Queridos hermanos:
Estoy contento por participar en la vigilia mariana internacional de los jóvenes en preparación a la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos, organizada en el nuevo santuario de San Gabriel de la Dolorosa. Es verdad que estoy físicamente lejos de vosotros, pero gracias a las modernas tecnologías de la comunicación tenemos la posibilidad de acortar las distancias. En realidad, nosotros cristianos sabemos desde siempre que la única fe y la oración concorde unen a los creyentes en todo el mundo: se puede decir que, incluso sin saberlo, ¡hemos sido los precursores de la revolución digital!
Saludo a vuestro pastor, monseñor Lorenzo Leuzzi, que desde el principio de su ministerio en medio de vosotros os ha implicado en el camino sinodal, y el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, que celebra la santa misa para vosotros.
Quisiera ahora confiaros algunos pensamientos que tengo particularmente en el corazón.
El primer pensamiento es para María. Es bonito que los jóvenes recen el rosario, manifestando así su afecto por la Virgen. Su mensaje, por otro lado, es hoy más actual que nunca. Y esto porque ella es una joven entre los jóvenes, una «mujer de nuestros días», como amaba decir don Tonino Bello.
Era joven –quizá apenas adolescente– cuando el ángel le dirigió la palabra, alterando sus pequeños proyectos para hacerla parte del gran proyecto de Dios en Jesucristo.
Permaneció joven también después, cuando, a pesar del pasar de los años, se hizo discípulo del Hijo con el entusiasmo de los jóvenes, y lo siguió hasta la cruz con la valentía que solo poseen los jóvenes. Permanece joven para siempre, también ahora que la contemplamos Asunta en el Cielo, porque la santidad mantiene eternamente joven, es el verdadero «elixir de la juventud» del que tanto necesitamos. Es la renovada juventud que nos ha traído la resurrección del Señor.
Lo entendió bien san Gabriel de la Dolorosa, patrón de los estudiantes, un santo joven enamorado de María. Él, que había perdido a su madre de niño, sabía que tenía en el Cielo dos madres que velaban por él. Y así se comprende su gran amor por la oración del rosario y su tierna devoción por la Virgen, que quiso asociar para siempre a su propio nombre cuando, con tan solo dieciocho años, se consagró a Dios en la Familia religiosa de los Pasionistas, convirtiéndose en Gabriel de la Dolorosa.
Como he afirmado recientemente en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, «la santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (Gaudete et exsultate, 9) y la transforma en una comunidad «simpática» (cf. Gaudete et exsultate, 93). Si san Ambrosio se decía convencido de que «toda edad es madura para la santidad» (De virginitate, 40), sin duda lo es también la edad juvenil. ¡No tengáis miedo de ser santos, mirando a María, a san Gabriel y a todos los santos que os han precedido y os indican el camino!
El primer pensamiento es para María. El segundo es para los jóvenes conectados con vosotros desde distintas partes del mundo para participar en esta vigilia. Saludo con afecto a los jóvenes de Panamá, reunidos en el santuario internacional del Corazón de María con el obispo monseñor Domingo Ulloa Mendieta, con los cuales me reuniré el próximo año con ocasión de la Jornada mundial de la juventud; los jóvenes de la Federación Rusa, reunidos en la catedral de la Transfiguración en Novosibirsk con su obispo monseñor Joseph Werth y el delegado para los jóvenes de toda Rusia, monseñor Clemens Pickel; los jóvenes de Irlanda, conectados desde Glencomeragh House, casa de oración y formación para jóvenes, junto al obispo monseñor Alphonsus Cullinan; y finalmente los jóvenes de Taiwán, reunidos en Taiwán en la iglesia dedicada a Our Lady of Assumption.
Precisamente en estos días los obispos de Taiwán están en Roma para la visita «ad limina». ¡Estarán contentos de saber que sus jóvenes rezan y que hoy están también ellos junto al Sucesor de Pedro! Queridos jóvenes, unidos en oración desde lugares tan lejanos, vosotros sois una profecía de paz y de reconciliación para toda la humanidad. No me cansaré nunca de repetirlo: ¡no levantéis muros, construid puentes! ¡No levantéis muros, construid puentes! Unid las orillas de los océanos que os separan con el entusiasmo, la determinación y el amor del que sois capaces. Enseñad a los adultos, cuyo corazón a menudo se ha endurecido, a elegir el camino del diálogo y de la concordia, para entregar a sus hijos y a sus nietos un mundo más bello y más digno del hombre.
El tercer y último pensamiento es para el Sínodo ya cercano. Ya sabéis que la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos estará dedicada a "Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional", y que toda la Iglesia está ya desde hace tiempo intensamente comprometida con el camino sinodal.
Encontrando muchos jóvenes como vosotros con ocasión de la reunión presinodal del pasado mes de marzo, advertí del peligro de hablar de los jóvenes sin hacer hablar a los jóvenes, dejándoles a «distancia de seguridad». Los jóvenes no muerden, pueden acercarse y tienen el entusiasmo, y vosotros además del entusiasmo tenéis la llave del futuro.
Queridos jóvenes, volviendo a vuestras familias y vuestras parroquias –en Téramo, Panamá, Rusia, Irlanda, Taiwán–, no dejéis que os callen. Cierto, quien habla puede equivocarse, y también los jóvenes alguna vez se equivocan, son humanos, pecando de imprudencia, por ejemplo. Pero no tengáis miedo de equivocaros y de aprender de vuestros errores, así se va adelante. Si alguno –incluidos vuestros padres, vuestros sacerdotes, vuestros profesores– intenta cerraros la boca, recordadles que la Iglesia y el mundo necesitan también de los jóvenes para rejuvenecerse a sí mismos. Y no os olvidéis de tener a vuestro lado aliados imbatibles: Cristo, el eternamente joven; María, mujer joven; san Gabriel y todos los santos, que son el secreto de la perenne juventud de la Iglesia.