Sr. Cardenal, Señores directivos, inversores y expertos, señores y señoras:
Os doy una cordial bienvenida al final del simposio dedicado a los temas de la transición energética y del cuidado de la casa común, que se ha celebrado aquí en el Vaticano.
Es muy positivo que quienes desempeñan un papel importante en la orientación de las decisiones, las iniciativas y las inversiones en el sector de la energía tengan la oportunidad de un intercambio provechoso de opiniones y de conocimientos. Os doy las gracias por vuestra presencia cualificada y espero que, al escucharos mutuamente, hayáis podido efectuar una verificación profunda y considerar nuevas perspectivas.
Los progresos técnicos y científicos hacen que cada tipo de comunicación sea cada vez más rápida. Una noticia por verdadera o falsa que sea, es decir, una idea, por buena o mala que sea, un método, por efectivo o engañoso que sea, una vez lanzado, se difunden en pocos segundos. Las personas también pueden encontrarse y los productos intercambiarse a un ritmo, velocidad e intensidad antes inimaginables, superando rápidamente océanos y continentes. Nuestras sociedades están cada vez más interconectadas.
Este intenso movimiento de masas de información, de personas y de cosas necesita tanta energía, una necesidad mayor que la de cualquier época pasada. Muchos de los ámbitos de nuestras vidas están condicionados por la energía, y desafortunadamente tenemos que notar que todavía hay demasiadas personas que no tienen acceso a la electricidad: se habla de más de mil millones de personas.
De ahí nace el reto de conseguir garantizar la enorme cantidad de energía necesaria para todos, con métodos de explotación de los recursos que eviten producir desequilibrios ambientales que provoquen un proceso de degradación y contaminación que causaría un daño profundo a toda la humanidad de hoy y de mañana.
La calidad del aire, el nivel de los mares, la consistencia de las reservas de agua dulce, el clima y el equilibrio de ecosistemas delicados, no pueden por menos que verse afectados por las formas con las que los seres humanos colman su «sed» de energía, desgraciadamente, con grandes desigualdades.
Para saciar esta «sed» no es lícito aumentar la sed verdadera de agua, o la pobreza y la exclusión social. La necesidad de disponer de cantidades cada vez mayores de energía para el funcionamiento de las máquinas no puede satisfacerse al precio de envenenar el aire que respiramos. La necesidad de ocupar espacios para las actividades humanas no se puede realizar de una manera que ponga seriamente en peligro la existencia de la nuestra y de otras especies de seres vivos en la Tierra.
Es el «presupuesto falso de que existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos» (Carta Enc. Laudato si’, 106).
La cuestión energética se ha convertido, pues, en uno de los principales desafíos, tanto teóricos como prácticos, para la comunidad internacional. De cómo se gestione dependerá la calidad de vida y que los conflictos presentes en diferentes áreas del planeta encuentren una solución más fácil, o que, debido a los profundos desequilibrios ambientales y a la escasez de energía, hallen un nuevo combustible para alimentarse, quemando la estabilidad social y vidas humanas.
Por lo tanto, es necesario identificar una estrategia global a largo plazo que ofrezca seguridad energética y favorezca de ese modo la estabilidad económica, proteja la salud y el ambiente y promueva el desarrollo humano integral, estableciendo compromisos claros para abordar el problema del cambio climático.
En la Encíclica Laudato si’, lancé un llamamiento a todas las personas de buena voluntad (cf. nn. 3; 62-64) para el cuidado de la casa común, y precisamente para una «transición energética» (n. 165) para evitar desastrosos cambios climáticos que podrían comprometer el bienestar y el futuro de la familia humana y de su casa común. En este contexto, es importante que con un compromiso serio procedamos hacia una transición que aumente constantemente el uso de energías de alta eficiencia y baja tasa de contaminación.
Es un desafío extraordinario, pero también una gran oportunidad para esforzarnos arduamente por mejorar el acceso a la energía de los países más vulnerables, especialmente en las zonas rurales, y por diversificar las fuentes de energía, acelerando también el desarrollo sostenible de las energías renovables.
Somos conscientes de que los desafíos a enfrentar están interconectados. De hecho, si queremos eliminar la pobreza y el hambre tal y como requieren los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas, los más de mil millones de personas que hoy no disponen de electricidad deben tenerla de manera accesible. Pero al mismo tiempo, es bueno que esta energía sea limpia para limitar el uso sistemático de combustibles fósiles. La perspectiva deseable de una energía para todos no puede llevar a una indeseable espiral de cambio climático cada vez más agudo, a través de un temible aumento de la temperatura en el globo, de condiciones ambientales más duras y del aumento de los niveles de pobreza.
Como sabéis, en diciembre de 2015, 196 naciones negociaron y adoptaron el Acuerdo de París con la firme intención de limitar el crecimiento del calentamiento global por debajo de 2 ° c en comparación con los niveles preindustriales y, de ser posible, por debajo de 1,5 °C. Dos años y medio después, las emisiones de CO2 y las concentraciones atmosféricas debidas a los gases de efecto invernadero son siempre muy altas. Esto es sobre todo inquietante y preocupante.
La exploración continua de nuevas reservas de combustibles fósiles también suscita preocupación, ya que el Acuerdo de París recomienda claramente que la mayoría de los combustibles fósiles se mantenga bajo tierra. Por eso tenemos que debatir juntos –industriales, inversores, investigadores y usuarios– la transición y la búsqueda de alternativas. La civilización requiere energía, ¡pero el uso de la energía no debe destruir la civilización!
La identificación de una combinación adecuada de energía es fundamental para combatir la contaminación, erradicar la pobreza y promover la equidad social. Estos aspectos a menudo se refuerzan mutuamente, ya que la cooperación en ámbito energético está destinada a repercutir en la mitigación de la pobreza, la inclusión social y la protección del medio ambiente. Estos son objetivos para los cuales es necesario asumir la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas (cf. Laudato si’, 144).
Los instrumentos fiscales y económicos, la transferencia de capacidades tecnológicas y, en general, la cooperación regional e internacional, como el acceso a la información, deberían ser congruentes con estos objetivos, que no deben considerarse como el resultado de una ideología particular, sino como objetivos de la civilización, que también promueven el crecimiento económico y el orden social.
En cambio, una explotación ambiental que no considerase los problemas a largo plazo solo podría tratar de favorecer el crecimiento económico a corto plazo, pero con un seguro impacto negativo en un arco de tiempo más amplio, repercutiendo en la equidad intergeneracional así como en el proceso de desarrollo.
Siempre es necesaria una evaluación cuidadosa del impacto ambiental de las decisiones económicas para considerar los costos humanos y ambientales a largo plazo, involucrando tanto como sea posible a las instituciones y comunidades locales en los procesos de toma de decisiones.
A través de vuestros esfuerzos se han logrado grandes progresos. Las compañías petrolíferas y de gas están poniendo a punto enfoques más profundos para evaluar el riesgo climático y modificar, en consecuencia, sus planes empresariales. Es digno de elogio. Los inversores globales están revisando sus estrategias de inversión para tener en cuenta las consideraciones de naturaleza ambiental. Están surgiendo nuevos enfoques para las «finanzas verdes».
Ciertamente, se ha progresado. ¿Pero es suficiente? ¿Hemos invertido la ruta a tiempo? Nadie puede responder a esta pregunta con certeza, pero cada mes que pasa el desafío de la transición energética se vuelve cada vez más apremiante.
Tanto las decisiones políticas como la responsabilidad social de las empresas y los criterios de inversión deben tener muy presente la búsqueda del bien común a largo plazo, para que haya solidaridad entre las generaciones, evitando oportunismos y cinismos encaminados a conseguir resultados parciales a corto plazo, pero que acarrearían en el futuro costos extremadamente altos y daños igualmente significativos.
También hay algunas motivaciones éticas profundas para encaminarnos hacia una transición energética global con urgencia. Como sabemos, estamos afectados por las crisis climáticas. Sin embargo, los efectos del cambio climático no se distribuyen de manera uniforme. Son los pobres quienes más sufren los estragos del calentamiento global, con las crecientes perturbaciones en el sector agrícola, la inseguridad de la disponibilidad del agua y la exposición a graves eventos meteorológicos. Muchos de los que apenas pueden pagarlos ya se han visto obligados a abandonar sus hogares y migrar a otros lugares, sin saber cómo serán recibidos. Muchos más tendrán que hacerlo en el futuro. La transición a la energía accesible y limpia es una responsabilidad que tenemos con millones de nuestros hermanos y hermanas en el mundo, con los países pobres y con las generaciones venideras.
No podremos avanzar decididamente por este camino sin una mayor conciencia de ser parte de una sola familia humana unida por lazos de fraternidad y solidaridad. Solamente pensando y actuando con una atención constante a esta unidad fundamental que supera todas las diferencias, solamente cultivando un sentido de solidaridad universal e intergeneracional podremos realmente avanzar resueltamente por el camino indicado.
Un mundo interdependiente nos obliga a pensar y llevar adelante un proyecto común a largo plazo que invierta hoy para construir el mañana. El aire y el agua no siguen leyes diferentes según los países que atraviesan; las sustancias contaminantes no adoptan comportamientos diferentes según las latitudes, pero tienen reglas unívocas. Los problemas ambientales y energéticos ahora tienen un impacto y una dimensión global. Por eso requieren respuestas globales, buscadas con paciencia y diálogo y perseguidas con racionalidad y constancia.
La fe absoluta en los mercados y la tecnología ha llevado a muchos a creer que los cambios en los sistemas económicos o tecnológicos serán suficientes para remediar los actuales desequilibrios ecológicos y sociales. Sin embargo, debemos reconocer que la demanda de un crecimiento económico continuo ha comportado graves consecuencias ecológicas y sociales, dado que nuestro sistema económico actual prospera cada vez más debido al aumento de las extracciones, al consumo y al despilfarro.
«El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras» (Laudato si', 53 ).
La reflexión sobre estos temas culturales más profundos y básicos nos lleva a reconsiderar el propósito fundamental de la vida. «No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano» (ibíd., 118). Dicha renovación requiere una nueva forma de liderazgo, y esos líderes han de tener una comprensión profunda y aguda del hecho de que la Tierra es un sistema y de que la humanidad también es un todo único. El Papa Benedicto xvi afirmaba que «el libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad» (Cart. Enc. Caritas in veritate, 51).
Queridos hermanos y hermanas, me dirijo en particular a vosotros, que habéis recibido tanto en capacidad y en experiencia. Quisiera exhortaros a que aquellos que han demostrado su capacidad para innovar y mejorar la calidad de vida de muchos con su ingenio y competencia profesional puedan contribuir todavía más poniendo sus capacidades al servicio de dos grandes fragilidades del mundo de hoy: los pobres y el medio ambiente. Os invito a ser el núcleo de un grupo de líderes que imaginen la transición energética global de una manera que tenga en cuenta a todos los pueblos de la Tierra, así como a las generaciones futuras y a todas las especies y ecosistemas. Que esto se vea como la mayor oportunidad de un liderazgo que tenga un impacto duradero en favor de la familia humana, una oportunidad que se apele a vuestra imaginación más audaz. No es algo que podáis hacer vosotros solos o vuestras empresas solas. Sin embargo, juntos, y colaborando con otros, existe al menos la posibilidad de un nuevo enfoque que no se haya evidenciado hasta ahora.
Aceptar este llamamiento implica una gran responsabilidad, que requiere la bendición y la gracia de Dios, y la buena voluntad de hombres y mujeres de todas las latitudes.
No hay tiempo que perder: hemos recibido la Tierra del Creador como una casa-jardín, no la transmitamos a las generaciones futuras como un lugar salvaje (cf. Laudato si’, 160).
Con gratitud os bendigo y pido que Dios Todopoderoso conceda a cada uno de vosotros gran determinación y coraje para servir a la casa común con una forma renovada de cooperación.