¡Buenos días a todos!
Había pensado en pronunciar un discurso, bien hecho, agradable… Pero luego se me ocurrió improvisar, decir las cosas adecuadas para este momento.
La clave de lo que voy a decir es lo que pidió el cardenal [el Prefecto de la Congregación]: un criterio auténtico para discernir lo que está sucediendo. Porque de verdad, hoy pasan tantas cosas que, para no perdernos en este mundo, en la niebla de lo mundano, en las provocaciones, en el espíritu de guerra, en tantas cosas, necesitamos criterios auténticos que nos guíen. Que nos guíen en el discernimiento.
Después, hay otra cosa: ¡Que este Espíritu Santo es una calamidad [ríe, ríen], porque nunca se cansa de ser creativo! Ahora, con las nuevas formas de vida consagrada, es realmente creativo, con los carismas… Es interesante: es el Autor de la diversidad, pero al mismo tiempo el Creador de la unidad. Este es el Espíritu Santo Y con esta diversidad de carismas y tantas cosas, Él hace la unidad del Cuerpo de Cristo y también la unidad de la vida consagrada. Y esto también es un desafío.
Me he preguntado: ¿Cuáles son las cosas que el Espíritu quiere que se mantengan fuertes en la vida consagrada? Y el pensamiento volaba, se iba, volvía…, y a mí siempre me volvía [a la mente] el día que fui a San Giovanni Rotondo: no sé por qué, pero vi que había muchos hombres y mujeres consagrados que trabajan… y pensé en lo que dije allí, en las "tres p" que dije allí. Y me dije a mí mismo: Estas son columnas que permanecen, que son permanentes en la vida consagrada. La plegaria, la pobreza y la paciencia. Y decidí hablaros de esto, de lo que pienso que es la plegaria en la vida consagrada, y luego la pobreza y la paciencia.
La plegaria es volver siempre a la primera llamada. Cualquier plegaria, tal vez una plegaria en caso de necesidad, pero siempre es regresar a esa Persona que me ha llamado. La plegaria de un consagrado, de una consagrada, es regresar al Señor que me ha invitado a estar cerca de él. Regresar a Aquel que me miró a los ojos y me dijo: "Ven. Deja todo y ven". –"Pero, yo quisiera dejar la mitad…" (de esto hablaremos a propósito de la pobreza). –"No, ven. Deja todo. Ven". Y la alegría en ese momento de dejar lo tanto o lo poco que teníamos. Todo el mundo sabe lo que ha dejado atrás: dejar a su madre, a su padre, a su familia, a su carrera… Es cierto que alguien busca la carrera "dentro", y eso no es bueno. En aquel momento, encontrar al Señor que me ha llamado para seguirlo de cerca. Cada plegaria es volver a aquello. Y la plegaria es lo que me hace trabajar para ese Señor, no para mis intereses o para la institución en la que trabajo, no: Para el Señor. Hay una palabra que se usa mucho, se ha usado demasiado y ha perdido un poco de fuerza, pero indicaba bien esto: radicalidad. No me gusta usarla porque se ha usado demasiado, pero es esto: Lo dejo todo por ti. Es la sonrisa de los primeros pasos… Después llegaron los problemas, tantos problemas que todos hemos tenido, pero siempre se trata de volver al encuentro con el Señor. Y la plegaria, en la vida consagrada, es el aire que nos hace respirar esa llamada, renovar esa llamada. Sin ese aire no podríamos ser buenos consagrados. Quizás seremos buenas personas, cristianos, católicos que trabajan en tantas obras de la Iglesia, pero tú tienes que renovar continuamente la consagración allí, en la plegaria, en un encuentro con el Señor. "Pero estoy ocupado, estoy ocupada, tengo muchas cosas que hacer…". Esto es más importante. Vete a rezar. Y luego está esa plegaria que nos mantiene durante el día en presencia del Señor. Pero, de todos modos, la plegaria. "Pero tengo un trabajo demasiado arriesgado que me lleva todo el día…". Piensa en una consagrada de nuestros días: Madre Teresa. La Madre Teresa también iba a "buscar problemas", porque era como una máquina para buscar problemas, porque se metía aquí, allí, allí … Pero las dos horas de oración ante el Santísimo Sacramento, no se las quitaba nadie. "¡Ah, la gran Madre Teresa!". Pues haz lo que ella hacía, haz lo mismo. Busca a tu Señor, al que te llamó. La plegaria. No solo por la mañana… Cada uno tiene que buscar cómo hacerla, dónde hacerla y cuándo hacerla. Pero hacedla siempre, rezad. No se puede vivir la vida consagrada, no se puede discernir lo que está sucediendo sin hablar con el Señor
No quisiera hablar más sobre esto, pero me habéis entendido, creo. Plegaria. Y la Iglesia necesita hombres y mujeres que recen, en este momento de gran dolor en la humanidad.
La segunda "p" es la pobreza. En las Constituciones, san Ignacio nos escribía a nosotros, los jesuitas –pero no era algo original suyo, creo, tal vez lo había tomado de los Padres del desierto–: "La pobreza es la madre, es el muro de contención de la vida consagrada". Es "madre". Interesante: Él no dice la castidad, que quizás esté más vinculada con la maternidad, con la paternidad, no: La pobreza es la madre. Sin pobreza no hay fecundidad en la vida consagrada. Y es "muro", te defiende. Te protege del espíritu de la mundanidad, por supuesto. Sabemos que el diablo entra por los bolsillos. Todos lo sabemos. Y las pequeñas tentaciones contra la pobreza son heridas a la pertenencia al cuerpo de la vida consagrada. La pobreza según las reglas, las constituciones de cada congregación: No es lo mismo, la pobreza de una congregación que la de otra. Las reglas dicen: "Nuestra pobreza va de esta parte", "la nuestra va de esa"; pero siempre existe el espíritu de pobreza. Y esto no puede negociarse. Sin pobreza nunca podremos discernir qué está sucediendo en el mundo. Sin el espíritu de pobreza. "Deja todo, dáselo a los pobres", dijo el Señor a aquel joven. Y aquel joven somos todos nosotros. "Pero yo no, padre, no tengo tanta fortuna…". Sí, pero algo, ¡tienes algo a lo que estás apegado! El Señor te pide eso: Ese será "el Isaac" que debes sacrificar. Desnudo en el alma, pobre. Y con este espíritu de pobreza, el Señor nos defiende –¡Él nos defiende!– de tantos problemas y de muchas cosas que intentan destruir la vida consagrada.
Hay tres peldaños para pasar de la consagración religiosa a la mundanidad religiosa. Sí, también religiosa; hay una mundanidad religiosa; muchos religiosos y consagrados son mundanos. Tres peldaños. Primero: el dinero, es decir, la falta de pobreza. Segundo: la vanidad, que va desde el extremo de hacerse un "pavo real" hasta pequeñas cosas de vanidad. Y tercero: la soberbia, el orgullo. Y a partir de ahí, todos los vicios. Pero el primer peldaño es el apego a la riqueza, el apego al dinero. Vigilando ese, los otros no vienen. Y digo a las riquezas, no solo al dinero. A las riquezas. Para discernir qué está sucediendo, este espíritu de pobreza es necesario.
Unos deberes para casa son: ¿Cómo está mi pobreza? Mirad en los cajones, en los cajones de vuestras almas, mirad en la personalidad, mirad en la Congregación… Mirad cómo va la pobreza. Es el primer peldaño: Si lo defendemos, los otros no vienen. Es el muro que nos defiende de los otros, es la madre que nos hace más religiosos y nos hace poner todas nuestras riquezas en el Señor. Es el muro que nos defiende de ese desarrollo mundano que tanto daño hace a cada consagración. La pobreza.
Y tercero, la paciencia. "Pero, padre, ¿qué tiene que ver la paciencia con esto?" La paciencia es importante No solemos hablar de ella, pero es muy importante. Mirando a Jesús, la paciencia es la que tuvo Jesús para llegar al final de su vida. Cuando Jesús, después de la Cena, va al Jardín de los Olivos, podemos decir que en ese momento de una manera especial Jesús "entra en paciencia". "Entrar en paciencia": Es una actitud de cada consagración, que va desde las pequeñas cosas de la vida comunitaria o de la vida consagrada, que cada uno tiene, en esta variedad que hace el Espíritu Santo… De las cosas pequeñas, de las tolerancias pequeñas, desde los pequeños gestos de sonrisa cuando , en cambio, me gustaría decir palabrotas … hasta el sacrificio de uno mismo, de la vida. La paciencia. Ese "llevar sobre los hombros" (hypomoné) de San Pablo: San Pablo habló de "llevar sobre los hombros", como virtud cristiana. La paciencia. Sin paciencia, es decir, sin la capacidad de padecer, sin "entrar en paciencia", una vida consagrada no puede sostenerse a sí misma, estará a medio hacer. Sin paciencia, por ejemplo, se entienden las guerras internas de una congregación. Porque no han tenido la paciencia de soportarse el uno al otro, y gana la parte más fuerte, no siempre la mejor; e incluso la que pierde tampoco es la mejor, porque es impaciente. Sin paciencia, comprendemos a los que quieren hacer carrera en los capítulos generales, ese formar las "camarillas" antes…por poner dos ejemplos. ¡No sabéis la cantidad de problemas, guerras internas, disputas que le llegan a Mons. Carballo! [Secretario de la Congregación]. ¡Pero él es de Galicia, puede soportarlo! La paciencia. Para soportarse el uno al otro.
Pero no solo la paciencia en la vida comunitaria: paciencia ante los sufrimientos del mundo. Llevar sobre los hombros los problemas, los sufrimientos del mundo. "Entrar en paciencia", como Jesús entró en paciencia para consumar la redención. Este es un punto clave, no solo para evitar estas peleas internas que son un escándalo, sino para ser consagrados, para poder discernir. La paciencia.
Y también paciencia frente a los problemas comunes de la vida consagrada: Pensemos en la escasez de vocaciones. "No sabemos qué hacer, porque no tenemos vocaciones… Hemos cerrado tres casas…". Esta es una queja diaria, la habéis escuchado, escuchado con vuestros oídos y sentido en vuestro corazón. Las vocaciones no llegan. Y cuando no hay esta paciencia… Lo que voy a decir ahora ha sucedido, sucede: Conozco al menos dos casos, en un país demasiado secularizado, que conciernen a dos congregaciones y a dos provincias respectivas. La provincia ha comenzado ese camino que también es un camino mundano, del "ars bene moriendi", la actitud para morir bien. ¿Y qué significa esto en esa provincia, en esas dos provincias de dos congregaciones diferentes? Cerrar la admisión al noviciado, y nosotros que estamos aquí, envejecemos hasta la muerte. Y la congregación en ese lugar se ha terminado. Y esto no son cuentos: Estoy hablando de dos provincias masculinas que han tomado esta decisión; provincias de dos congregaciones religiosas. Falta paciencia y terminamos con el "ars bene moriendi". ¿Falta la paciencia y las vocaciones no vienen? Vendemos y nos agarramos al dinero por cualquier cosa que pueda suceder en el futuro. Esta es una señal, una señal de que se está cerca de la muerte: Cuando una congregación comienza a sentir apego al dinero. No tiene paciencia y cae en la segunda "p", en la falta de pobreza.
Puedo preguntarme: ¿Esto que ha pasado en esas dos provincias que hicieron la opción del "ars bene moriendi" pasa en mi corazón? ¿Mi paciencia se ha terminado y salgo adelante sobreviviendo? Sin paciencia no se puede ser magnánimo, no se puede seguir al Señor: Nos cansamos. Lo seguimos hasta un punto determinado y a la primera o segunda prueba, adiós. Elijo el "ars bene moriendi"; mi vida consagrada ha llegado aquí, cierro mi corazón y sobrevivo. ¿Está en estado de gracia?, Sí, por supuesto. "Padre, ¿no iré al infierno?". No, tal vez no irás. ¿Pero tu vida? ¿Has dejado la posibilidad de ser padre y madre de familia, de tener la alegría de los hijos, de los nietos, todo esto, para terminar así? Este "ars bene moriendi", es la eutanasia espiritual de un corazón consagrado que no aguanta más, que no tiene el coraje de seguir al Señor. Y no llama…
He tomado como punto de partida para hablar de esto la escasez de vocaciones: Esto amarga el alma. "No tengo descendencia", era el lamento de nuestro padre Abraham: "Señor, mis riquezas serán heredadas por un extranjero". El Señor le dijo: "Ten paciencia. Tendrás un hijo". –"¿Pero a los 90? ". Y la esposa detrás de la ventana que era como– perdonadme–, como las mujeres: espiaba por la ventana – pero ésta es una cualidad de las mujeres; está bien, no está mal– ; sonreía, porque pensaba: "¿Pero yo, a los 90? Y mi esposo, casi 100, ¿tendremos un hijo? ". "Paciencia", había dicho el Señor. Esperanza. Adelante, adelante, adelante.
Prestad atención a estas tres "p": plegaria, pobreza y paciencia. Prestad atención. Y creo que al Señor le gustarán las decisiones –me permito la palabra que no me gusta– las decisiones radicales en este sentido. Ya sean personales, ya sean comunitarias. Pero apostad por ello.
Os agradezco la paciencia que habéis tenido para escuchar este sermón [risas, aplausos]. Gracias .Y os deseo fecundidad. Nunca se sabe por cual camino pasa mi fertilidad, pero si rezas, si eres pobre, si eres paciente, seguro que serás fecundo. ¿Cómo? El Señor te lo mostrará "en el otro lado"; pero es la receta para ser fecundo. Serás padre, serás madre: la fecundidad. Es mi deseo para la vida religiosa: que sea fecunda.
¡Gracias! Seguid estudiando, trabajando, haciendo buenas propuestas, pero que siempre sean con la mirada que Jesús quiere. Y cuando penséis en la primera "p, pensad en mí y rezad por mí. ¡Gracias!
Ahora recemos a Nuestra Señora: "Ave María, …"
[Bendición]
¡Que tengáis un buen día!