Viernes, 1 de diciembre 2017.
Viaje apostólico a Myanmar y Bangladés (26.XI-2.XII.17)
Buenas tardes,
Les agradezco a todos los que están aquí presentes, líderes cristianos, laicos que trabajan en la dedicación del reino de Dios. Simplemente me dijeron que tengo que hacer un saludo y me viene una palabra para compartirla con ustedes. El Apóstol Pablo decía que dentro de sí sentía: «¡Ay de mí si no evangelizo!».
Nosotros queremos que se viva el Evangelio como una gracia, como un tesoro, y lo recibimos gratuitamente. Tenemos que pedir al Señor que nos dé la gracia de sentir eso mismo que sentía Pablo. Sentir ese fuego, esa ansia en el corazón para evangelizar. No se trata de hacer proselitismo, no. La Iglesia, Reino de Dios, no crece con proselitismo, crece con el testimonio. Se trata de mostrar con la palabra y la vida el tesoro que se nos regaló. Y eso es evangelizar. Yo vivo así, vivo esta palabra, y que los otros vean; pero no es hacer proselitismo.
Les agradezco lo que ustedes hacen, les agradezco el compromiso, les agradezco que muestren el regalo que Dios nos dio.
Y me atrevo a pedirles un favor: custodien el tesoro que Dios nos regaló en el Evangelio, y la mejor manera de custodiarlo es la gracia de Dios, por eso les pido que oren mucho, recen mucho para que venga esa gracia y les cuide el tesoro.
Y sigamos adelante caminando haciendo ver este tesoro que nos regaló Dios gratuitamente y que debemos ofrecer a los demás gratuitamente. Y ahora como hermanos todos juntos, pidamos esta gracia los unos por los otros, rezando la oración que Jesús nos enseñó.
[Padre nuestro]
Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre su gracia. Les descubra su rostro y les conceda la gracia. Amén.
No os olvidéis de rezar por mí.
Señor Cardenal, queridos hermanos en el episcopado:
¡Qué bueno es para nosotros estar juntos! Agradezco al cardenal Patrick [D'Rozario] sus palabras introductorias, con las que ha presentado las múltiples actividades espirituales y pastorales de la Iglesia en Bangladesh. He apreciado particularmente su referencia al previsor Plan Pastoral de 1985, que pone de manifiesto los principios y las prioridades evangélicas que han guiado la vida y la misión de la comunidad eclesial en esta joven nación. Mi propia experiencia en Aparecida, que lanzó la misión continental en América Latina, me ha convencido de la fecundidad de tales planes, que implican a todo el Pueblo de Dios en un proceso continuo de discernimiento y de acción.
También me gusta la duración de este plan de pastoral, porque una de las enfermedades de los planes pastorales es que mueren jóvenes. Pero este está vivo desde 1985. ¡Felicidades! Se ve que fue bien hecho, que refleja la realidad del país y las necesidades pastorales; y refleja también la perseverancia de los obispos.
La realidad de la comunión estaba en el centro del Plan Pastoral, y sigue inspirando el celo misionero que distingue a la Iglesia en Bangladesh. Vuestro mismo ministerio episcopal ha estado tradicionalmente marcado por un espíritu de colegialidad y apoyo mutuo. Y esto es grande. Este espíritu de afecto y colegialidad lo comparten también vuestros sacerdotes y, a través de ellos, se ha extendido a las parroquias, las comunidades y los múltiples apostolados de vuestras Iglesias locales. Se manifiesta en la seriedad con la que os dedicáis en vuestras diócesis a las visitas pastorales y os preocupáis por el bien concreto de vuestra gente. Os pido que perseveréis en este ministerio de presencia. Deseo indicar qué es lo que significa: no es sólo hacerse ver –uno puede hacerse ver a través de la televisión–; sino que es una presencia como la de Dios en nosotros, que se ha hecho cercanía, que se ha hecho proximidad en la Encarnación del Verbo, en la condescendencia, la condescendencia del Padre que ha enviado a su Hijo para hacerse uno de nosotros. Y me gusta cómo vosotros habéis acuñado esta palabra: «ministerio de presencia». El Obispo es uno que está presente, que es cercano y es próximo. Siempre. Repito: perseverar en este ministerio de presencia, que es fundamental para fortalecer los vínculos de comunión que os unen a vuestros sacerdotes, que son vuestros hermanos, hijos y colaboradores en la viña del Señor, y a los religiosos y religiosas que contribuyen decisivamente a la vida católica en este país.
Una palabra quisiera destacar sobre los religiosos. Estamos acostumbrados a decir: sí, hay dos caminos de santificación en la Iglesia: la vía presbiteral y la vía laical. Pero las hermanas, ¿qué son? ¿Laicas? No. Por favor, hay que hacer madurar la idea de que hay una tercera vía de santificación: la vía de la vida consagrada. Que no es un adjetivo: «Este es un laico, esta una laica consagrada»; es un sustantivo: «Este es un consagrado, esta es una consagrada». Como decimos «este es un laico o laica» y «este es un sacerdote». Esto es importante.
Al mismo tiempo, os pediría que mostréis una cercanía pastoral cada vez mayor hacia los fieles laicos. Ellos deben crecer. Es necesario promover su participación efectiva en la vida de vuestras Iglesias particulares, a través de las estructuras canónicas que permiten escuchar sus voces y apreciar sus experiencias. Reconoced y valorad los carismas de los laicos y laicas, y animadlos a poner sus dones al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su conjunto. Pienso en los numerosos y entregados catequistas de este país –los catequistas son los pilares de la evangelización–, cuyo apostolado es esencial para el crecimiento de la fe y para la formación cristiana de las nuevas generaciones. Son verdaderos misioneros y guías de oración, especialmente en las zonas más remotas. Estad atentos a sus necesidades espirituales y a su constante educación en la fe. Los catequistas, pero también los laicos que nos ayudan y están cerca de nosotros, los consejeros: los consejeros pastorales, los consejeros en los asuntos económicos. En una reunión que tuve hace seis meses, oí decir que quizás un poco más de la mitad de las diócesis –la mitad o un poco más–, tiene los dos consejos que el Derecho Canónico nos pide tener: el pastoral y el de los asuntos económicos. ¿Y la otra mitad? Esto no puede ser. No es sólo una ley, no es sólo una ayuda, sino que es un espacio para los laicos.
En estos meses de preparación para la próxima asamblea del Sínodo de los Obispos, estamos todos invitados a pensar cuál es la mejor manera de hacer que nuestros jóvenes compartan la alegría, la verdad y la belleza de nuestra fe. Bangladesh ha sido bendecido con vocaciones al sacerdocio –hoy lo hemos visto– y a la vida religiosa; es importante asegurar que los candidatos estén bien formados para comunicar a los demás, y en particular a sus propios contemporáneos, la riqueza de la fe. En un espíritu de comunión que une a las generaciones, ayudadlos a llevar adelante con alegría y entusiasmo el trabajo que otros han comenzado, sabiendo que algún día a ellos mismos les tocará, a su vez, transmitirlo. Esa actitud interior de recibir la herencia, hacerla crecer y transmitirla: este es el espíritu apostólico de un presbiterio. Que los jóvenes sepan que el mundo no comienza con ellos, que ellos deben buscar las raíces, deben buscar las raíces históricas, religiosas… Se necesita hacer crecer esas raíces y transmitir los frutos. Enseñad a los jóvenes a no ser desarraigados; enseñadles a hablar con los ancianos. Cuando he entrado aquí [en el Arzobispado] estaban los seminaristas menores. Tenía que haberles hecho dos preguntas, como de pasada, pero les he hecho sólo una, la primera, la más natural: «¿Jugáis al fútbol?». Todos han contestado: «Sí». La segunda era: «¿Vais a visitar a los abuelos, a los sacerdotes ancianos para escuchar las historias de su vida, de su apostolado?». Los formadores del seminario deben educar a los jóvenes seminaristas a escuchar a los sacerdotes ancianos: allí están las raíces, allí está la sabiduría de la Iglesia.
Una valiosa acción social de la Iglesia en Bangladesh está dirigida a la asistencia de las familias y, de manera específica, al compromiso por la promoción de la mujer. Las personas de este país se distinguen por su amor a la familia, su sentido de la hospitalidad, el respeto que muestran hacia los padres y abuelos, y la atención que le dan a los ancianos, los enfermos y los desamparados. Estos valores son confirmados y elevados por el Evangelio de Jesucristo. Una palabra especial de gratitud merecen todos los que trabajan silenciosamente para apoyar a las familias cristianas en su misión de dar cada día testimonio del amor reconciliador del Señor y de dar a conocer su poder redentor. Como señala la Exhortación Post-sinodal Ecclesia in Asia, la familia «no es simplemente objeto del cuidado pastoral de la Iglesia, sino también uno de los agentes más eficaces de evangelización» (Ecclesia in Asia, 46).
Un objetivo significativo que el Plan Pastoral ha señalado, y que de hecho ha demostrado ser profético, es la opción por los pobres. La comunidad católica en Bangladesh puede estar orgullosa de su historia de servicio a los pobres, especialmente en las zonas más remotas y en las comunidades tribales. Lleva adelante este servicio cotidianamente a través de sus apostolados de educación, de sus hospitales, clínicas y centros de salud, y de sus múltiples obras de caridad. Sin embargo, especialmente a la luz de la actual crisis de refugiados, vemos lo mucho que queda aún por hacer. La inspiración para sus obras de asistencia a los necesitados debe ser siempre esa caridad pastoral que sabe reconocer en seguida las heridas humanas y que responde con generosidad a cada uno personalmente. Al trabajar para crear una «cultura de la misericordia» (cf. Misericordia et Misera, 20). En este trabajo, vuestras Iglesias locales demuestran su opción por los pobres, refuerzan la proclamación de la infinita misericordia del Padre y contribuyen en gran medida al desarrollo integral de su patria.
Un momento importante de mi visita pastoral a Bangladesh es el encuentro interreligioso y ecuménico que tendrá lugar inmediatamente después de nuestra reunión. En vuestra nación la diversidad étnica se refleja en una variedad de tradiciones religiosas. El compromiso de la Iglesia de llevar adelante la comprensión interreligiosa a través de seminarios y programas educativos, así como por medio de contactos personales e invitaciones, contribuye a la difusión de la buena voluntad y la armonía. Trabajad tenazmente en construir puentes y en fomentar el diálogo, ya que estos esfuerzos no sólo facilitan la comunicación entre los diferentes grupos religiosos, sino que también despiertan las energías espirituales necesarias para la construcción de una nación unida, justa y en paz. Cuando los líderes religiosos se pronuncian con una sola voz contra la violencia, que pretende hacerse pasar por religión, y tratan de reemplazar la cultura del conflicto con la cultura del encuentro, acuden a las raíces espirituales más profundas de sus diversas tradiciones. También brindan un servicio inestimable al futuro de sus países y de nuestro mundo al educar a los jóvenes en el camino de la justicia: «Es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien» (Discurso en la Conferencia Internacional para la Paz, Al-Azhar, El Cairo, 28.IV.17).
Queridos hermanos obispos, agradezco al Señor estos momentos de conversación y de intercambio fraterno. También me siento contento de que este Viaje Apostólico, que me ha traído a Bangladesh, me haya permitido ser testigo de la vitalidad y el fervor misionero de la Iglesia en esta nación. Ofrecemos al Señor las alegrías y las dificultades de vuestras comunidades locales, y juntos le pedimos una nueva efusión del Espíritu Santo, que nos dé «la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), a alta voz y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» (Evangelii gaudium, 259). Que los sacerdotes, religiosos, consagrados y consagradas, y los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, encuentren siempre una renovada energía en sus esfuerzos para ser «evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios» (ibíd.). Os imparto a todos, con gran afecto, mi Bendición, y os pido, por favor, de rezar por mí.