Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida a vosotros, representantes de la Asociación italiana de maestros católicos, con ocasión de vuestro congreso nacional y agradezco al presidente por sus palabras.
Quisiera proponeros tres puntos de reflexión y de compromiso: la cultura del encuentro, la alianza entre escuela y familia y la educación ecológica. Es también un aliento al hecho de hacer asociación.
En primer lugar, os agradezco por la contribución que dais al compromiso de la Iglesia por promover la cultura del encuentro y os animo a hacerlo, si es posible, de modo aún más minucioso e incisivo. De hecho, en este desafío cultural son decisivas las bases que se ponen en los años de la educación primaria de los niños. Los maestros cristianos, que trabajan tanto en escuelas católicas como públicas, están llamados a estimular en los alumnos la apertura al otro como rostro, como persona, como hermano y hermana por conocer y respetar, con su historia, con sus méritos y defectos, riquezas y límites. La apuesta es la de cooperar en la formación de chicos abiertos e interesados en la realidad que los rodea, capaces de tener atención y ternura –pienso en los matones–, que estén libres del prejuicio difundido según el cual para valer hay que ser competitivos, agresivos, duros con los otros, especialmente con quien es diferente, extranjero o quien de cualquier modo se ve como un obstáculo a la propia afirmación. Este, desafortunadamente es un «aire» que a menudo nuestros niños respiran, y el remedio es asegurarse de que puedan respirar un aire diferente, más sano, más humano. Y para este objetivo es muy importante la alianza con los padres.
Y aquí llegamos al segundo punto, es decir, a la alianza educativa entre la escuela y la familia. Yo estoy convencido de que el pacto educativo se ha roto; se ha roto el pacto educativo entre escuela, familia y Estado; está roto, debemos recuperarlo. Todos sabemos que esta alianza está desde hace tiempo en crisis, y en ciertos casos, del todo rota. Una vez hubo mucho reforzamiento recíproco entre los estímulos dados por los maestros y aquellos de los padres. Hoy la situación ha cambiado, pero no podemos ser nostálgicos del pasado. Es necesario tomar nota de los cambios que han afectado tanto a la familia como a la escuela y renovar el compromiso por una colaboración constructiva –o sea, reconstruir la alianza y el pacto educativo– por el bien de los niños y de los chicos. Y desde el momento en el que esta sinergia ya no sucede de modo «natural», es necesario favorecerla de modo proyectivo, también con la aportación de expertos en el campo pedagógico. Pero antes incluso es necesario favorecer una nueva «complicidad» –soy consciente del uso de esta palabra–, una nueva complicidad entre profesores y padres. Antes que nada, renunciando a verse como frentes contrapuestos, culpabilizándose unos a otros, sino al contrario, poniéndose en el lugar los unos de los otros, comprendiendo las objetivas dificultades que los unos y los otros hoy encuentran en la educación y así creando una mayor solidaridad: complicidad solidaria.
El tercer aspecto que quiero subrayar es la educación ecológica (cf. Enc. Laudato si’, 209-215). Naturalmente no se trata solo de dar algunas nociones, que de todos modos hay que enseñar. Se trata de educar en un estilo de vida basado en la actitud de cuidado por nuestra casa común, que es la creación. Un estilo de vida que no sea demencial, que, es decir, por ejemplo, cuide a los animales en extinción, pero ignore los problemas de los ancianos; o que defienda la selva amazónica pero descuide los derechos de los trabajadores a un salario justo y así sucesivamente. Esto es demencia. La ecología en la que educar debe ser integral. Y sobre todo, la educación debe tender al sentido de responsabilidad: no a transmitir eslóganes que otros deberían seguir, sino a suscitar el gusto de experimentar una ética ecológica partiendo de elecciones y gestos de la vida cotidiana. Un estilo de comportamiento que en la perspectiva cristiana encuentra sentido y motivación en la relación con Dios creador y redentor, con Jesucristo centro del cosmos y de la historia, con el Espíritu Santo fuente de armonía en la sinfonía de la creación.
En fin, queridos hermanos y hermanas, quiero añadir una palabra sobre el valor de ser y hacer asociación. Es un valor que no hay que dar por descontado, sino que hay que cultivar siempre y los momentos institucionales como el Congreso sirven para esto. Os insto a renovar la voluntad de ser y hacer asociación en la memoria de los principales inspiradores, en la lectura de las señales del tiempo y con la mirada abierta al horizonte social y cultural. No tengáis miedo de las diferencias y tampoco de los conflictos que normalmente hay en las asociaciones laicales; es normal que los haya, es normal. No los escondáis, sino afrontadlos con un estilo evangélico, en la búsqueda del verdadero bien de la asociación, valorado sobre la base de los principios estatuarios. El ser asociación es un valor y es una responsabilidad, que en este momento se ha confiado a vosotros. Con la ayuda de Dios y de los pastores de la Iglesia, estáis llamados a hacer fructificar este talento que se ha puesto en vuestras manos.
Gracias. Os agradezco por este encuentro y os bendigo de corazón a vosotros, a toda la asociación y vuestro trabajo. También vosotros, por favor, rezad por mí.