Señores cardenales, eminencia, queridos hermanos y hermanas, ilustres señores y señoras:
Os doy a todos mi bienvenida, con motivo de la Conferencia Internacional convocada en el tercer aniversario de la publicación de la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado del casa común. Quisiera saludar de forma especial a Su Eminencia el arzobispo Zizoulas porque fue él, junto con el cardenal Turkson, quien presentó la encíclica hace tres años. Gracias por haberos reunido a «escuchar con el corazón» los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres en busca de ayuda y responsabilidad, y para atestiguar la gran urgencia de acoger la llamada de la Encíclica a un cambio, a una conversión ecológica. El vuestro es el testimonio del compromiso inaplazable de actuar concretamente para salvar la Tierra y la vida en ella, partiendo del presupuesto de que «todo está conectado» concepto-guía de la Encíclica, en la base de la ecología integral. También en esta perspectiva podemos leer la llamada que Francisco de Asís recibió del Señor en la iglesia de San Damián: «Ve, repara mi casa, que, como ves, está en ruinas». Hoy, también la «casa común» que es nuestro planeta necesita urgentemente ser reparada y asegurada para un futuro sostenible.
En las últimas décadas, la comunidad científica ha elaborado, en ese sentido, evaluaciones cada vez más precisas. «El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones». (Enc. Laudato si’, 161). Hay un peligro real de dejar a las generaciones futuras escombros, desiertos y suciedad. Por lo tanto, espero que esta preocupación por el estado de nuestra casa común se traduzca en una acción orgánica y concertada de ecología integral. De hecho, «la atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora» (ibíd.). La humanidad tiene el conocimiento y los medios para colaborar con este propósito y, con responsabilidad, «cultivar y proteger» la Tierra de manera responsable. En este sentido, es significativo que vuestra discusión también se refiera a algunos eventos clave del año en curso. La cumbre climática COP24, programada en Katowice (Polonia) en diciembre próximo, puede ser un hito en el camino trazado por el Acuerdo de París de 2015. Todos sabemos que hay mucho por hacer para implementar ese Acuerdo. Todos los gobiernos deberían esforzarse por cumplir los compromisos asumidos en París para evitar las peores consecuencias de la crisis climática. «La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes» (ibíd. 169). No podemos permitirnos perder tiempo en este proceso. Además de los Estados, también están interpelados otros actores: autoridades locales, grupos de la sociedad civil, instituciones económicas y religiosas pueden fomentar la cultura y la práctica ecológica integral. Espero que eventos como, por ejemplo, la Cumbre Mundial de Acción Climática, programada para el 12 y 14 de septiembre en San Francisco, ofrezcan respuestas adecuadas, con el apoyo de los grupos de presión de los ciudadanos de todo el mundo. Como afirmamos junto con Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé, «no puede haber una solución sincera y duradera al desafío de la crisis ecológica y del cambio climático si no se da una respuesta concordada y colectiva, si la responsabilidad no es compartida y responsable, si no damos prioridad a la solidaridad y al servicio» (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por la Creación, 1 de septiembre de 2017).
Las instituciones financieras también juegan un papel importante tanto como parte del problema como de su solución. Se necesita un cambio en el paradigma financiero para promover el desarrollo humano integral. Las organizaciones internacionales, como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pueden favorecer reformas efectivas para un desarrollo más inclusivo y sostenible. La esperanza es que «las finanzas […] vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo». (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 65), así como el cuidado del medio ambiente.
Todas estas acciones presuponen una transformación a un nivel más profundo, es decir, un cambio de los corazones, un cambio de las conciencias. Como decía san Juan Pablo II: «Es necesario […] estimular y apoyar la conversión ecológica» (Catequesis, 17 de enero de 2001). Y en esto las religiones, en particular las Iglesias cristianas, tienen un papel clave que desempeñar. La Jornada de Oración por la Creación y las iniciativas relacionadas con ella, comenzadas en el seno de la Iglesia ortodoxa, se están difundiendo en las comunidades cristianas de todo el mundo. Por último, la confrontación y el compromiso por nuestra casa común deben reservar un espacio especial a dos grupos de personas que están en primera línea en el desafío ecológico integral y que serán el tema central de los próximos dos Sínodos de la Iglesia católica: los jóvenes y las poblaciones indígenas, especialmente las de la Amazonía. Por un lado, «los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos» (Laudato si’, 13). Son los jóvenes quienes deberán enfrentar las consecuencias de la actual crisis ambiental y climática. Por lo tanto, la solidaridad intergeneracional no es «una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán» (ibíd., 159). Por otro lado, «es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales» (ibíd., 146). Es triste ver las tierras de los pueblos indígenas expropiadas y sus culturas pisoteadas por una actitud depredadora, por nuevas formas de colonialismo, alimentadas por la cultura del derroche y el consumismo (cfr. Sínodo de los Obispos, Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, 8 de junio de 2018). «Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino que es don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores» (Laudato si’, 146). ¡Cuánto podemos aprender de ellos! La vida de los pueblos indígenas es «memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común» (Discurso en el encuentro con los pueblos indígenas, Puerto Maldonado 19 de enero, 2018).
Queridos hermanos y hermanas, los desafíos abundan. Expreso mi más sincera gratitud por vuestro trabajo al servicio del cuidado de la creación y de un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. A veces puede parecer una tarea difícil, ya que «hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos» (Laudato si’, 54); pero «los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan» (ibíd., 205). Por favor, seguid trabajando por un «cambio radical a la altura de las circunstancias» (ibíd., 171). «La injusticia no es invencible» (ibíd., 74).
Que san Francisco de Asís continúe inspirándonos y guiándonos en este camino y que «nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza» (ibíd., 244). Después de todo, el fundamento de nuestra esperanza descansa en la fe en el poder de nuestro Padre Celestial. Él, «que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea». (ibíd., 245).
Os bendigo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.