Eminencia,
queridos hermanos en Cristo:
Gracias por haber venido aquí, con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo, principales patrones de esta Iglesia de Roma; sed bienvenidos. Agradezco vivamente a Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé y al Santo Sínodo que os hayan enviado, queridos hermanos, como representantes suyos, para compartir con nosotros la alegría de esta fiesta.
Pedro y Pablo, discípulos y apóstoles de Jesucristo, sirvieron al Señor con diferentes estilos y de modo diverso. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambos dieron testimonio del amor misericordioso de Dios Padre, del cual cada uno a su manera, tuvo una experiencia profunda, hasta ofrecer en sacrificio su propia vida. Por eso, desde tiempos remotos, la Iglesia en Oriente y en Occidente une en una sola celebración la memoria del martirio de Pedro y de Pablo. Efectivamente, es justo celebrar juntos su ofrenda por amor del Señor que es, al mismo tiempo, memoria de unidad en la diversidad. Como bien sabéis, la iconografía representa a los dos apóstoles estrechamente abrazados, profecía de la comunión eclesial única en la cual las diferencias legítimas deben convivir.
El intercambio de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla, con motivo de las respectivas fiestas patronales, acrecienta en nosotros el deseo de restablecer plenamente la comunión entre católicos y ortodoxos, que ya anticipamos en el encuentro fraterno, en la oración compartida y el servicio común al Evangelio. La experiencia del primer milenio, cuando los cristianos de Oriente y de Occidente participaban en la misma mesa eucarística, custodiando por una parte las mismas verdades de la fe y cultivando por otra varias tradiciones teológicas, espirituales y canónicas compatibles con la enseñanza de los apóstoles y de los concilios ecuménicos, es el punto de referencia necesario y la fuente de inspiración para la búsqueda del restablecimiento de la plena comunión en las condiciones actuales, una comunión que no sea uniformidad homologada.
Vuestra presencia me brinda la feliz oportunidad de recordar que este año se cumple el cincuenta aniversario de la visita del beato Papa Pablo VI a el Fanar en julio de 1967, y la visita del patriarca Atenágoras, de venerada memoria, a Roma, en octubre de ese mismo año. El ejemplo de estos pastores valientes y de amplias miras, movidos únicamente por el amor por Cristo y por su Iglesia, nos anima a continuar en nuestro camino hacia la unidad plena. Hace cincuenta años las dos visitas fueron acontecimientos que despertaron una inmensa alegría y entusiasmo entre los fieles de las Iglesias de Roma y de Constantinopla y contribuyeron a que madurase la decisión de enviar delegaciones para las respectivas fiestas patronales, como seguimos haciéndolo hoy en día.
Estoy profundamente agradecido al Señor, porque me sigue dando la oportunidad de encontrarme con mi amado hermano Bartolomé. En particular, tengo un recuerdo agradecido y benéfico de nuestro reciente encuentro en El Cairo, donde pude constatar una vez más la profunda consonancia de puntos de vista sobre algunos de los retos que tocan la vida de la Iglesia y el mundo contemporáneo.
El próximo mes de septiembre en Leros, Grecia, se reunirá el Comité de Coordinación de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, co-presidida por Su Eminencia el cardenal Kurt Koch, tras la generosa invitación del Metropolitano Paisios. Espero que esta reunión, en un clima espiritual de escucha de la voluntad del Señor y conscientes del camino que muchos católicos y fieles ortodoxos ya están recorriendo juntos en varias partes del mundo, sea rica de buenos resultados para el futuro del diálogo teológico.
Eminencia, queridos hermanos, la unidad de todos sus discípulos fue la petición conmovedora que Jesucristo hizo al Padre poco antes de su pasión y muerte (cf. Jn 17, 21). El cumplimiento de esta súplica está confiada a Dios, pero pasa también a través de nuestra docilidad y obediencia a su voluntad. Recemos unos por otros para que el Señor nos conceda ser instrumentos de comunión y paz, confiando en la intercesión de los santos Pedro y Pablo y de San Andrés. También yo os pido, por favor, que sigáis rezando por mí.