CP Promoción de la Nueva Evangelización.
Sábado, 21 de octubre de 2017

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontraros sobre todo porque en estos días habéis abordado un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia en su obra de evangelización y formación cristiana: La Catequesis y las personas con discapacidad. Gracias a s.e. Mons. Fisichella por su presentación, al dicasterio que preside por su servicio y a todos vosotros por la labor en este campo.

Conocemos el gran progreso que se ha hecho en las últimas décadas frente a la discapacidad. La creciente toma de conciencia de la dignidad de cada persona, especialmente de los más débiles, ha llevado a tomar posiciones valientes de inclusión de aquellos que viven con diversas formas de discapacidad, para que nadie se sienta extraño en su propia casa. Y sin embargo, a nivel cultural todavía hay manifestaciones que hieren la dignidad de estas personas por la prevalencia de una falsa concepción de la vida. Una visión a menudo narcisista y utilitaria lleva, por desgracia, a algunos a considerar marginales a las personas con discapacidad, sin percibir en ellas su múltiple riqueza espiritual y humana. Todavía es demasiado fuerte en la mentalidad común la actitud de rechazo de esta condición, como si impidiera ser felices y realizarse a sí mismos. Prueba de ello es la tendencia eugenética de eliminar a los nonatos que tienen alguna forma de imperfección. En realidad, todos conocemos a tantas personas que, con su fragilidad, incluso grave, han encontrado, aunque con fatiga, el camino de una vida buena y rica en significado. Por otro lado, también conocemos personas aparentemente perfectas y desesperadas. Además, es un engaño peligroso pensar que somos invulnerables. Como decía una chica que conocí en mi reciente viaje a Colombia, la vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser humano.

La respuesta es el amor: no el falso, meloso y pietista, sino el verdadero, concreto y respetuoso. En la medida en que se es acogido y amado, incluido en la comunidad y acompañado para mirar hacia el futuro con confianza, se desarrolla el verdadero camino de la vida y se experimenta una felicidad duradera. Esto, –lo sabemos–, se aplica a todos, pero las personas más frágiles son como una prueba. La fe es una gran compañera de vida cuando nos permite sentir en primera persona la presencia de un Padre que nunca deja solas a sus criaturas en ninguna condición de su vida. La Iglesia no puede ser «afónica» o «desentonada» en la defensa y promoción de las personas con discapacidad. Su proximidad a las familias las ayuda a superar la soledad en que a menudo corren el peligro de terminar por falta de atención y apoyo. Esto es aún más cierto por la responsabilidad que tiene en la generación y en la formación en la vida cristiana. A la comunidad no pueden faltarle las palabras y especialmente los gestos para encontrar y acoger a las personas con discapacidad. Especialmente la liturgia dominical tendrá que saber cómo incluirlas, porque el encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad misma puede ser fuente de esperanza y de valor en el camino, no fácil, de la vida.

La catequesis, en particular, está llamada a descubrir y experimentar formas coherentes para que cada persona con sus dones, sus limitaciones y sus discapacidades, incluso graves, pueda encontrar a Jesús en su camino y abandonarse a Él con fe. Ningún límite físico o psíquico puede ser un impedimento para este encuentro, porque el rostro de Cristo brilla en lo íntimo de cada persona. Tengamos también cuidado, especialmente nosotros, los ministros de la gracia de Cristo, para no caer en el error neo-pelagiano de no reconocer la necesidad de la fuerza de la gracia que viene de los sacramentos de la iniciación cristiana. Aprendamos a superar el malestar y el miedo que a veces se pueden sentir frente a las personas con discapacidad.

Aprendamos a buscar e incluso a «inventar» con inteligencia herramientas adecuadas para que a nadie le falte el apoyo de la gracia. Formemos –¡en primer lugar con el ejemplo!– a catequistas cada vez más capaces de acompañar a estas personas para que crezcan en la fe y den su contribución genuina y original a la vida de la Iglesia.

Por último, espero que en la comunidad las personas con discapacidad puedan ser cada vez más sus propios catequistas, también con su testimonio, para transmitir la fe de manera más eficaz.

Os agradezco por vuestro trabajo de estos días y por vuestro servicio en la Iglesia.

Que Nuestra Señora os acompañe.

Os bendigo de corazón y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

Gracias.