Queridos hermanos y hermanas:
Os acojo en este encuentro, que me permite expresaros mi aprecio por la participación en el Concierto «Navidad en el Vaticano», cuya recaudación será destinada a financiar dos proyectos a favor de los niños de la República Democrática del Congo y de los jóvenes de Argentina. Saludo y agradezco a los promotores del evento y a cuantos actuarán mañana por la tarde, como también a cuantos formarán parte, manifestando así sensibilidad a las necesidades de los más necesitados y pobres, que demandan ayuda y solidaridad.
La Navidad –lo sabemos– es una fiesta sentida, participada, capaz de calentar los corazones más fríos, de quitar las barreras de la indiferencia hacia el prójimo, de animar a la apertura hacia el otro y al regalo gratuito. Por eso hay necesidad también hoy de difundir el mensaje de paz y de fraternidad propio de la Navidad; hay necesidad de representar este evento expresando los sentimientos auténticos que lo animan. Y el arte es un formidable medio para abrir las puertas de la mente y del corazón al verdadero significado de la Navidad.
La creatividad y la genialidad de los artistas, con sus obras, también con la música y el canto, son capaces de alcanzar los registros más íntimos de la conciencia. El arte entra precisamente en lo íntimo de la conciencia.
Formulo los mejores auspicios para que el Concierto de Navidad en el Vaticano pueda ser una ocasión para sembrar la ternura –¡esta palabra tan olvidada hoy! «Violencia», «guerra»… no, no, ternura– para sembrar ternura, paz y acogida, que brotan de la gruta de Belén.
Renuevo a cada uno mi reconocimiento y mientras ofrezco un cordial deseo de serenas festividades natalicias, ricas de alegría y de paz, bendigo a cada uno de vosotros, vuestras familias y vuestros seres queridos.
Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Gracias!