Peregrinación a Bozzolo (Cremona) y a Barbiana (Florencia)
Queridos hermanos y hermanas,
He venido a Barbiana para rendir homenaje a la memoria de un sacerdote que testimonió cómo en el don de sí a Cristo se encuentran a los hermanos en sus necesidades y se les sirve, para que sea defendida y promovida su dignidad de personas, con la misma donación de sí que Jesús nos mostró, hasta la cruz.
1. Me alegro de encontrar aquí a aquellos que fueron en sus tiempos alumnos de don Lorenzo Milani, algunos en la escuela popular de San Donato en Calenzano, otros aquí en la escuela de Barbiana. Vosotros sois los testigos de cómo un sacerdote ha vivido su misión, en los lugares en los cuales la Iglesia le llamó, con plena fidelidad al Evangelio y precisamente por ello con plena fidelidad a cada uno de vosotros, que el Señor le había encomendado. Y sois testigos de su pasión educativa, de su intento de despertar en las personas lo humano para abrirlas a lo divino. De ahí su dedicarse completamente a la escuela, con una elección que aquí en Barbiana él aplicaría de manera todavía más radical. El colegio, para don Lorenzo, no era una cosa diversa respecto a su misión de sacerdote, sino el modo concreto con el cual desempeñar aquella misión, dándole un fundamento sólido y capaz de elevar hasta el cielo. Y cuando la decisión del obispo le condujo de Calenzano hasta aquí, entre los chicos de Barbiana, entendió enseguida que si el Señor había permitido esa separación era para darle nuevos hijos para crecer y amar. Devolver a los pobres la palabra, porque sin la palabra no hay dignidad y entonces ni siquiera libertad ni justicia: esto enseña don Milani. Y es la palabra que podrá abrir el camino a la plena ciudadanía en la sociedad, mediante el trabajo, y a la plena pertenencia a la Iglesia, con una fe consciente. Esto vale en cierta manera también en nuestros tiempos, en los cuales solo poseer la palabra puede permitir discernir entre los muchos y a menudo confusos mensajes que nos llueven encima, y de dar expresión a las instancias profundas del propio corazón, así como además a las expectativas de justicia de muchos hermanos y hermanas que esperan justicia. De esa humanización que reivindicamos para cada persona sobre esta tierra, junto al pan, la casa, el trabajo, la familia, forma parte incluso la posesión de la palabra como instrumento de libertad y fraternidad.
2. Están aquí también algunos chicos y jóvenes, que representan para nosotros a muchos chicos y jóvenes que hoy necesitan a alguien que les acompañe en el camino de su crecimiento. Sé que vosotros, como muchos otros en el mundo, vivís en situación de marginalidad, y que alguno os es cercano para no dejaros solos e indicaros un camino de posible rescate, un futuro que se abra a horizontes más positivos. Querría agradecer desde aquí a todos los educadores, a cuantos se ponen al servicio del crecimiento de las nuevas generaciones, en particular de aquellos que se encuentran en situación de malestar. La vuestra es una misión llena de obstáculos pero también de alegrías. Pero sobre todo es una misión. Una misión de amor, porque no se puede enseñar sin amar y sin la conciencia de que lo que se dona es solo un derecho que se reconoce, el de aprender. Y para enseñar hay muchas cosas, pero la esencial es el crecimiento de una conciencia libre, capaz de afrontar la realidad y de orientarse en ella guiada por el amor, las ganas de comprometerse con los demás, de hacerse cargo de sus fatigas y heridas, de rehuir de todo egoísmo para servir al bien común. Encontramos escrito en Carta a una profesora: "he aprendido que el problema de los demás es igual al mío. Salir todos juntos es la política. Salir solos es la avaricia». Esto es un llamamiento a la responsabilidad. Un llamamiento referido a vosotros, queridos hermanos, pero antes de todo a nosotros, adultos, llamados a vivir la libertad de conciencia de manera auténtica, como búsqueda de lo verdadero, de lo bonito y del bien, preparados para pagar el precio de lo que conlleva. Y esto sin compromisos.
3. Para terminar, pero no por último, me dirijo a vosotros sacerdotes que he querido junto a mí aquí en Barbiana. Veo entre vosotros a sacerdotes ancianos, que habéis compartido con don Lorenzo Milani los años del seminario o el ministerio en lugares aquí cercanos; y también a sacerdotes jóvenes, que representan el futuro del clero florentino e italiano. Por consiguiente, algunos de vosotros sois testigos de la aventura humana y sacerdotal de don Lorenzo, otros sois herederos. A todos quiero recordar que la dimensión sacerdotal de don Lorenzo Milani está en la raíz de todo lo que he ido evocando hasta ahora de él. La dimensión sacerdotal es la raíz de todo lo que ha hecho. Todo nace de su ser sacerdote. Pero, a su vez, su ser sacerdote tiene una raíz más profunda: su fe. Una fe totalizadora, que se convierte en un donarse completamente al Señor y que en el ministerio sacerdotal encuentra la forma plena y cumplida para el joven convertido. Son conocidas las palabras de su guía espiritual, don Raffaele Bensi, al cual acudieron en aquellos años las figuras más altas del catolicismo florentino, tan vivo entorno a la mitad del siglo pasado, bajo el paterno ministerio del venerable cardenal Elia Dalla Costa. Así dijo don Bensi: «Para salvar el alma vino a mí. Desde aquel día de agosto hasta otoño, se atiborró literalmente del Evangelio y de Cristo. Ese joven partió inmediatamente hacia lo absoluto, sin medios términos. Quería salvarse y salvar, a toda costa. Transparente y duro como un diamante, enseguida debía herirse y herir» (Nazzareno Fabbretti, "Entrevista a Mons. Raffaele Bensi", Domenica del Corriere, 27 junio de 1971). Ser sacerdote como el modo en el cual vivir lo Absoluto. Decía su madre Alice: «Mi hijo buscaba lo absoluto. Lo encontró en la religión y en la vocación sacerdotal». Sin esta sed de Absoluto se puede ser buenos funcionarios de lo sagrado, pero no se puede ser sacerdotes, sacerdotes verdaderos, capaces de convertirse en servidores de Cristo en los hermanos. Queridos sacerdotes, con la gracia de Dios, intentemos ser hombres de fe, una fe inquieta, no aguada; y hombres de caridad, caridad pastoral hacia todos los que el Señor nos encomienda como hermanos e hijos. Don Lorenzo nos enseña también a querer bien a la Iglesia, como la quiso él, con la inquietud y la verdad que pueden crear también las tensiones, pero nunca fracturas, abandonos. Amemos a la Iglesia, queridos hermanos, y hagámosla amar, mostrándola como madre primorosa de todos, sobre todo de los más pobres y frágiles, tanto en la vida social, como en la personal y religiosa. La Iglesia que don Milani mostró al mundo tiene este rostro materno y primoroso, dirigido a dar a todos la posibilidad de encontrar a Dios y así dar consistencia a la propia persona en toda su dignidad.
4. Antes de concluir, no puedo silenciar que el gesto que hoy he cumplido quiere ser una respuesta a esa petición hecha varias veces por don Lorenzo a su obispo, es decir, que fuese reconocido y comprendido en su fidelidad al Evangelio y en la rectitud de su acción pastoral. En una carta al obispo escribió: «Si usted no me honora hoy con cualquier acto solemne, todo mi apostolado parecerá como un hecho privado…». Del cardenal Silvano Piovanelli, de estimada memoria, en adelante los arzobispos de Florencia otorgaron este reconocimiento a don Lorenzo en diversas ocasiones. Hoy lo hace el obispo de Roma. Lo cual no cancela las amarguras que acompañaron la vida de don Milani –no se trata de cancelar la historia o de negarla, sino de comprender circunstancias y humanidades en juego–, pero dice que la Iglesia reconoce en esa vida un modo ejemplar de servir al Evangelio, a los pobres y a la Iglesia misma. Con mi presencia en Barbiana, con la oración sobre la tumba de don Lorenzo Milani pienso dar respuesta a cuanto esperaba su madre: «Me urge sobre todo que se conozca al sacerdote, que se sepa la verdad, que se rinda honor a la Iglesia también por lo que él fue en la Iglesia y que la Iglesia le rinda honor a él… Esa Iglesia que tanto le hizo sufrir pero que le dio el sacerdocio, y la fuerza de esa fe que permanece, para mí, el misterio más profundo de mi hijo… Si no se comprenderá realmente al sacerdote que don Lorenzo fue, difícilmente se podrá entender de él también todo lo demás. Por ejemplo su profundo equilibrio entre dureza y caridad» (Nazareno Fabbretti, "Encuentro con la madre del párroco de Barbiana tres años después de su muerte", Il Resto del Carlino, Bolonia, 8 julio 1970). El sacerdote «transparente y duro como un diamante» continúa transmitiendo la luz de Dios sobre el camino de la Iglesia. ¡Tomad la vela y llevadla adelante! Gracias.
[Avemaria y bendición]
¡Muchas gracias de nuevo! rezad por mí, no os olvidéis. ¡Que también yo tome ejemplo de este buen sacerdote! Gracias por vuestra presencia. Que el Señor os bendiga. Y vosotros sacerdotes, todos –¡porque no hay jubilación en el sacerdocio!–, todos, ¡adelante y con valor! Gracias.