Queridos hermanos, ¡Buenas tardes!
Bienvenidos al Vaticano. Pero que esta aula [la del Sínodo] está en el Vaticano solamente cuando está el Papa, porque está en territorio italiano. También el Aula Pablo VI… Dicen que es así, ¿no es cierto?
Muchas gracias por vuestra presencia para inaugurar esta jornada de María Madre de la Iglesia. Digamos desde nuestro corazón, todos juntos: «Monstra te esse matrem». Siempre: «Monstra te esse matrem». Es la oración: «Haznos sentir que eres la madre», que no estamos solos, que Tú nos acompañas como madre. Es la maternidad de la Iglesia, de la Santa Madre Iglesia Jerárquica, que está aquí reunida… Pero que sea madre. «Santa Madre Iglesia Jerárquica», así le gustaba decir a san Ignacio [de Loyola]. Que María, Madre nuestra, nos ayude para que la Iglesia sea madre. Y –siguiendo la inspiración de los padres– que también nuestra alma sea madre. Las tres mujeres: María, la Iglesia y nuestra alma. Todas las tres madres. Que la Iglesia sea Madre, que nuestra alma sea madre.
Os agradezco por este encuentro que quisiera que fuera un momento de diálogo y de reflexión. He pensado, después de haberos agradecido por todo el trabajo que hacéis –¡y es bastante!– compartir con vosotros tres preocupaciones mías, pero no para «atacaros», no, sino para decir que me preocupan estas cosas y vosotros veréis… Y para daros a vosotros la palabra para que me dirijáis todas las preguntas, inquietudes, críticas –¡no es pecado criticar al Papa aquí! No es pecado, se puede hacer– y las inspiraciones que lleváis en el corazón.
Lo primero que me preocupa es la crisis de las vocaciones. ¡Es nuestra paternidad lo que está en juego aquí! De esta preocupación, de hecho, de esta hemorragia de vocaciones, hablé a la Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, explicando que se trata del fruto envenenado de la cultura de lo provisorio, del relativismo y de la dictadura del dinero, que alejan a los jóvenes de la vida consagrada; junto, ciertamente, a la trágica disminución de los nacimientos, este «invierno demográfico»; además de los escándalos y el testimonio tibio. ¿Cuántos seminarios, iglesias y monasterios y conventos se cerrarán en los próximos años por la falta de vocaciones? Dios lo sabe. Es triste ver que esta tierra, que fue durante largos siglos fértil y generosa dando misioneros, hermanas, sacerdotes llenos de celo apostólico, junto al viejo continente entra en una esterilidad vocacional, sin buscar remedios eficaces. Yo creo que los busca, ¡pero no somos capaces de encontrarlos!
Propongo por ejemplo uno más concreto –porque debemos comenzar con las cosas prácticas, las que están en nuestras manos–, os propongo compartir de forma más generosa y concreta fidei donum entre las diócesis italianas, que ciertamente enriquecería todas las diócesis que dan y las que reciben, reforzando en los corazones del clero y de los fieles el sensus ecclesiae y el sensus fidei. Vosotros ved, si podéis… Hacer un intercambio de [sacerdotes] fidei donum de una diócesis a otra. Pienso en cualquier diócesis del Piamonte: hay una aridez grande… y pienso en Apulia, donde hay sobreabundancia… Pensad, una creatividad hermosa: un sistema fidei donum dentro de Italia. Alguno sonríe… Pero veamos si sois capaces de hacer esto.
Segunda preocupación: pobreza evangélica y transparencia. Para mí, siempre –porque lo he aprendido como jesuita en la constitución– la pobreza es «madre» y es «muro» de la vida apostólica. Es madre porque la hace nacer, y muro porque la protege. Sin pobreza no hay celo apostólico, no hay vida de servicio a los otros… Es una preocupación que se refiere al dinero y a la transparencia. En realidad, quien cree no puede hablar de pobreza y vivir como un faraón. A veces se ven estas cosas… Es lo contrario a un testimonio hablar de pobreza y llevar una vida de lujo; y es muy escandaloso tratar el dinero sin transparencia o gestionar los bienes de la Iglesia como si fueran bienes personales. Vosotros conocéis los escándalos financieros que ha habido en algunas diócesis… Por favor, a mí me hace mucho daño escuchar que un eclesiástico se ha hecho manipular poniéndose en situaciones que superan sus capacidades o, peor todavía, gestionando de manera deshonesta «los pequeños ahorros de la viuda». Nosotros tenemos el deber de gestionar con ejemplaridad, a través de reglas claras y comunes, por las que un día daremos cuentas al dueño de la viña. Pienso en uno de vosotros, por ejemplo –lo conozco bien– que nunca, nunca invita a cenar o a comer con el dinero de la diócesis: paga de su bolsillo, si no, no invita. Pequeños gestos, como propósito hecho en los ejercicios espirituales. Nosotros tenemos el deber de gestionar con ejemplaridad, a través de reglas claras y comunes, por las que un día daremos cuentas al dueño de la viña. Soy consciente –esto quiero decirlo– y reconozco que en la CEI se ha hecho mucho en los últimos años sobre todo, en el camino de la pobreza y de la transparencia. Un buen trabajo de transparencia. Pero se debe hacer todavía un poco más sobre algunas cosas…, pero después lo hablaremos.
Y la tercera preocupación es la reducción y la unificación de las diócesis. No es fácil, porque, sobre todo en este tiempo… El año pasado estábamos a punto de fusionar una, pero vinieron los de allí y decían: «Es pequeña la diócesis… Padre, ¿por qué quiere hacer esto? La universidad se fue; han cerrado una escuela; ahora no está el alcalde, hay un delegado; y ahora también vosotros…». Y uno siente este dolor y dice: «Que se quede el obispo, porque sufren». Pero creo que hay diócesis que se pueden fusionar. Esta cuestión la planteé ya el 23 de mayo de 2013, o sea la reducción de las diócesis italianas. Se trata ciertamente de una exigencia pastoral, estudiada y examinada varias veces –vosotros lo sabéis– ya antes del Concordato del 29. De hecho Pablo VI en el 64, hablando el 14 de abril a la Asamblea de los obispos, habló de «excesivo número de las diócesis»; y sucesivamente, el 23 de junio del 66, volvió una vez más sobre el argumento encontrando a la Asamblea de la CEI diciendo: «Será por tanto necesario retocar los confines de algunas diócesis, pero sobre todo se deberá proceder a la fusión de no pocas diócesis, de forma que la circunscripción resultante tenga una extensión territorial, una consistencia demográfica, una dotación de clero y de obras idóneas para sostener una organización diocesana verdaderamente funcional y a desarrollar una actividad pastoral eficaz y unitaria». Hasta aquí Pablo VI. También la Congregación para los Obispos en 2016 –pero yo lo dije en 2013– pidió a las Conferencias episcopales regionales que envíen su opinión sobre un proyecto de reordenación de las diócesis a la Secretaría General de la CEI. Por tanto estamos hablando de un argumento fechado y actual, descuidado por demasiado tiempo, y creo que ha llegado la hora de concluirlo lo antes posible. Es fácil hacerlo, es fácil… Quizá hay un caso o dos que no se pueden hacer ahora por lo que he dicho antes –porque es una tierra abandonada–, pero se puede hacer algo. Estas son mis tres preocupaciones que he querido compartir con vosotros como puntos de reflexión. Ahora os dejo la palabra y os doy las gracias por la parresía. Muchas gracias.