Queridos hermanos obispos, queridos amigos:
Os doy la bienvenida, miembros del Grupo Santa Marta, al concluir vuestro congreso, dedicado este año a ofrecer una perspectiva mundial sobre la trata de seres humanos y sobre las formas modernas de esclavitud. En calidad de líderes de las fuerzas del orden, de la investigación, de las políticas públicas y la asistencia pastoral, ofrecéis una contribución esencial para abordar las causas y los efectos de este flagelo moderno, que sigue causando indescriptibles sufrimientos humanos. Mi esperanza es que estos días de reflexión e intercambio de experiencias hayan arrojado todavía más luz sobre la interacción de las problemáticas mundiales y locales de la trata de personas humanas. La experiencia demuestra que esas formas modernas de esclavitud están mucho más extendidas de lo que se podría imaginar, incluso –para nuestra vergüenza y escándalo– dentro de nuestras sociedades más prósperas.
El grito de Dios a Caín, que se encuentra en las primeras páginas de la Biblia –«¿Dónde está tu hermano?»– nos empuja a examinar seriamente las diversas formas de complicidad con las que la sociedad tolera y alienta, particularmente con respecto a la trata con fines sexuales, la explotación de hombres, mujeres y niños vulnerables (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 211). Las iniciativas destinadas a combatir la trata de personas, en su objetivo concreto de desmantelar las redes criminales, deben tener cada vez más en cuenta los amplios sectores relacionados, como, por ejemplo, el uso responsable de las tecnologías y los medios de comunicación, sin mencionar el estudio de las implicaciones éticas de los modelos de crecimiento económico que dan la prioridad a los beneficios en lugar de a las personas. Confío en que vuestras discusiones de estos días también contribuyan a incrementar la toma de conciencia sobre la creciente necesidad de ayudar a las víctimas de estos crímenes, acompañándolas en un camino de reintegración en la sociedad y restableciendo su dignidad humana. La Iglesia está agradecida por todos los esfuerzos realizados para llevar el bálsamo de la misericordia divina a los que sufren, porque este es también un paso esencial para la rehabilitación y la renovación de la sociedad en su conjunto.
Queridos amigos, con gratitud por vuestro compromiso y vuestra colaboración en este sector crucial, os expreso mis mejores deseos, acompañados por la oración, para la continuación de vuestro trabajo. Sobre vosotros, vuestras familias y todos aquellos a quienes servís, invoco la bendición del Señor que da sabiduría, fuerza y paz. Y os pido, por favor, que recéis por mí.