honrarla y adorarla, porque con ella Tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y el poder de tu misericordia. Amén.