Queridos amigos:
Os doy la bienvenida a todos los que participáis en el encuentro «Educar es transformar», promovido por la Fundación Gravissimum Educationis. Doy las gracias al Cardenal Versaldi por sus palabras de presentación y a cada uno de vosotros, con la riqueza de vuestras experiencias en los diferentes lugares y ámbitos profesionales de donde venís.
Como sabéis, esta Fundación la instituí el 28 de octubre de 2015, con ocasión del 50° aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Gravissimum Educationis, respondiendo a la petición de la Congregación para la Educación Católica. Con esta institución, la Iglesia renueva el compromiso con la educación católica manteniéndose al ritmo de las transformaciones históricas de nuestro tiempo. La Fundación responde a una preocupación ya contenida en la Declaración conciliar de la que toma su nombre y con la que sugería la colaboración entre las instituciones escolares y universitarias para afrontar mejor los desafíos presentes (cf. n. 12). Dicha recomendación del Concilio fue madurando con el tiempo y se manifiesta también en la reciente Constitución apostólica Veritatis gaudium sobre las universidades y facultades eclesiásticas, en «la necesidad urgente de "crear redes" entre las distintas instituciones que, en cualquier parte del mundo, cultiven y promuevan los estudios eclesiásticos» (Proemio, 4d) y, en sentido más amplio, entre las instituciones católicas de educación.
Solo si se cambia la educación se puede cambiar el mundo. Para hacer esto, quisiera proponerles algunas sugerencias.
1. En primer lugar, es importante "crear redes". Crear redes significa reunir las instituciones escolares y universitarias para potenciar la iniciativa educativa y de investigación, enriqueciéndose con los aspectos destacados de cada uno, para ser más eficaces a nivel intelectual y cultural.
Crear redes quiere decir también juntar los saberes, las ciencias y las disciplinas para afrontar los complejos desafíos con la inter- y la trans-disciplinariedad, como recuerda la Veritatis gaudium (cf. n. 4c).
Crear redes implica crear lugares de encuentro y de diálogo dentro de las instituciones educativas y promoverlos fuera, con ciudadanos procedentes de otras culturas, de otras tradiciones, de otras religiones, para que el humanismo cristiano contemple la condición universal de la humanidad actual.
Crear redes significa también que la escuela sea una comunidad que eduque, en la que los docentes y los estudiantes no estén relacionados solo a través de un programa didáctico, sino por un programa de vida y de experiencia, que sepa educar en la reciprocidad entre las distintas generaciones. Y esto es muy importante para no perder las raíces.
Además, los desafíos que interpelan al hombre de hoy son globales en un sentido más amplio de lo que se considera frecuentemente. La educación católica no se queda en formar mentes para que tengan una visión más amplia, capaz de aglutinar las realidades más lejanas. La educación católica se da cuenta de que, además de extenderse en el espacio, la responsabilidad moral del hombre de hoy se extiende también a través del tiempo y que las decisiones del presente tienen consecuencias en las generaciones futuras.
2. La otra expectativa a la que la educación está llamada a responder y que indiqué en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium es: «no nos dejemos robar la esperanza» (n. 86). Con esta invitación quise animar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a afrontar positivamente los cambios sociales, sumergiéndose en la realidad con la luz irradiada por la promesa de la salvación cristiana.
Estamos llamados a no perder la esperanza porque tenemos que donar esperanza al mundo global de hoy. «Globalizar la esperanza» y «sostener las esperanzas de la globalización» son compromisos fundamentales en la misión de la educación católica, como lo afirma el reciente documento de la Congregación para la Educación Católica: Educar al humanismo solidario (cf. nn. 18-19). Una globalización sin esperanza y sin horizonte se expone a los condicionamientos de los intereses económicos, que a menudo están lejos de una recta concepción del bien común, y produce fácilmente tensiones sociales, conflictos económicos, abusos de poder. Tenemos que infundir un alma al mundo global, a través de una formación intelectual y moral que sepa favorecer las cosas buenas que trae la globalización y corregir aquellas negativas.
Se trata de metas importantes, que han de ser alcanzadas a través del desarrollo de la investigación científica confiada a las universidades y también presente en la misión de la Fundación Gravissimum Educationis. Una investigación de calidad, que tiene ante sí un horizonte amplio de desafíos. Algunos de estos, mencionados en la Encíclica Laudato si’, se refieren a los procesos de interdependencia global, que por un lado se presenta como una fuerza histórica positiva, porque marca una mayor cohesión entre los seres humanos; pero por otro lado produce injusticia y muestra la estrecha relación entre las miserias humanas y las deficiencias ecológicas del planeta. La respuesta está en el desarrollo y en la investigación de una ecología integral. Quisiera subrayar también el desafío económico, basado en la búsqueda de mejores modelos de desarrollo, que respondan a una concepción más auténtica de felicidad y que sepan corregir algunos mecanismos perversos del consumismo y de la producción. Y, además, el desafío político: el poder de la tecnología está en constante expansión. Uno de sus efectos es la difusión de la cultura del descarte, que devora cosas y seres humanos sin distinción alguna. Dicho poder se funda en una antropología que concibe al hombre como un depredador y al mundo en el que vive como un recurso para depredar a voluntad.
Ciertamente no falta trabajo para los estudiosos y los investigadores que colaboran con la Fundación Gravissimum Educationis.
3. Para que sea eficaz el trabajo que tienen por delante, sosteniendo proyectos educativos originales, debe obedecer a tres criterios esenciales.
Ante todo, la identidad. Exige coherencia y continuidad con la misión de las escuelas, de las universidades y de los centros de investigación que han sido creados, promovidos y acompañados por la Iglesia y que están abiertos a todos. Dichos valores son fundamentales para seguir el surco trazado por la civilización cristiana y por la misión evangelizadora de la Iglesia. De esta manera ayudaréis a mostrar los caminos a seguir con la finalidad de dar respuestas actualizadas a los dilemas del presente, teniendo una mirada preferencial por los más necesitados.
Otro aspecto esencial es la calidad. Es el faro seguro para iluminar cualquier iniciativa de estudio, de investigación y de educación. Es necesaria para realizar aquellos «polos de excelencia interdisciplinares» que son recomendados en la Constitución Veritatis gaudium (cf. n. 5) y que la Fundación Gravissimum Educationis desea sostener.
Y además en vuestro trabajo no puede faltar el objetivo del bien común. Es difícil definir el bien común en nuestra sociedad marcada por la convivencia de ciudadanos, grupos y pueblos que tienen culturas, tradiciones y credos tan diferentes. Es necesario ampliar los horizontes del bien común, educar a todos para que se sientan parte de la familia humana.
Para cumplir vuestra misión necesitáis por tanto edificar a partir de la coherencia con la identidad cristiana, poner los medios en conformidad a la calidad del estudio y de la investigación, y perseguir objetivos en sintonía con el servicio al bien común.
Un programa de pensamiento y de acción basado en estos sólidos pilares podrá contribuir, a través de la educación, a la construcción de un futuro en el que la dignidad de la persona y la fraternidad universal sean los recursos globales a los que cada ciudadano del mundo pueda recurrir.
A la vez que os agradezco todo lo que hacéis con vuestro esfuerzo por la Fundación, os animo a continuar en esta meritoria misión benéfica. Sobre vosotros, sobre vuestros colegas y familiares invoco de corazón las bendiciones del Señor. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.