Queridos hermanos y hermanas:
Les saludo con ocasión de la celebración del este Congreso internacional de Acción Católica, que tiene como tema: «Acción Católica es misión con todos y para todos». Me gustaría compartir con ustedes algunas inquietudes y consideraciones.
– Históricamente la Acción Católica ha tenido la misión de formar laicos que asuman su responsabilidad en el mundo. Hoy, concretamente, es la formación de discípulos misioneros. Gracias por que han asumido decididamente la Evangelii Gaudium como carta magna.
El carisma de la Acción Católica es el carisma de la misma Iglesia encarnada entrañablemente en el hoy y en el aquí de cada Iglesia diocesana que discierne en contemplación y mirada atenta la vida de su pueblo, y busca renovados caminos de evangelización y de misión desde las distintas realidades parroquiales.
La Acción Católica ha tenido tradicionalmente cuatro pilares o patas: la Oración, la Formación, el Sacrificio y el Apostolado. De acuerdo a cada momento de su historia se ha apoyado primero una pata y después las otras. Así, en algún momento, lo más fuerte fue la oración o la formación doctrinal. Dadas las características de este momento el apostolado tiene que ser lo distintivo y es la pata que se apoya primero. Esto no es en desmedro de las otras realidades sino, muy por el contrario, lo que las provoca. El apostolado misionero necesita oración, formación y sacrificio. Esto parece muy claro en Aparecida y la Evangelii Gaudium. Hay un dinamismo integrador en la misión.
– Formen: ofreciendo un proceso de crecimiento en la fe, un itinerario catequístico permanente orientado a la misión, adecuado a cada realidad, apoyados en la Palabra de Dios, para animar una feliz amistad con Jesús y la experiencia de amor fraterno.
– Recen: en esa santa extroversión que pone el corazón en las necesidades del pueblo, en sus angustias, en sus alegrías. Una oración que camine, que los lleve bien lejos. Así evitarán estar mirándose continuamente a sí mismos.
– Sacrifíquense: pero no para sentirse más pulcros, sacrificio generoso es el que hace bien a los otros. Ofrezcan su tiempo buscando cómo hacer para que los otros crezcan, ofrezcan lo que hay en los bolsillos compartiendo con los que menos tienen, ofrezcan sacrificadamente el don de la vocación personal para embellecer y hacer crecer la casa común.
– La misión no es una tarea entre tantas en la Acción Católica, sino que es la tarea. La Acción Católica tiene el carisma de llevar adelante la pastoral de la Iglesia. Si la misión no es su fuerza distintiva se desvirtúa la esencia de la Acción Católica y pierde su razón de ser.
– Es vital renovar y actualizar el compromiso de la Acción Católica para la evangelización, llegando a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, a todas las periferias existenciales, de verdad y no como una simple formulación de principios.
Esto implica replantear sus planes de formación, sus formas de apostolado y hasta su misma oración para que sean esencialmente, y no ocasionalmente, misioneros. Abandonar el viejo criterio: porque siempre se ha hecho así. Hay cosas que han sido realmente muy buenas y meritorias que hoy quedarían fuera de contexto si las quisiéramos repetir.
La Acción Católica tiene que asumir la totalidad de la misión de la Iglesia en generosa pertenencia a la Iglesia diocesana desde la Parroquia.
La misión de la Iglesia universal se actualiza en cada Iglesia particular con su propio color, asimismo la Acción Católica cobra vida auténtica respondiendo y asumiendo como propia la pastoral de cada Iglesia diocesana en su inserción concreta desde las parroquias.
La Acción Católica tiene que ofrecer a la Iglesia diocesana un laicado maduro que sirva con disponibilidad a los proyectos pastorales de cada lugar como un modo de realizar su vocación. Necesitan encarnarse concretamente.
No pueden ser de esos grupos tan universales que no hacen pie en ningún lado, que no responden a nadie y andan buscando lo que más les gusta de cada lugar.
Todos los miembros de la Acción Católica son dinámicamente misioneros. Los chicos evangelizan a los chicos, los jóvenes a los jóvenes, los adultos a los adultos, etc. Nada mejor que un par para mostrar que es posible vivir la alegría de la fe.
Eviten caer en la tentación perfeccionista de la eterna preparación para la misión y de los eternos análisis, que cuando se terminan ya pasaron de moda o están desactualizados. El ejemplo es Jesús con los apóstoles: los enviaba con lo que tenían. Después los volvía a reunir y los ayudaba a discernir sobre lo que vivieron.
Que la realidad les vaya marcando el ritmo y dejen que el Espíritu Santo los vaya conduciendo. Él es el maestro interior que va iluminando nuestro obrar cuando vamos libres de presupuestos o condicionamientos. Se aprende a evangelizar evangelizando, como se aprende a rezar rezando si tenemos el corazón bien dispuesto.
Todos pueden misionar aunque todos no puedan salir a la calle o al campo. Es muy importante el lugar que le brindan a las personas mayores que pertenecen desde hace mucho o se incorporan. Si cabe la expresión: pueden ser la sección contemplativa e intercesora dentro de las diferentes secciones de la Acción Católica. Ellos son los que pueden crear el patrimonio de oración y de la gracia para la misión. Del mismo modo los enfermos. Esta oración Dios la escucha con ternura especial. Que todos ellos se sientan parte, se descubran activos y necesarios.
Es necesario que la Acción Católica esté presente en el mundo político, empresarial, profesional, pero no para creerse los cristianos perfectos y formados sino para servir mejor.
Es imprescindible que la Acción Católica esté en las cárceles, los hospitales, en la calle, las villas, las fábricas. Si no es así, va a ser una institución de exclusivos que no le dice nada a nadie, ni a la misma Iglesia.
Quiero una Acción Católica en este pueblo, la parroquia, en la diócesis, en el país, barrio, en la familia, en el estudio y el trabajo, en lo rural, en los ámbitos propios de la vida. En estos nuevos areópagos es donde se toman decisiones y se construye la cultura.
Agilicen los modos de incorporación. No sean aduana. No pueden ser más restrictivos que la misma Iglesia ni más papistas que el Papa. Abran las puertas, no tomen examen de perfección cristiana porque van a estar promoviendo un fariseísmo hipócrita. Hace falta misericordia activa.
El compromiso que asumen los laicos que se integran a la Acción Católica mira hacia adelante. Es la decisión de trabajar por la construcción del reino. No hay que «burocratizar» esta gracia particular porque la invitación del Señor viene cuando menos lo esperamos; tampoco podemos «sacramentalizar» la oficialización con requisitos que responden a otro ámbito de la vida de la fe y no al del compromiso evangelizador. Todos tienen derecho a ser evangelizadores.
Que la Acción Católica brinde el espacio de contención y de experiencia cristiana a aquellos que se sienten por motivos personales como «cristianos de segunda».
De los destinatarios depende el modo. Como nos dijo el Concilio y rezamos muchas veces en la Misa: atentos y compartiendo la luchas y esperanzas de los hombres para mostrarles el camino de la salvación. La Acción Católica no puede estar lejos del pueblo, sino que sale del pueblo y tiene que estar en medio del pueblo. Tienen que popularizar más la Acción Católica. Esto no es una cuestión de imagen sino de veracidad y de carisma. Tampoco es demagogia, sino seguir los pasos del maestro que no le dio asco nada.
Para poder seguir este camino es bueno recibir un barrio de pueblo. Compartir la vida de la gente y aprender a descubrir por dónde van sus intereses y sus búsquedas, cuáles son sus anhelos y heridas más profundas; y qué es lo que necesitan de nosotros. Esto es fundamental para no caer en la esterilidad de dar respuestas a preguntas que nadie se hace. Los modos de evangelizar se pueden pensar desde un escritorio pero después de haber andado en medio del pueblo y no al revés.
Una Acción Católica más popular, más encarnada les va a traer problemas, porque van a querer formar parte de la institución personas que aparentemente no están en condiciones: familias en la que los padres no están casados por la iglesia, hombres y mujeres con un pasado o presente difícil pero que luchan, jóvenes desorientados y heridos. Es un desafío a la maternidad eclesial de la Acción Católica; recibir a todos y acompañarlos en al camino de la vida con las cruces que lleven a cuestas.
Todos pueden formar parte desde lo que tienen con lo que pueden.
Para este pueblo concreto se forman. Con este y por este pueblo concreto se reza.
Agudicen la mirada para ver los signos de Dios presentes en la realidad sobre todo en las expresiones de religiosidad popular. Desde ahí podrán comprender más el corazón de los hombres y descubrirán los modos sorprendentes desde los que Dios actúa más allá de nuestros conceptos.
Se han planteado una Acción Católica en salida, y eso es muy bueno porque los ubica en su propio eje. La salida significa apertura, generosidad, encuentro con la realidad más allá de las cuatro paredes de la institución y de las parroquias. Esto significa renunciar a controlar demasiado las cosas y a programar los resultados. Esa libertad, que es fruto del Espíritu Santo, es la que los va a hacer crecer.
El proyecto evangelizador de la Acción Católica tiene que pasar por estos pasos: primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar. Un paso adelante en la salida, encarnados y haciendo camino juntos. Esto, ya es un fruto que se celebra. Contagien la alegría de la fe, que se note la alegría de evangelizar en todas las ocasiones, a tiempo y a destiempo.
No caigan en la tentación del estructuralismo. Sean audaces, no son más fieles a la iglesia porque estén esperando a cada paso que les digan lo que tienen que hacer.
Animen a sus miembros a disfrutar de la misión cuerpo a cuerpo casual o a partir de la acción misionera de la comunidad.
No clericalicen al laicado. Que la aspiración de sus miembros no sea formar parte del sanedrín de las parroquias que rodean al cura sino la pasión por el reino. Pero no se olviden de plantear el tema vocacional con seriedad. Escuela de santidad que pasa necesariamente por descubrir la propia vocación, que no es ser un dirigente o capillero diplomado sino, por sobre todas las cosas: un evangelizador.
Tienen que ser lugar de encuentro para el resto de los carismas institucionales y de movimientos que hay en la iglesia sin miedo a perder identidad. Además, de sus miembros tienen que salir los evangelizadores, catequistas, misioneros, trabajadores sociales que seguirán haciendo crecer a la Iglesia.
Muchas veces se ha dicho que la Acción Católica es el brazo largo de la jerarquía y esto, lejos de ser una prerrogativa que haga mirar al resto por encima del hombro, es una responsabilidad muy grande que implica fidelidad y coherencia a lo que la Iglesia va mostrando en cada momento de la historia sin pretender anclarse en formas pasadas como si fueran las únicas posibles. La fidelidad a la misión exige esa «plasticidad buena» de quien tiene puesto un oído en el pueblo y otro en Dios.
En la publicación: «La Acción católica a luz de la teología Tomista», de 1937, aparece: «¿Acaso la Acción Católica no debe convertirse en Pasión Católica?». La pasión católica, la pasión de la Iglesia es vivir la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Esto es lo que necesitamos de la Acción Católica.
Muchas gracias.